Opinión

Una purga saudí para dominarlos a todos

Fran Ruiz, el emprendedor que revolucionó el sector de la moda
Fran Ruiz, el emprendedor que revolucionó el sector de la moda Fran Ruiz, el emprendedor que revolucionó el sector de la moda (La Crónica de Hoy)

El arresto de once príncipes saudíes, ordenado por el rey Salman bin Abdulaziz, (al que habría que añadir la misteriosa muerte en helicóptero de otro príncipe este fin de semana), responde al clásico patrón de golpe palaciego asestado desde el poder.

Ante el temor a que conspiren contra su hijo favorito, Mohamed Salman, al que nombró hace cuatro meses príncipe heredero, el anciano monarca asesto un golpe preventivo para asegurar que ninguno de ellos ose disputarle la corona cuando llegue la hora de la sucesión. Lo que asombra es la osadía y la contundencia del golpe, asestado con nocturnidad y alevosía, en forma de purga masiva y fulminante.

Durante la noche del pasado sábado al domingo, once príncipes “intocables” —entre ellos el magnate Alwalid bin Talal, con importantes participaciones en Twitter, Apple o Citigroup, y el hijo del fallecido rey Abdalá y hasta ese momento jefe de la temida Guardia Nacional, Miteb bin Abdalá—, fueron sacados de sus palacios y encarcelados. La misma suerte corrieron mandos militares y hombres de negocios vinculados a la familia real. Todos ellos fueron acusados de corrupción por una oficina anticorrupción creada para la ocasión horas antes.

De la noche a la mañana, literalmente, el rey Salman, de 81 años, y su heredero, de 37, hicieron añicos el tradicional consenso entre los clanes que forman la numerosa familia real saudí —cuya clave pasaba por el reparto equilibrado del poder entre sus miembros varones— y decidieron imponer por la fuerza la sumisión de todos al monarca y su heredero. La jugada era peligrosísima, pero el monarca tenía tres poderosas razones para arriesgarlo todo:

La primera razón es que había motivos para la revancha de sus parientes. En junio de 2017, el monarca anunció sorpresivamente que el heredero al trono ya no era su sobrino, Mohamed bin Nayef, designado por el anterior monarca, sino su hijo Mohamed. La segunda razón es que el nuevo príncipe heredero no oculta su deseo de modernizar el reino absolutista y ultraconservador. Nadie duda de que detrás del reciente anuncio histórico de que las mujeres podrán manejar sus propios autos está la influencia del príncipe Salman sobre su papá. Y la tercera razón es externa. El actual rey tiene el aliado incondicional más poderoso del mundo: Donald Trump. Los une no sólo el petróleo saudí y el armamento de guerra estadunidense, sino el odio a Irán, a la que acusan de fomentar y armar las minorías chiitas para desestabilizar la región del golfo Pérsico.

No es casualidad que Trump aplaudiese este lunes el golpe palaciego, expresando su “gran confianza” en el belicoso rey saudí (el de los bombardeos diarios contra la minoría hutí en Yemen) y en su príncipe heredero, porque ellos, escribió en Twitter, “saben exactamente lo que hacen”.

De momento, la jugada orquestada por el rey y su heredero, y bendecida por el presidente de EU ha tenido éxito. La numerosa familia saudí no se ha rebelado ni hay ruidos de sables en los cuarteles militares. Occidente, como de costumbre, no se mete en asuntos internos del “aliado petrolero”, ni siquiera para pedir que se moderen en sus bombardeos contra Yemen.

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Llegados a este punto, el dilema es: ¿A quién beneficia esta purga?

Dada la opacidad y el fanatismo religioso que caracterizan a la monarquía absolutista saudí, que el heredero al trono hable de modernizar el país y tenga gestos con las mujeres (como permitir que acudan a estadios de futbol) suena casi a milagro, pero la agresividad de las acusaciones contra Irán auguran una escalada de la tensión que podría estallar en cualquier momento. Ayer mismo, el príncipe heredero se atrevió a amenazar a Irán con la palabra más temida — “guerra”— y Trump, en vez de apaciguarlo, le aplaudió complacido.

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