
Una de las tumbas más grandes de Mesoamérica se ubica en el Cerro de la Campana, perteneciente al municipio de Santiago Suchilquitongo, Oaxaca. Se trata de un espacio funerario real zapoteca que tiene dos cuartos que miden casi dos metros de alto por tres de largo, adornados con mascarones, pintura mural y escritura jeroglífica, en donde fueron enterrados al menos seis personas a lo largo de 200 años.
Crónica visitó la zona arqueológica para apreciar otras de sus estructuras: basamentos de edificios y un juego de pelota, construcciones prehispánicas abiertas al público que aún no son exploradas en su totalidad a pesar de que en los años 80 y 90 del siglo pasado causaron gran interés entre investigadores de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Sin embargo, dichos vestigios prehispánicos se extienden más allá del Cerro ya que en el pueblo colindante, San Pablo Huitzo, también existen restos de construcciones que pertenecieron a esta antigua fortaleza.
“Antes no existían los pueblos, entonces la zona arqueológica abarcaba lo que hoy es Suchilquitongo y Huitzo pero cuando se hizo la delimitación de los municipios ambos pueblos pelearon el Cerro de la Campana. Ganó la población de Suchil y los vestigios quedaron divididos porque hay algunos en Huitzo”, comenta Humberto, guía del Museo Comunitario de Santiago Suchilquitongo.
En el Cerro de la Campana hay varios conjuntos arquitectónicos, entre los que destacan, un palacio, un juego de pelota y dos conjuntos ceremoniales que tenían un templo, patio y adoratorio.
Pero lo más atractivo de la zona es la Tumba 5 que fue ocupada por una dinastía real zapoteca que gobernó hacia el siglo VIII de nuestra era y durante 200 años más, no obstante, los arqueólogos aún desconocen qué provocó que esa familia abandonara la ciudad, de la cual, también se desconoce su nombre original.
“Nosotros conocemos la zona como Cerro de la Campana pero investigadores le dieron el nombre de Huijazoo, aunque no está claro cuál fue el nombre del sitio en tiempos prehispánicos”, aclara el guía.
La Tumba 5 se considera una de las más grandes en Mesoamérica y es la de mayor tamaño en Oaxaca porque cuenta con un vestíbulo externo, un pequeño vestíbulo interno, una antecámara y una cámara principal.
“Es más grande que la Tumba 105 de Monte Albán y aunque no se encuentra abierta al público por cuestiones de conservación, ni siquiera, la gente de aquí, de Suchil, la conoce, en el museo reproducimos parte de la tumba”, explica el guía.
En la fachada de acceso a esta monumental tumba hay un mascarón de estuco que representa el glifo 10 Lagarto del cual emerge un ave. La cabeza del pájaro sale de las fauces de lo que podría ser el lagarto con lengua bífida y las alas del ave se aprecian en ambos lados del reptil.
De acuerdo con Bernd Fahmel Beyer, investigador del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM que recuperó (en el libro La pintura mural prehispánica en México, volumen III, Oaxaca) los trabajos del primer arqueólogo en explorar la zona (Enrique Méndez) y los estudios que hace 30 años realizaron expertos del INAH, el mascarón conserva pintura roja y presenta vestigios de plumas modeladas en estuco que indican que estuvo decorado con un gran tocado.
Siguiendo la reproducción que hay en el museo de sitio, ese mascarón es sostenido por jambas (o columnas) cubiertas de glifos que también conservan pintura roja y en donde fueron representados en relieve, diversos personajes y fechas.
Después del mascarón está un pequeño vestíbulo y una antecámara, es decir, un cuarto amplio que a su vez tiene dos habitaciones, después hay un segundo mascarón que da acceso a la cámara principal, o bien, al espacio donde fueron enterrados los miembros de la familia real zapoteca.
“El segundo mascarón representa a un individuo llamado 2 Mono, cuyo rostro emerge de las fauces de un jaguar que lleva un tocado. Los brazos del personaje quedan a los lados de la representación felina”, precisa el guía.
La cámara y antecámara de la tumba, añade, imita en miniatura una casa zapoteca, muy parecida a las que existen en las zonas arqueológicas oaxaqueñas de Monte Albán, Atzompa, Lambityeco y Yagul.
“La Tumba 5 se construyó para inhumar a los difuntos de una familia real que ocupaba el palacio que se encuentra arriba de ella, una escalinata de cinco metros comunica la tumba con el patio del palacio”, aclara.
El guía destaca que de acuerdo con los grabados en las columnas o jambas, este espacio funerario hace alusión a cinco generaciones de una familia: Señor 7 Nudo, Señor 8 Nudo, Señor 5 Tierra junto con la Señora 5 Serpiente, Señor 3 Mono junto con la Señora 8 Cráneo, y el Señor 2 Mono junto con la Señora 10 Lagarto. Siendo estos últimos a quienes los zapotecas representaron en los mascarones.
