
“Nuestros actos prosiguen su camino,
que no conoce término.
Maté a mi rey para que Shakespeare
urdidera su tragedia”.
Así escribió Borges sobre Macbeth. Hoy, en complicada comparación por los lamentos escoceses tras el asesinato de Duncan por la daga y la pérfida lengua de Lady Macbeth, la lectura shakespiriana encuentra complejas comparaciones entre los conflictos del poder en aquel reino de sombras y aquí en la tierra del águila y la serpiente donde hace mucho no ocurre un regicidio.
Los siguientes son párrafos de los parlamentos de los actores del drama inmortal, como inmortales son sus versos y sus sueños.
“Igual que del lugar de donde nace el sol, nacen tormentas de naufragio y truenos espantosos, así, del manantial de que el aire no pareció surgir, el desaliento brota…
“Como el heno lo tengo que secar: y ni noche ni día dormirá debajo de la curva de sus párpados; ha de vivir como los condenados, nueve veces por nueve, siete noches insomne; que se consuma lánguido y se agote. Y no se pierda su velero, pero lo azote el viento…
“…Tú quisieras ser grande, no te falta ambición, aunque sí el odio que debe acompañarla. Quisieras obtener con la virtud todo lo que deseas vehemente; no quieres jugar sucio, aunque sí triunfar con el engaño.
“¡Arrancadme mi sexo y llenadme del todo, de pies a la cabeza, con la más espantosa crueldad! ¡Que se adense mi sangre, que se bloqueen todas las puertas al remordimiento! ¡Que no vengan a mí contritos sentimientos naturales a perturbar mi propósito cruel, o a poner tregua a su realización! ¡Venid hasta mis pechos de mujer y transformad mi leche en hiel, espíritus de muerte que por doquier estáis -esencias invisibles- al acecho de que Naturaleza se destruya!
“Para engañar al mundo, toma del mundo la apariencia; pon una bienvenida en tu mirada y en tus manos y lengua; procúrate el inocente aspecto de la flor, pero sé tú la víbora que oculta. Habremos de atender al que ha de venir y tendrás que dejar que sea yo quien se ocupe esta noche de nuestro gran proyecto que dará a nuestros días venideros y a todas nuestras noches absoluto dominio soberano, y el poder.
¿Quién puede ser, a un tiempo, sabio y necio, ponderado y furioso, leal e indiferente? Nadie.
“Hemos herido a la serpiente, no le hemos dado muerte; volverá a revivir y a ser la misma; nuestra malicia, pobre, a merced, quedará de mordeduras, como antes. Que la máquina del mundo se desmembre, que cielo y tierra sufran antes que comer con miedo, y que dormir con la aflicción de estos horrendos sueños que nos agitan en la noche; mejor estar con los que han muerto, a quienes para obtener la paz a la paz enviamos, que yacer con la mente atormentada en un delirio que no cesa.
Será con sangre, dicen; la sangre llama a sangre.
Este tirano, cuyo solo nombre úlcera nuestra lengua, pasaba por honesto. Vos le tuvisteis un afecto sincero.
Hay una muchedumbre de infelices que espera que él los cure. Sus males ya superan el gran esfuerzo de la ciencia; pero un simple contacto, tal es la santidad que a su mano dio el cielo, los cura de inmediato.
¡Maldita sea la lengua que me habla así, y que de esa manera abate lo mejor de mi ser! Nadie crea de nuevo en los demonios impostores que con dobles sentidos se burlan de nosotros, manteniendo promesas que al oído susurran, y no cumpliendo nuestras esperanzas”.
La historia de Macbeth es en cierto modo un compendio de “realpolitik”. También --si viniera de la Pluma de Tomás de Quincey--, un elogio del arte de asesinar, cuyo summum es el magnicidio.
Lo más mexicano del texto se cifra en estas líneas. Adivinación y diagnóstico:
“Será con sangre, dicen; la sangre llama a sangre”.
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