
Se fueron los funcionarios y El Caballito respira, comienza a reacomodarse en la Plaza Tolsá. Y la vida sigue: los caminantes y los turistas y los fotógrafos y hasta el organillero vuelven a acomodarse en torno a la estatua de Carlos IV y el caballo Tambor, que recupera su brío de corcel consentido.
No será la primera vez que haya festejo en torno a la estatua, planeada hace más de 200 años: a El Caballito le han escrito versos y en torno a él se han levantado tolvaneras que, sin embargo, acabaron respetando su calidad de “monumento de arte”, como le llamaron en el siglo XIX, y su condición de “magnífica obra”, como se le calificó en 1979, cuando lo mudaron a la calle de Tacuba.
Y ahora, pasada la ceremonia que lo devuelve a la vida de todos los días, Carlos IV y Tambor vuelven a dominar la plaza, que alguna vez el historiador Guillermo Tovar de Teresa afirmó que le quedaba chica. Mientras los fotógrafos le buscan el mejor ángulo a la estatua, la gente comienza a hacerla suya. Primero una pareja de turistas, luego, una mujer, desde lo alto del Turibús. Cruzan la plaza dos hombres con pinta de funcionarios públicos; uno se detiene y se lleva la foto. El organillero, se arranca con “Las Mañanitas”. El Caballito está de vuelta.
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