Opinión

“La única adicción saludable es la del amor”

Protestas en Puerto Rico
El expresidente de EU, Donald Trump, advierte que en su administración habrá castigo contra quienes atenten o dañen la bandera de su país/ El expresidente de EU, Donald Trump, advierte que en su administración habrá castigo contra quienes atenten o dañen la bandera de su país/ (Archivo)

Pepe Mujica no fue el primero, desde la izquierda, en expresar la idea de que el amor es, o debería ser, el motor de la acción política. Su historia le permitió que esta y otras ideas fueran asumidas parcialmente como parte del discurso de izquierda, aunque no necesariamente en su práctica política.

Tampoco cejó en su crítica al sistema económico formulada con sencillez: “Cuando compras algo, no lo compras con dinero, sino con el tiempo de vida que tuviste que gastar para tener ese dinero. Pero con la diferencia de que la única cosa que no se puede comprar es la vida. La vida se gasta. Y es miserable gastar la vida para perder libertad”.

Mújica murió el 13 de mayo, en la víspera de convertirse en nonagenario. Guerrillero, fundador de los Tupamaros, preso casi 14 años, político, legislador, ministro, presidente del Uruguay, el paisito (2010-2015). Su partida marca el principio del fin de un ciclo de la historia de la izquierda latinoamericana.

El ciclo terminará con la presidencia de Luis Ignacio Lula da Silva (79 años), la diferencia entre ellos no sólo es cronológica, sino que cualitativa, pues el origen político de ambos es diferente. Uno viene de la lucha armada y otro del sindicalismo, aunque comparten su combate contra las dictaduras militares que gobernaron sus países y el combate contra la desigualdad de todo tipo.

Independientemente de la visión que se tenga sobre los logros y fracasos de los gobiernos izquierdistas en el Continente, es indispensable analizar lo que se vislumbra como el fin de un ciclo económico y político y él inició de otro con nubarrones de incertidumbre.

Cualquier reflexión sobre la izquierda latinoamericana tiene un componente geopolítico determinante: los Estados Unidos. El antiimperialismo latinoamericano nace en los movimientos independistas siglo XIX y se consolida como un mecanismo de resistencia natural a la Doctrina Monroe (1823), que surge al considerar cualquier intervención europea en América como un agravio directo a los Estados Unidos, quien pronto consideró al continente como su zona de influencia natural con pleno derecho a intervenir en sus asuntos internos y aprovechar sus recursos naturales para su desarrollo económico.

Las revoluciones Mexicana y Rusa fortalecieron la difusión del pensamiento socialista y nacionalista, que se amalgamaron de diferente forma en cada país del Continente. También se constituyeron partidos comunistas promovidos por la Unión Soviética.

Es así como la ideología nacionalista es previa a la difusión de los postulados socialistas, desde el anarquismo hasta el marxismo. En el caso de México los principios de autodeterminación de los pueblos y la solución pacífica de los conflictos tiene su nacimiento desde los Sentimientos de la Nación de Morelos y se consolidan con Benito Juárez, después de las amargas experiencias de la invasión y cercenamiento del territorio nacional efectuado por los Estado Unidos y la invasión francesa y el efímero imperio de Maximiliano de Habsburgo.

A lo largo del siglo XX, los Estados Unidos intervinieron en diversos países, de América Latrina, mediante estrategias diplomáticas, económicas y militares. Estas intervenciones estuvieron motivadas por intereses económicos y geopolíticos ataviados, durante la Guerra Fría, con el ropaje del anticomunismo y la defensa de la democracia.

Los albores del siglo XX vieron la manifestación violenta de la hegemonía estadounidense sobre Latinoamérica. Cuba convertida en protectorado, la invasión a Nicaragua y la resistencia encabezada por Cesar Augusto Sandino, la separación de Panamá de la República de Colombia (1903) para construir el canal por empresas estadounidenses.

Invasiones a República Dominicana (1916), Haití (1915) y Honduras (1924). En México se instauró un régimen autoritario, que actuó pragmáticamente en sus relaciones con la Unión Americana. Lo que le permitió construir cierto tipo de Estado de Bienestar sin modificar los patrones de acumulación de capital, sin incomodar el ánimo anticomunista de la gran potencia.

