Opinión

Todo yo, todo yo

Antes de la final del Mundial de futbol, el presidente López Obrador, dijo que iba con Argentina, por el Che, por Maradona y por el pueblo de esa nación. Después abundó y se fue a lo importante: “cuando triunfé por decisión del pueblo de México lo entrevistaron (a Maradona) y estaba feliz, incluso profetizando cambios en América Latina”. Al final, lo que realmente importaba era que el finado astro argentino lo había apoyado a él, a López Obrador.

El presidente Andrés Manuel López Obrador en su conferencia matutina

El presidente Andrés Manuel López Obrador en su conferencia matutina

Cuartoscuro

Al otro día de una exitosa Comisión Bilateral entre México y España, y ante la evidencia de cooperación, AMLO declaró que las relaciones entre ambas naciones seguían “en pausa”. ¿La razón? Que falta una actitud de respeto de parte de España. ¿Y en qué consiste, principalmente, esa falta de respeto? “En que Felipe VI “ni siquiera tuvo la atención de contestarme”, en referencia a la carta que había enviado, exigiendo que la corona española se disculpara por la conquista. Al rey le faltó ser comedido con López Obrador.

Tras el atentado que sufrió el periodista Ciro Gómez Leyva, el presidente López Obrador, casi inmediatamente después de solidarizarse de palabra con la víctima, afirmó que grupos que están contra su gobierno pudieran estar detrás del ataque “para afectarnos” (ya se sabe que a AMLO le gusta el plural mayestático). En otras palabras, la agresión que, de no ser por el blindaje del auto, le hubiera costado la vida a Gómez Leyva, en realidad era contra López Obrador.

Son solamente los tres ejemplos más recientes en los que AMLO se pone en el centro de todo. Y si queremos irnos algo más lejos, podemos recordar que, en su momento, se quejó de que los medios le daban demasiada importancia a la cobertura de la muerte del Papa Juan Pablo II y no a su defensa ante el intento de desafuero.

En esa lógica se puede también leer su enojo constante hacia la prensa profesional, con todo y que esta suele retomar los puntos de la agenda que pone López Obrador en su mañanera. Ha sido incapaz de satisfacer el ansia de que se hable de él, se le contemple en todo momento. No es lo suficientemente personal ni lo suficientemente abyecta. No es el halagador y zalamero espejo de la reina en la Bella Durmiente.

El cuestionamiento de AMLO a los medios profesionales es sistemático, porque desea arrebatarles la legitimidad como proveedores imparciales de información. El propósito abierto, erosionar su papel como mediadores ante la opinión pública y sustituirlo por una relación no mediada entre él, Andrés Manuel, y “el pueblo”.

Por lo mismo, presenta a los periodistas en general -pero se solaza con los más famosos- como una casta elitista. Prueba de que son elitistas es que no lo justiprecian (o, para decirlo en sus palabras, no le tienen respeto). Se vanagloria de que su gobierno les permite hacerlo, porque es democrático, pero al hacerlo se compara con Francisco I. Madero y otros próceres que no gozaron de buena prensa, o de prensa unánime, en su momento.

Se presenta, pues, como una víctima que tiene que hacer uso de la legítima defensa ante el ataque de las elites periodísticas, tan cosmopolitas y burguesas. Y esa “legítima defensa”, ese “derecho de réplica” se traducen en una serie de ataques cotidianos destinados a que una parte de la opinión pública considere que los periodistas profesionales son una panda de rufianes… que no merecerían solidaridad alguna.

Ya que no podemos regresar del todo a los viejos tiempos del PRI totalitario, en donde la nota principal siempre iniciaba con “El presidente Ruiz Cortines…”, la idea detrás de todo ello es que haya redes paralelas de información. Por un lado, quienes se informan con los periodistas profesionales, y que preferentemente serán las minorías letradas. Por el otro, quienes han sido empujados a desconfiar de la prensa y se informan por vías alternativas, que suelen estar peleadas con la verdad y que a veces se agarran de las hipótesis más delirantes para explicar las cosas. En ese río revuelto, hay ganancia de pescador.

En el camino, bajo la lógica del dejar hacer y dejar pasar, se mantiene un clima de violencia que amenaza la libertad de expresión, tanto de los periodistas famosos como de los que no lo son. Supuestamente, los periodistas gozan de un mecanismo especial de protección, pero se ha visto en años recientes que sólo funciona para algunos que dicen ser del gremio y que en realidad son propagandistas del gobierno.

La organización Artículo 19 ha documentado que los ataques a trabajadores de la prensa han aumentado en 85 por ciento en los últimos tres años. No es que se trate, ni necesaria ni primordialmente, de ataques provenientes del Estado, pero sí de agresiones que se dan en el contexto de un Estado ausente, omiso. Y se dan también por la gran impunidad que hay al respecto.

Habría que esperar que, al menos en el simbólico caso de Ciro Gómez Leyva, las investigaciones sean exhaustivas y se conozcan autores materiales e intelectuales, así como las motivaciones.

Pero tal vez sea esperar demasiado, si creemos, con López Obrador, que la verdadera víctima es él. Siempre él. Todo él.

Lee también

fabaez@gmail.com

www.panchobaez.blogspot.com

Twitter: @franciscobaezr