Opinión

Los Ángeles y la disrupción trumpista

Golpe de Trump a los inmigrantes El mandatario podrá revocar el programa humanitario que permitía residencia y permiso laboral a personas de países con conflictos. (EFE)

Prácticamente, el mundo entero esperaba que el segundo periodo presidencial de Donald Trump fuera mucho más disruptivo que el primero, tanto en política económica como en política interna. Pero sólo una minoría imaginaba las proporciones de la disrupción y la velocidad con la que está llevando a cabo. El republicano no lleva ni siquiera cinco meses en su nueva estancia en la Casa Blanca.

La disrupción trumpista ha causado estragos en la economía mundial, y notablemente en los propios Estados Unidos, ha disminuido la capacidad de EU para mantenerse en el mediano plazo como la gran potencia mundial y amenaza con fracturar el tejido social e institucional estadunidense, enfrentando al gobierno federal con los estados que no se pliegan a sus designios, como se ha visto en el caso de California.

Vayamos por partes. En lo económico, Trump y sus aliados republicanos van por recortes severos al gasto social, particularmente en los apoyos de salud (Medicare) y alimentación (Food Stamps), lo que empobrecerá al quintil más pobre en ese país; al mismo tiempo, los recortes en impuestos para las grandes empresas y el sector más rico de la población son de tal magnitud, que el déficit público se dispara en 3.8 billones de dólares. Los recortes que armó Musk en su breve y destructor paso por el gobierno, son gotas de agua en el mar, pero fueron suficientes para abrir huecos en zonas donde no se podía abrirlos y para crear incertidumbre y cuellos de botella en toda la administración pública federal. Cosas de la motosierra y la austeridad mal entendida, como aquí comprenderemos. Un gobierno de y para los muy ricos.

La política de aranceles de Trump, no vista desde los años 30, tiene dos efectos muy evidentes. Uno, interno, es la disminución de inventarios, que pega a muchas empresas, y el aumento de precios, que golpeará más a quienes dependen de su salario. El otro, global, y también ligado a los cambios constantes de posición del presidente de Estados Unidos, es la generación de una incertidumbre, no vista por generaciones, respecto a los posibles rendimientos de las inversiones productivas. Esa incertidumbre trae, como resultado natural, la posposición de esas inversiones y el aumento del capital que va a dar a los circuitos financieros en busca de algún rendimiento. Al final, menos crecimiento del esperado, en EU y en el resto del mundo, particularmente de los países que tienen amplias cuotas de comercio con Estados Unidos, como es el caso de México.

La capacidad de EU para mantenerse como potencia mundial en el mediano plazo no depende solo, ni principalmente, del “poder duro”, de la fuerza militar o de la fuerza de chantaje. Depende también, y de manera importante, del “poder blando”; es decir, de su influencia política y cultural, así como de la capacidad para generar conocimiento con perspectiva de futuro. Trump se enfoca a lo primero y desprecia los segundos.

En la medida en que Estados Unidos se está convirtiendo en un outlier político, y hace cosas como demandar a los jueces de La Haya, consecuentar a Putin y asociarse con todo tipo de tiranuelos (Bukele, por dar un ejemplo), pierde prestigio internacional. Con Trump lo está haciendo a pasos agigantados. Esto terminará por afectar su impacto cultural, que sigue siendo su mayor fortaleza.

Lo otro es igual de grave. El ataque trumpista a las universidades y al pensamiento crítico, que no es sólo a Harvard o a los estudiantes pro-palestinos, sino a toda la elaboración de ciencia. El resultado probable es una fuga de cerebros (en primer lugar decenas de miles de académicos extranjeros que hay allá) hacia otras partes del mundo donde se financien los proyectos y exista libertad. Con ello, una pérdida del liderazgo estadunidense en varias ramas del conocimiento.

En esta columna señalamos hace meses que el peligro más grande del gobierno trumpista para México era su política migratoria. No sólo por las disposiciones en sí, sino por la forma de aplicarlas, que tiene mucho de propaganda y juega a hacer más claras y separadas las líneas definitorias entre quienes apoyan y quienes rechazan a Trump. Es parte del manual del populista.

Las acciones de ICE en California -primero en San Diego, como experimento; luego en Los Ángeles, a lo grande- tienen como propósito exacerbar a las comunidades que apoyan a los migrantes, generar conflicto, hacerlos crecer con la ayuda de los medios, que suelen llamar “caos” a cualquier cosa, y terminar con un enfrentamiento entre el gobierno federal y los estatales. El asunto no es económico (no se deportará a millones, porque se caen la agricultura y la construcción, entre otros sectores), sino político y propagandístico. La idea es crear en el imaginario colectivo un enfrentamiento entre los patriotas republicanos y los entreguistas demócratas, según la versión trumpista.

Nunca un presidente de EU había enviado la Guardia Nacional sin el permiso del gobernador desde los años 60 del siglo pasado, cuando Kennedy se enfrentó al gobernador racista de Alabama, George Wallace, para imponer la integración racial. Ahora se hace para imponer una persecución que también tiene elementos raciales… y para jugar a las vencidas, estirando la cuerda del conflicto interno.

Así, un grupo de agentes represivos y desdeñosos de los derechos humanos, es aplaudido como un conjunto de héroes, por una parte, de la población, y atacado y calificado de nazis por la otra. Un grupo de manifestantes, pacíficos en su mayoría, pero con unos cuantos exaltados, es visto como ciudadanos ejerciendo sus derechos, por un lado, y como una horda de terroristas extranjeros, por la otra. De esas diferencias viscerales se alimenta el trumpismo.

Esta terrible combinación de factores debería pesar en el gobierno de México mucho más que la relación del primer Trump con el entonces presidente AMLO. Las condiciones son distintas, en lo económico, en la perspectiva de mediano plazo y, sobre todo, en lo humano. Una cosa es proceder con cautela, que seguirá siendo importante, y otra es mantener la actitud de siempre cuando, no sólo la retórica, sino también los hechos, reclaman una posición más firme, acompañada por acciones, no nada más declaraciones.

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