Opinión

La formación de maestros

Salón de clases en México

Uno de los mayores problemas que enfrentan las universidades es la formación de sus maestros. La preocupación nace de muchas circunstancias convergentes: las bajas tasas de aprendizaje (eficiencia terminal baja), la presión que ejercen sobre la educación los nuevos métodos tecnológicos, la consagración de la sociedad del conocimiento y la sensación muy extendida entre el público de que la educación de hoy más mala que la de antes.

Formar maestros en la universidad es una tarea que presenta múltiples dificultades. Primero, hay que definir de qué maestros estamos hablando: en la universidad hay maestros de tiempo completo, de tiempo parcial y por horas. Al parecer los de tiempo parcial son, en México, la mayoría. Por otro lado, los docentes están adscritos a distintas carreras o distintos departamentos. ¿Maestros de qué carrera?

¿Qué aspectos de los sujetos se desean “formar”? Entendemos, de entrada, que la “formación” debe enfatizar los aspectos pedagógicos. Dicho llanamente, se asume que el maestros domina su materia pero se quiere enseñarle conceptos pedagógicos y, además, técnicas y estrategias de enseñanza (didáctica) para que enseñe mejor. En otras palabras, se quiere formar una cierta cultura pedagógica en el magisterio universitario y dotarlo de determinadas habilidades para perfeccionar su práctica.

¿Cómo abordar la tarea? ¿Con qué métodos?

Hay muchos métodos. Desde los tradicionales, que se enfocan en los contenidos, cursos didáctica, formación de competencias, la la enseñanza con grupos colaborativos, etc. Uno, que se ha difundi mucho, y por el cual yo me inclino, se enfoca en cambiar las concepciones y creencias que tienen los maestros y, necesariamente, los alumnos, sobre el trabajo que realizan dentro del salón de clases.

El objetivo es el mismo: lograr mejores resultados de aprendizaje. O, de manera más amplia: se trata de edificar una cultura del aprendizaje en el marco de la sociedad del conocimiento --que, nos guste o no--, esta definiendo nuevas metas y nuevo medios para la educación.

Tomemos un ejemplo de uso elemental de las tecnologías en el aula: la “clase invertida” (Bergman y Sams, 2014). La clase invertida nació del descubrimiento de un diaporama de Power Point que admitía voz y anotaciones para, enseguida, convertir el registro en un fichero de videos fáciles de ditribuir en línea. Estos productos se conviertieron en recursos adecuados para atender los vacíos y ausencias de los alumnos durante la clase aunque, más tarde, la técnica se generalizó y hoy es utilizada de manera nás integral en muchos lugares del mundo.

Pero volvamos-- al tema central: el enfoque de cambio en los conceptos e ideas que los profesores --y sus alumnos—tienen sobre el proceso de enseñanza. No se trata solo de un cambio de contenidos, sino de cambiar también las formas de enseñar y aprender, en suma, se busca gestionar el conocimiento en esos espacios institucionales.

En el libro Nuevas formas de pensar la enseñanza y el aprendizaje. Las concepciones de profesores y alumnos (Juan Ignacio Pozo et al, Grao, 2006) los autores se proponen repensar de maner conjunta nuestra concepciones y nuestras prácticas sabiendo que más allá de sus frecuentes disociaciones son dos puntos de apoyo esenciales para mover la educación en la dirección que deseamos, en lugar de dejarnos arrastrar de forma inconsciente por las inercias y las añoranzas de nuestra popia historia educativa, tanto personal como cultural.

Lo que exige, en primer lugar, esta estrategia es investigar para conocer conceptos y creencias, para ello hay que utilizar metodologías diversas: análisis experimentales, uso de cuestionarios, entrevistas clínicas, observaciones, registros de discurso dentro del aula, relatos autobiográficos, etc.

Para ello se debe asumir que hay doble legado del pasado: 1) el de las creencias. “las creencias son la base de nuestra vida” (Hanna Arendt). Las creeencias que heredamos, con frecuencia sin tener conciencia de ellas, sin saber que las tenemos, nos proporcionan representaciones bastante eficaces sobre el mundo natural y social. Forman parte de las preconcepciones (misconceptions) de alumnos y maestros. 2) El sistema cognitivo, una mente humana, que no solo hace posible sino necesario, el aprendizaje como un actividad social y cultural. Todos heredamos una cultura del aprendizaje, esta herencia se apoya en otra más básica que forma parte del diseño cognitivo de nuestra mente. La capacidad de saberlo que sabemos y, por tanto, también lo que ignoramos, pero también de intuir o imaginar lo que otros saben, así como la capacidad de compartir, intercambiar con los demás nuestras representaciones

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