Cuando todo parece empeorar, un angelical diálogo desmonta la potencia perniciosa de la demagogia proveniente del apetito hegemónico, del reavivamiento de un conflicto nacionalista por un territorio o por la renovación del liderazgo de la principal iglesia global a juzgar por número, así sea declinante de feligreses.
La incertidumbre bursátil, internacional, clerical o corporativa se disuelve en el aire por la oportunidad de un diálogo reanimado en las madrugadas, como una fumata blanca inesperadamente reinstaladora de la continuidad de la paz. Recuperamos calma en las ciudades.
Misiles de pólvora o retórica incendiaria.
La tregua entre India y Pakistán, aunque cuestionada sobre su veracidad, marca una inflexión profunda. Tras décadas de escaramuzas en la frontera de Cachemira, acusaciones de terrorismo patrocinado y la amenaza nuclear siempre latente, ambos gobiernos frenan la hostilidad militar directa. La intervención oportuna del gobierno de Donaldo Trump, esto es, de las personas menos inestables de su gabinete, permite recuperar aliento.
Los antagonismos más antiguos o histriónicos pausan. Resurge la voluntad de reordenar prioridades patrocinadas por el trivialmente odioso pero indispensable hegemón.
En la misma línea, el tímido, pero real anuncio de la posible reanudación de conversaciones entre Ucrania y Rusia plantea una grieta en el relato de guerra sin fin. El diálogo no es capitulación, es supervivencia. Como decía Carl Schmitt: incluso en la guerra hay un reconocimiento del enemigo como sujeto político.
Igual de significativo es el reacercamiento comercial entre Estados Unidos y China. Luego de las medidas arancelarias superiores al 100 por ciento entre ambos, los gigantes retoman canales económicos estratégicos. Pragmatismo internacional. Las cadenas de suministro siguen profundamente entrelazadas: la nación asiática no puede dinamizar su economía sin el mercado estadounidense y éste no puede desacelerar su inflación sin productos baratos y componentes chinos.
“Quizás las diferencias no eran tan grandes como tal vez se pensaba”, según dijo el representante comercial de Estados Unidos, Jamieson Greer, quien participó en las conversaciones con el Secretario del Tesoro, Scott Bessent, y el Viceprimer Ministro chino, He Lifeng.
Hannah Arendt lo advertía: la política empieza cuando dejamos de actuar como animales impulsivos y comenzamos a hablar, a persuadir, a imaginar otro modo de estar juntos.
En medio, la voz del nuevo Papa, León XIV, resuena con una gravedad trascendente. Hablar de una “Tercera Guerra Mundial fragmentada” no es sólo una metáfora, es descripción del mundo: conflictos locales interconectados, economías en tensión, poblaciones desplazadas, ciberataques, crisis migratorias. No hay guerra total, pero hay miles de guerras pequeñas erosionantes de la paz universal.
Y contra eso, el vicario de Cristo, Robert Prevost pide una “paz auténtica y duradera”, con el diálogo como antídoto, una forma de enfrentar el caos sistémico.
En las ciudades, los territorios donde viven las consecuencias de las decisiones globales, la expectativa es clara: los líderes transitan del balbuceo al diálogo real, los países cooperan antes de colapsar. Las ciudades construyen redes de acción climática, alianzas para movilidad urbana, intercambios culturales, economías sociales, como el caso de la capital nacional con la Jefa de Gobierno, Clara Brugada, en sintonía con la Presidenta Claudia Sheinbaum y en aprovechamiento de la serenidad táctica indispensable a los países menos favorecidos en el apalancamiento frente a las potencias.
El diálogo no es, como creen los cínicos, acto de debilidad. Es afirmación de poder civilizatorio. Jürgen Habermas lo dejó escrito, el lenguaje es el espacio donde se juega la legitimidad. La digna acción comunicativa es la base de toda democracia real.