Opinión

Dedico unas líneas a esta doble celebración: la de la pieza del dramaturgo italiano que ha superado con creces el paso del tiempo y sigue siendo en todo sentido una obra contemporánea; y la del rigor y la vocación de nuestra principal compañía teatral

Pirandello en Chapultepec

Especial

1.

Para celebrar el primer centenario de una las obras teatrales que rompieron y revolucionaron el concepto mismo de la representación teatral, la Compañía Nacional de Teatro del INBAL encargó al dramaturgo mexicano y director de escena, David Olguín, una adaptación de la obra célebre de Luigi Pirandello, “Cada quien a su manera” (1924).

Dedico unas líneas a esta doble celebración: la de la pieza del dramaturgo italiano que ha superado con creces el paso del tiempo y sigue siendo en todo sentido una obra contemporánea; y la del rigor y la vocación de nuestra principal compañía teatral, que encuentra sus propios particularismos y vetas de creatividad en el horizonte inagotable del teatro universal.

Rigurosa en su lectura del texto original, y al mismo tiempo con la flexibilidad que se requiere para trasladar la acción al tiempo presente, la adaptación de David Olguín alude al título mismo de la obra: “cada quien a su manera”.

Cumple a carta cabal con la propuesta pirandelliana de trastocar la frontera habitual entre el escenario de representación y el público (la famosa cuarta pared), y aporta a esa ruptura -de sí canónica- una nueva temporalidad que incorpora la actualidad de las redes sociales, de los influencers, de los afanes de la corrección política, de la insumisión beligerante de los nuevos feminismos, o el decadentismo de eso a lo que todavía llamamos “la farándula” en el país de Paty Chapoy.

Un Pirandello adaptado a la “era del vacío” a la que se refirió Gilles

Lipovetsky. El inopinado premio Nobel de literatura en 1934, traído a los tiempos inciertos, fluidos y no binarios de la “post verdad”, cuando acas o nos hemos convertido en la retaguardia de las antiguas vanguardias, en este México tan nuestro donde seguimos a la búsqueda de la “verdad histórica”, no menos que de “likes” en instragram.

Teatro dentro del teatro, teatro que habla del teatro, capas de

representación que se superponen a otras capas de representación hasta diluir la frontera entre lo ficcional y lo verdadero, con el concepto de lo “meta teatral” Pirandello inventó una nueva modernidad irreverente y elusiva para el teatro o, mejor dicho, lo acercó -sin nombrarlo así- al paradigma posmoderno.

2.

“Cada quien a su manera”, segunda pieza de la célebre trilogía del “teatro en el teatro” -la primera y aún más conocida fue “Seis personajes en busca de autor” (1921) y la tercera, “Esta noche se improvisa la comedia” (1928)- es también una reflexión paralela sobre la subjetividad humana y el papel que desempeñan las percepciones individuales en la construcción de la realidad.

Al igual que su contemporáneo Benedetto Croce -con quien sostuvo una prolongada y amarga enemistad- Pirandello cuestionó las certezas tradicionales heredadas del siglo XIX, en una época recién sacudida por los horrores de la Gran Guerra, cuando no sabían que era apenas la primera de dos guerras mundiales.

Desde la filosofía de la historia, Croce, y desde la literatura y la dramaturgia,

Pirandello, los dos italianos atestiguaron el derrumbe de un mundo y el nacimiento de algo nuevo. Ambos refutaron -valga decir, “cada uno a su manera”-, la idea positivista y decimonónica de que la realidad es objetiva, asequible y estática.

Curiosamente la incordia mutua los separó, pero el tiempo terminó por ponernos en caminos paralelos. Croce dijo de Pirandello que, cómo dramaturgo, era un filósofo muy malo; Pirandello le reviró, afirmando que Croce era un historiador frustrado venido a filósofo.

3.

Cuando decimos que Pirandello “rompió la cuarta pared”: es porque logra que los actores sean de algún modo conscientes de su condición como entes ficticios, permitiendo a los actores y a los espectadores participar activamente en el desarrollo de una trama más bien oblicua y resbaladiza.

La historia, como ya apuntamos, gira en torno a una obra dentro de otra

obra que se sale en su desarrollo de la obra misma, sólo para regresar a ella convertida en “otra cosa”, hasta culminar en algo -casi indistinguible en los términos narrativos del teatro tradicional- que confronta al espectador y lo extravía en el dilema de lo real y de lo irreal, sólo para arrinconarlo en algo que se parece más a la perplejidad, que a la certeza de quien observa una representación de la vida misma desde la comodidad y la seguridad de una butaca.

La relación entre el arte y la vida se explora a través de los dilemas

morales y psicológicos que surgen cuando los personajes, unos dentro del escenario (decididamente ficticios) y otros fuera del escenario (aparentemente reales) se confrontan y convocan a un público secuestrado a estas alturas entre lo real evanescente, y lo manifiestamente falso.

El conflicto central de la obra no se cumple entonces en la acción en sí, sino en las reacciones de los actores, del público, y de los propios personajes que ejercen “su derecho a existir”. Frente a lo que estamos es ante la intersección abrumadora entre la ficción y la realidad.

Es esta pues una exposición radical del concepto de la meta teatralidad.

Pirandello invita al espectador a cuestionar continuamente lo que está viendo.

Desde el principio, la obra establece que lo que sucede en el escenario no es una simple representación teatral, sino una reflexión activa sobre el proceso de creación artística. Los personajes discuten su papel dentro de la obra, y la relación entre la ficción escenificada y sus vidas personales, creando una narrativa donde las líneas entre actor y personaje se desdibujan.

En este sentido, Pirandello anticipa el concepto de “meta” que en la actualidad impregna diversos campos de la narrativa -incluyendo el cine, la televisión- e incluso la historia -recordemos la noción de metahistoria que postuló en 1973 Hayden White-. La obra no sólo es consciente de sí misma, sino que también involucra al público en este proceso de autoconciencia.

A la manera de Bertolt Brecht, los espectadores son constantemente

alertados de que lo están viendo es una obra de teatro, pero también una extensión de la realidad. Lo que deriva necesariamente en una reflexión sobre su propio papel como observadores y sujetos de la historia, mientras que los personajes no sólo deben lidiar con los conflictos derivados de la confusión entre arte y vida, sino también con la incapacidad de definir quiénes son realmente.

Pirandello -y Olguín con él- plantea una preocupación filosófica

fundamental: la imposibilidad de alcanzar una verdad absoluta. La obra nos demuestra que cada individuo -incluidos actores, críticos y público- tienen su propia versión de la realidad, lo que nos lleva a preguntarnos si acaso hay alguien que puede acceder a la “verdad” en su inabarcable totalidad. La realidad es, en última instancia, una construcción subjetiva, donde cada quien interpreta los eventos “a su manera”, de ahí el título de la obra.

Al crear un espacio teatral donde lo ficticio y lo real se entremezclan, nos deja con la inquietante reflexión de que quizás nunca podamos comprender la totalidad de lo que somos o lo que vemos. Cada quien, al final, tiene su manera de percibir y dar sentido a la vida, y esta pluralidad de visiones es, según Pirandello, lo que define la complejidad de la condición humana.

4.

“Cada quien a su manera”, que cuenta, entre otras, con las actuaciones

magistrales de tres miembros permanentes del electo de la CNT (Julieta Egurrola, Martha Ofelia Galindo, y Óscar Narváez). Se presenta de jueves a domingo, hasta el ocho de diciembre, en el Teatro Julio Castillo del Centro Cultural del Bosque.

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