“El personaje que mandó construir la tumba fue el Señor 2 Mono, nombrado en el segundo mascarón, quien aparentemente formó pareja conyugal con la Señora 10 Lagarto, nombrada en el primer mascarón”, indica el guía.
Lo anterior demuestra que fue hasta la quinta generación de la dinastía zapoteca cuando se construyó la tumba y los restos que se depositaron en su interior, corresponden al menos a 6 u 8 personas.
Según el arqueólogo Enrique Méndez —el primero en excavar la tumba—, el gran personaje enterrado en esta tumba estaría acompañado de “todos los seres que le profesaban obediencia, respeto y sumisión”, sin embargo, ese personaje (2 Mono) no gozó de buena suerte, al menos, así lo recupera Fahmel Beyer:
“Recargados en la parte interior de losa que cerraba la entrada, estaban los restos óseos de un individuo del que (Enrique Méndez) sospecha fue enterrado vivo. Como evidencia de ello señala que, en su mayoría, la ofrenda cerámica estaba fragmentada. ‘Creemos —dice— que esta destrucción fue intencional, es decir, [los objetos] fueron matados simbólicamente, aunque algunos los pudo haber roto el individuo que fue enterrado vivo, al moverse en la oscuridad’”, escribe.
Las anotaciones hechas por Fahmel Beyer en el libro La pintura mural prehispánica en México, volumen III, Oaxaca, indican que la antecámara de la tumba mide 2.37 metros de ancho por 2.55 de largo y 3.70 metros de altura, y la cámara principal 1.85 por 1.55 metros y 1.85 metros de altura.
“El techo es de dos aguas, formado originalmente por seis losas rectangulares que miden, en promedio, 100 por 50 cm; los muros estuvieron estucados y pintados de guinda. La cámara estaba rellena casi en su totalidad por grandes piedras (fragmentos de metates, piedras quemadas y otras talladas). También se hallaron los restos óseos de por lo menos cinco individuos, algunos fragmentos de cerámica tipo Plumbate y lo que el autor denomina “cerámica típica mixteca”, detalla.
De acuerdo con el guía del museo, en la cámara principal se hallaron restos de huesos pintados de rojo que pertenecieron a un hombre joven, y algunos huesos de cráneo de personas mayores, evidencias que actualmente se encuentran expuestas.
Otros objetos hallados en el interior de la Tumba 5 y que también se exhiben en el museo de sitio, son vasijas, tiestos de urnas funerarias, objetos de piedra verde y obsidiana, figurillas que representan el juego de pelota, una esfera que alude al inframundo y un caparazón de tortuga.
“En la lápida aparecen cuatro personajes, tres de ellos están sentados sobre petates con las piernas entrecruzadas, llevan adornos personales como grandes tocados, collares de cuentas y orejeras. Los tres sostienen en las manos unas vasijas dentro de las cuales hay un pequeño pájaro, un artefacto dentado y un objeto colgante. Estos elementos posiblemente estén relacionados con el sacrificio de pájaros para ofrecer la sangre a los ancestros”, explica el guía.
Esos cuatro personajes corresponden a un joven que posiblemente fue el hijo de la mujer y el hombre también representados ahí. A estas personas se les identifica por los glifos como el joven 12 Mono, la señora 12 Nudo y el señor 11 Nudo. El cuarto personaje representado en la lápida podría ser el abuelo ya fallecido del joven.
“Por lo elaborado de sus adornos y el tamaño de la figura, el abuelo es el personaje más prominente de la lápida, su cuerpo parece estar dentro de una caja con patas lo que sugiere que se trata de un bulto mortuorio. Este personaje es el 13 Mono, gobernante de Huijazoo”, indica el guía.
La explicación museística detalla que además están inscritos en la lápida, cinco glifos de fechas muy específicas: 4 Tierra, 6 Tierra y 2 N que posiblemente se refieren a los momentos en que los zapotecas depositaron ofrendas a sus ancestros. Dichas fechas representan un total de 59 años.
Los colores que usaron los zapotecas fueron rojo, amarillo, verde, azul verdoso, ocre claro, café, negro y blanco, aunque actualmente destaca más la tonalidad rojiza.
Una de las representaciones más relevantes de estos murales es la procesión de jugadores de pelota. “Hay una parte en el mural en donde aparece una procesión de personajes que llevan caretas protectoras de las que se utilizaban en el juego de pelota, los símbolos que aparecen en los tocados, parecen referirse a las deidades del panteón zapoteca”, señala el guía.
De acuerdo con el investigador de la UNAM, Bernd Fahmel Beyer, en ese mural —que se ubica en la cámara principal, es decir, en donde también está puesta la lápida—, hay nueve figuras masculinas con tocados elaborados, las cuales avanzan hacia la derecha.
“Debajo de ellas hay dos personajes que llevan una lanza y enfilan hacia el muro del fondo, seguidos de otras seis figuras con atuendo de jugador de pelota y careta semejante a la que usan los jugadores de Dainzú”, detalla.
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