Por otro lado, también, paulatinamente, se implantaron dictaduras, con el respaldo y promoción de los Estados Unidos, cualquier intento gubernamental reformista fue catalogado como comunista y, en consecuencia, considerado un atentado a la democracia. Así es como las dictaduras se multiplicaron: República Dominicana (1930), Honduras (1933), Nicaragua (1937), Panamá (1941), Venezuela (1952), Cuba (1952), Colombia (1953), Guatemala (1954), Paraguay (1954), Haití (1957), Bolivia (1971), Ecuador (1972), Chile (1973), Uruguay (1973), Argentina (1976), Brasil (1979), Panamá (1983), Perú (1985). El régimen autoritario mexicano fue ajuarado con enseres barnizados ideológicamente como democráticos.

La proliferación de las dictaduras militares se dio ante el temor de que el ejemplo de la Revolución Cubana (1959) cundiera en América Latina. El fracaso de la invasión a Cuba con la derrota de los mercenarios, patrocinados por la CIA, en Bahía de Cochinos (1961), la crisis de los misiles (1962) y la derrota en Vietnam (1979) contribuyeron a que la Guerra Fría incrementara la temperatura de las tensiones entre Estados Unidos y la Unión Soviética.

La represión de los regímenes autoritarios o dictatoriales prohijados por Estados Unidos y el triunfo de los revolucionarios cubanos incidieron en la visión, de la izquierda, de que la vía armada era la alternativa para alcanzar el poder, que se fortaleció con el triunfo de la revolución Sandinista en Nicaragua (1979). La izquierda reformista tuvo que replegarse ideológicamente.

La disfuncionalidad de las dictaduras militares para mantener la estabilidad política, la caída del muro de Berlín, la desaparición de la Unión Soviética, el desarrollo de un capitalismo de Estado en China, las transiciones democráticas (1980-2000) y el desdibujamiento de la socialdemocracia europea con el fracaso de la “tercera vía” dejaron a la izquierda sin brújula ideológica.

Ante el páramo ideológico Norberto Bobbio (Derecha e Izquierda,1994) y Eric Hobsbawm (Cómo cambiar al mundo) fueron vientos novedosos que abonaron la senda de un pensamiento fresco para buscar el cambio social en medio de un mundo globalizado y unipolar.

La lucha contra cualquier expresión de desigualdad y la búsqueda de una alternativa al liberalismo político y económico, que por separado o en conjunto no proporcionan una salida a los problemas que enfrenta el mundo actual, permite a una nueva generación considerarse de izquierda.

Una de las virtudes de los procesos de transición fue que la izquierda salió de las catacumbas de la marginalidad y convertirse en actor político relevante. En América Latina se ha dado una ola de gobiernos de una izquierda variopinta, desde Hugo Chávez y Nicolás Maduro (Venezuela), Luis Ignacio Lula da Silva (Brasil), Nestor y Cristina Kirchner (Argentina), Evo Morales y Luis Arce (Bolivia), Michel Bachelet y Gabriel Boric (Chile) y Andrés Manuel López Obrador y Claudia Sheinbaum (México).

Son diversos los retos que la izquierda enfrenta desde el timón gubernamental. El primero es sin duda la de redefinir el desarrollo. No es suficiente promover políticas de redistribución, inversión en educación y salud, y fortalecimiento del papel del Estado. Empleo formal y salario digno son los primeros actos de la búsqueda de la justicia social.

Se debe de modificar el modelo de acumulación de capital implementado por el globalismo neoliberal y Trump no es diferente, pero para ello no son suficientes los esfuerzos nacionales, hace falta una acción multinacional regional. Tal vez Brasil sea el único país que lo está intentando con su participación en el grupo de los BRICS, corriendo el riesgo de salir de la zona de influencia de una potencia para caer en otra.

Otro reto es la presencia de las pulsiones autoritarias o francamente dictatoriales, que, aunado al crecimiento de la ultraderecha, el ejemplo icónico es Argentina, con el gobierno de Javier Milei, abren la puerta a retrocesos.

Un reto cultural consiste en recuperar el legado ético de la izquierda, de la que Pepe Mujica nos deja un legado invaluable, porque su congruencia se sintetiza en la frase de un obrero anónimo sobreviviente de la huelga de Río Blanco (1907): “dejar de luchar es principiar a morir”.

*Profesor UAM-I,

@jsc_santiago

www.javiersantiagocastillo.com

Tendencias