Opinión

Escuchar con los ojos: el alma en las manos

Mujer joven usando lenguaje de señas
Mujer joven usando lenguaje de señas Mujer joven usando lenguaje de señas (La Crónica de Hoy)

«No hay límites cuando las manos hablan lo que el corazón siente.»

Oliver Sacks

Cada 10 de junio, México celebra algo más que una fecha: celebra una forma distinta —y poderosa— de decir «aquí estoy». El Día Nacional de la Lengua de Señas Mexicana (LSM) no conmemora un invento, ni un decreto. Celebra una resistencia. Celebra una lengua que nació en el silencio impuesto, pero nunca calló. Porque la lengua de señas no es un código. Es una patria. Una lengua tan completa, tan viva, tan rica como cualquiera. Pero con una diferencia luminosa: no entra por los oídos, sino por los ojos. No se pronuncia con la lengua, sino con el cuerpo entero. Es una coreografía cotidiana donde las manos cuentan historias, hacen preguntas, gritan rabia o susurran amor.

Durante décadas, a miles de personas sordas se les exigía leer los labios, vocalizar, imitar. Se pensaba —erróneamente— que aprender señas era rendirse. Que se tenía que intentar comunicarse como los oyentes, que expresarse con libertad. La lengua que les pertenecía fue marginada, negada, prohibida. Pero la historia no se rinde. En 1866, bajo el gobierno de Benito Juárez, se fundó la primera Escuela Nacional para Sordomudos. Aunque seguía el modelo oralista, fue un primer paso. Pasaron más de cien años para que esa lengua silenciada fuera reconocida por la ley. Solo en 2005, la Lengua de Señas Mexicana fue declarada oficialmente lengua nacional y patrimonio lingüístico de nuestro país. Desde entonces, sus signos comenzaron a entrar —con dignidad— en las escuelas, en la televisión, en los espacios públicos. Pero el cambio más hondo no ocurre en las leyes, sino en las miradas. Ocurre cuando un niño sordo puede entender a su maestra sin miedo. Cuando una madre puede hablar con su hija sin que nadie traduzca el amor. Cuando alguien, por primera vez, escucha con los ojos.

Hoy, más de 300 mil personas usan la LSM todos los días. Y no solo para pedir ayuda o dar las gracias. También para hacer poesía, teatro, cine, TikToks. También para enamorarse. También para reírse a carcajadas. Porque no hay sonido que valga más que una vida bien dicha. Pero aún hay barreras. En muchos hospitales no hay intérpretes. En tribunales, en escuelas, en oficinas públicas… todavía se exige leer labios, todavía se castiga el gesto, todavía se discrimina el silencio. Por eso no basta con celebrar. Hay que comprometernos: formar más intérpretes, incluir la LSM como asignatura escolar, traducir el país entero a manos abiertas. Y sí, hay esperanza. En plataformas como TikTok o YouTube, jóvenes sordos están contando su mundo sin pedir permiso. Están enseñando que la lengua no necesita sonido para ser poderosa. Están demostrando que las manos también sueñan.

Celebrar este día es eso: recordar que la lengua de señas no es una herramienta de inclusión. Es una forma completa, compleja y hermosa de habitar el mundo. Es una prueba viva de que el silencio no es ausencia: es otra forma de presencia. Porque cuando las manos hablan, el alma se vuelve visible.

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