Opinión

Eclipse opositor

El Frente Amplio se reúne para discutir el futuro de México
Los dirigentes nacionales Marko Cortés (PAN), Alejandro Moreno (PRI) y Jesús Zambrano, (PRD) Los dirigentes nacionales Marko Cortés (PAN), Alejandro Moreno (PRI) y Jesús Zambrano, (PRD) (Cuartoscuro)

Frente a la nueva hegemonía política y cultural que impulsa el grupo gobernante destaca el acentuado declive opositor. La definitiva desaparición del PRD, las pronunciadas fracturas al interior del PRI, la apuesta por el continuismo en el PAN, así como la presencia testimonial de MC que se muestra sectario y marginal, son solamente algunos ejemplos de la profunda crisis en que se encuentra la oposición mexicana. A esta situación se suman los anunciados esfuerzos para integrar una nueva fuerza política que por lo que se observa, carece de ideas sobre el futuro más probable que adoptará la trasformación del país, además de que adolece de estrategias creíbles para la inclusión de los ciudadanos, desdeñando la necesidad de construir los incentivos simbólicos que se requieren para dar cabida a nuevas identidades políticas y prácticas alternativas. Todos los partidos en nuestro país se dirigen a la obsolescencia producto del agudo verticalismo que caracteriza su conducción gerencial y del alejamiento cada vez mayor de sus electores. Estas prácticas confirman el agotamiento de la modalidad organizativa expresada en el partido político.

Las oposiciones nacieron para controvertir en el espacio público al gobierno y para disputarle el consenso social. No obstante, y justo en un momento como el actual, caracterizado por un cambio de época que ofrece la oportunidad histórica para proponer una nueva mirada sobre los problemas de México, los partidos opositores aparecen anclados irremediablemente a la cultura del viejo mundo político. Los partidos tradicionales manifiestan serias dificultades para interpretar las necesidades de los ciudadanos, en medio de la creciente percepción social de que solamente privilegian sus intereses, son ineficientes y oligárquicos. Ellos se encuentran excesivamente burocratizados y afectados por la corrupción. La época de la democracia de los partidos ha concluido. Los partidos políticos tradicionales representaron un fenómeno temporal y específico en un determinado contexto histórico, por lo que resulta necesario asumir que ya no son posibles en la forma y la estructura con la cual los conocimos. No solo se encuentran en crisis en términos organizativos, sino también en su dimensión programática.

Los partidos abandonaron las ideas cuando más se necesitaban. Ellas son un requerimiento en las sociedades en proceso de cambio y además, no existe política sin ideales. Las ideas no se encuentran paralizadas. Las grandes concepciones, los principios y las visiones del mundo tienen siempre sus raíces, como las plantas. Sin embargo, raramente permanecen estáticas. Las ideas se mueven y cambian de hábitat como las aves de paso. Es justamente lo que ha sucedido con los grandes ideales que encarnó nuestra transición política y que estaban representados por la defensa de los débiles, de la libertad de pensamiento y de la cultura como vía privilegiada a la igualdad. Actualmente, estas ideas no habitan más en nuestro proceso de cambio político. Algunas deambulan sin rumbo en los distintos espacios y otras de plano han desaparecido del escenario nacional. A divagar sin una meta precisa es, sobre todo, la idea de la cultura como un instrumento de emancipación de los sectores populares. Una idea viva hasta hace algunos decenios, pero que hoy aparece olvidada por el acentuado pragmatismo adoptado por la anquilosada política mexicana.

Un sistema político sin oposiciones difícilmente será un sistema democrático, por lo que ante el sistema de partido hegemónico que se está configurando en nuestro país –que Giovanni Sartori denominó: “sistema de partido-Estado”- no existe la interacción necesaria para dar forma a los procesos de competencia-colaboración que se requieren en cualquier sistema pluralista. El partido único controlará a la sociedad y en cierto sentido la encadenará. La muerte del pluralismo democrático surgirá de la consideración de que un partido único es suficiente para representar a todos y para imponer el orden político en sociedades que consideran homogéneas.

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