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Y después de 2 mil 214 días, una reunión AMLO-EPN

Frente a frente, después de 2 mil 214 días… Enrique Peña Nieto, presidente en turno y Andrés Manuel López Obrador, presidente electo.

El presidente electo Andrés Manuel López Obrador se reúne con el presidente Enrique Peña Nieto
El presidente electo Andrés Manuel López Obrador se reúne con el presidente Enrique Peña Nieto El presidente electo Andrés Manuel López Obrador se reúne con el presidente Enrique Peña Nieto (La Crónica de Hoy)

Frente a frente, después de 2 mil 214 días… Enrique Peña Nieto, presidente en turno y Andrés Manuel López Obrador, presidente electo.

El encuentro se pactó en Palacio Nacional, donde el tabasqueño contempla vivir a partir del verano de 2019 —cuando su hijo Jesús haya salido de la primaria—, pese a sus paredes resquebrajadas y grietas hoy ocultas detrás de cuadros históricos.

Hasta la puerta principal, alguna vez incendiada, arribaron los fieles de AMLO, esta vez no sólo dispuestos a los canturreos, sino con la inquietud inevitable de proteger a su líder.

—Lo que me preocupa es su seguridad, anda muy confiado –decía don Gonzalo Méndez, viejo simpatizante.

—Él dice que el pueblo lo cuida —refirió el reportero.

—Hacemos nuestra luchita, pero no somos guaruras ni traemos pistola. Si no le gusta el Estado Mayor Presidencial (EMP), al menos un grupo privado.

—¿Por qué la preocupación?

—Porque andan muchos locos sueltos, y también tiene enemigos.

López Obrador llegó a la cita en el coche de siempre, en compañía de su chofer y dos colaboradores; y sólo flanqueado por un grupo de camarógrafos y fotógrafos, quienes día y noche lo persiguen en motocicleta.

Se advertía contrariedad entre los guardias del EMP, indecisos de aplicar sus tácticas hostiles o flexibilizarlas, en esta nueva era de desfachatez y laxitud.

La seguridad del Presidente electo fue tema predominante fuera y dentro de Palacio.  Después de hora y media de reunión oficial, el morenista ofreció un mensaje en el salón Tesorería, decorado con lámparas leoninas y arabescos alusivos al escudo nacional.  El propio Peña Nieto, dijo, le sugirió priorizar su protección personal, ya sea con elementos del EMP o de cualquier otra corporación.

“Me cuida la gente, el pueblo —se aferró él—, quien lucha por la justicia no tiene nada que temer”.

Pero afuera, frente a la Plaza de la Constitución y las calles aledañas de baratijas y charangas, el pueblo no parecía tener espíritu de gladiador. No había gorilas ni escoltas. Ni armas ni radios, acaso chales, gorras, cinturones, chanclas y mandiles…

“Queremos que nos lo cuiden”, pedía doña Andrea, quien ya saborea su pensión duplicada de adulto mayor a partir de diciembre y quien, por cualquier cosa, se equipó con una sombrilla afilada. “Si viene algún chiflado, le suelto dos que tres sombrillazos”.

Dos mil 214 días… El último saludo entre ambos había sido el domingo 10 de junio en la Expo Guadalajara, durante el segundo debate del proceso electoral 2012.

De la reunión de ayer, Andrés Manuel salió muy serio. En 35 minutos de mensaje, sólo sonrió tres veces: la primera, cuando abandonó el protocolo oficial y permitió el intercambio de preguntas y respuestas con los reporteros, “porque esto no tiene que ser tan acartonado”.

La segunda, cuando se transformó en coordinador de prensa y comenzó a ceder la palabra a unos y a otros. “Deben actuar de manera ordenada, sin apachurrar”.

Y la tercera, cuando auguró custodia no sólo de sus seguidores, sino también de los periodistas: “Ustedes me van a cuidar, aunque ahora me he llevado golpecitos de las cámaras, fraternalmente los acuso aquí, donde nadie nos escucha”.

Cuidó cada palabra, en especial al referirse a Peña Nieto. No lo ubicó en mafias ni camarillas… Tampoco lo llamó “protegido de las televisoras”, como lo hizo en el aludido debate de hace seis años. Esta vez, pura amistad… “Mi pecho no es bodega, siempre digo lo que pienso”, aclaró.

En su papel de jefe de prensa, soltó frases como:

—Tres preguntas más…

—¿No le quedó claro?

—Ya nos pasamos de tres…

—Con esta pregunta terminamos…

Abandonó Palacio como un intendente más, ausente la escoba y el recogedor. Sin aparato de seguridad ni participación del Estado Mayor, la multitud se arremolinó en torno suyo. Unos invadieron el Zócalo tan sólo para verlo lo más cerca posible:

—¡Ya lo vi! —era frase para describir el anhelo cumplido. Y al fin se respiraba en calma.

—¡Déjenlo en paz, el Presidente es de todos! —pedían otros. Era AMLO como una parada obligada en paseo turístico.

Frente al distendido protocolo, hubo quien formó una barrera humana para resguardarlo. “Qué tal si nos lo maltratan”. Pero entre curiosos, fanáticos, peregrinos y fisgones, la situación se salió de control. Decenas de agentes de tránsito de la CDMX debieron organizar cadenas para permitir el paso del pejevehículo.

—¡Sigan la línea, saquen a la prensa y a los chismosos! —ordenaba uno de los comandantes.

Frente a la catedral hubo empujones, arañazos y rasguños. Susurros divinos a la distancia.  Algunos policías arrastraban a padres y madres con niños en brazos: “No se dan cuenta del peligro que corren sus hijos”. Al menos un par de mujeres terminó en el suelo, entre raspones y mofas.

Esta vez AMLO no bajó el vidrio del automóvil. En el día 2 mil 214, el del reencuentro de rivales imaginarios, la pequeña comitiva tropical huyó a velocidad, por la humeante calle de 5 de febrero…

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