Opinión

El falso indigenismo

Hugo Aguilar

La llegada a la Suprema Corte de Justicia del ministro Hugo Aguilar, cuyo talento mayor parece ser el aprovechamiento político de su condición mixteca (casi como canción de López Alavés), con todo y la rentabilidad de su indumentaria bordada, trae a la mente una palabra casi en desuso: la mitografía, aplicada en las cuestiones historiográficas.

El siguiente análisis se debe a Juan A. Ortega y Medina y forma parte de un corpus sobre “Indigenismo e hispanismo en la conciencia historiográfica mexicana”, editado por el Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM.

Pero lo desventurado de estos temas es seguir discutiendo de ellos después de tanto tiempo. Grave cuestión para la evolución cultural mexicana resultar incapaces de comprender cabalmente los elementos constitutivos de la nacionalidad y seguir sobreponiendo sus componentes uno sobre otro, cada y cuando conviene a los vientos del interés político sexenal.

La IV-T ha canonizado a los “pueblos originarios” en bloque y en masa, en medio de una mitomanía (convertida en mitografía en los libros y discursos oficiales), en cuyos ecos, como antes se dijo, resuenan estas palabras:

“…Don Carlos María de Bustamante, historiador de la insurgencia y mitógrafo espectacular de la historia mexicana, fue uno de esos representantes de la tendencia liberadora, quien entre 1821 y 1822 fue en cierto modo el representante más impulsivo de la euforia política y de la pasión y orgullo patrióticos, empeñado firmemente en clausurar y renunciar irreflexivamente a su inmediato pasado histórico, es decir, a los tres siglos de historia colonial, por aceptar como dogma y principio de fe política que el pasado colonial había sido un lapso histórico no constitutivo de la nacionalidad.

“Gracias a la Independencia se habían cortado las ataduras con las que la atrasada (los atrasados son los vencedores; no los vencidos) , cruel y monopolista, España había trabado e impedido progresar a los mexicanos a partir de la conquista desgraciada de 1521.

“El México libre podría entonces emprender el vuelo y SOBRE LOS ANTIGUOS Y PROFUNDOS VALORES DEL MUNDO PREHISPÁNICO SUBYACENTE PERO AÚN VIVO, reanudaría (¿?) la gloriosa marcha interrumpida. Bustamante, apasionado y arrebatado historiador, escribe al respecto lo siguiente:

“¡Qué lágrimas no se han derramado en el discurso de tres siglos! Aquellos monstruos de barbarie e ignorancia, ¡cuántas trabas no pusieron a las ciencias, a las artes, al comercio y a la navegación! ¡Cuánto no trabajaron por perpetrar aquí la ignorancia y la superstición, armas fuertes con que se atan los ingenios y se vincula para siempre el reinado del terror! [...] Pero nada es eterno en este mundo miserable; compadeciose el cielo y amaneció el hermoso día 16 de septiembre de 1810 (¿?); oyose la voz de libertad en el venturoso pueblo de Dolores; propagose su eco con la rapidez de la aurora y los hijos y descendientes de Quauhtemoc fueron libres [...] ¡Manes de Moctecuzoma, ya estáis vengados!”

Quizá en los tiempos de Bustamante muchas de esas ideas tuvieran un cierto sentido, pero en plena revolución tecnológica, en un mundo como el actual de altísima capacidad tecnológica y científica, del todo ajena al tiempo pasado, insistir en LOS ANTIGUOS Y PROFUNDOS VALORES DEL MUNDO PREHISPÁNICO resulta además de inútil, chocante y cursi.

Cuando vemos a los dirigentes políticos de Morena, empezando con el gran profeta de todos ellos postrados (as) ante los chamanes envueltos en el humo aromático del copal en medio de una “limpia” o exigir disculpas por la conquista, sólo queda evocar esta frase de condena pretérita de Bustamante contra la época virreinal

“…CUÁNTO NO TRABAJARON POR PERPETRAR (¿o perpetuar?) AQUÍ LA IGNORANCIA Y LA SUPERSTICIÓN…”

La ignorancia y la superstición persisten en el pensamiento

mágico y demagógico de la IV-T. La patraña del indígena noble, bueno, puro, simple, sencillo, contaminado por la violenta imposición de los invasores, hoy se sienta en la Corte. En lugar del mazo (mallete) podrá usar la “macahuitl” (macana); así como en vez de toga, tilma y en la testa sin birrete, un penacho.

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