En un mundo sacudido por reconfiguraciones geopolíticas, disrupciones tecnológicas y cadenas de suministro en transformación, México se encuentra ante una oportunidad histórica. El país no solo está bien posicionado: tiene el potencial para salir fortalecido y convertirse en una potencia estratégica del nuevo orden económico global. Para lograrlo, la clave es una diplomacia económica moderna, proactiva y alineada con el desarrollo nacional.
La nueva política económica liderada por la Secretaría de Economía y Marcelo Ebrard entiende que el crecimiento ya no depende únicamente de lo que ocurre dentro de nuestras fronteras. Hoy, los tratados comerciales, las inversiones extranjeras, la relocalización industrial (nearshoring) y las alianzas globales se deciden en escenarios internacionales. La diplomacia económica, entonces, se vuelve una herramienta esencial: se trata de defender a México, pero también de saber vender a México.
Nuestro país es la 12.ª economía más abierta del mundo, con más de 50 tratados comerciales que nos conectan con el 60% del PIB global. Solo en 2023, la inversión extranjera directa superó los 36 mil millones de dólares, gran parte de ella enfocada en manufactura avanzada, energía renovable y logística. Empresas de Europa, Asia y Norteamérica han comenzado a ver a México no solo como una plataforma de bajo costo, sino como un socio confiable, estratégico y cercano a los grandes mercados.
Pero esta oportunidad requiere estrategia, narrativa y acción. Por eso, iniciativas como el Plan México buscan potenciar el desarrollo de regiones clave, reducir la desigualdad territorial y ofrecer certidumbre a inversionistas que buscan estabilidad, talento y ubicación geográfica privilegiada. A esto se suma el relanzamiento de la marca Hecho en México, que ya no es solo un sello de origen: es una bandera de calidad, innovación y confianza.
Hoy nuestras embajadas no solo gestionan pasaportes o acuerdos diplomáticos. También impulsan misiones comerciales, conectan a nuestras PyMEs con nuevos mercados y promueven inversiones que generan empleos con valor agregado. Esta nueva diplomacia económica es, en el fondo, una diplomacia del bienestar.
México tiene con qué: contamos con una de las fuerzas laborales más jóvenes y productivas de América Latina, un ecosistema industrial robusto, infraestructura estratégica y una creciente vocación tecnológica. Lo que está en juego no es solo atraer inversiones, sino transformar esas inversiones en desarrollo, empleo y prosperidad para millones de mexicanos.
¿Qué podemos esperar? Un México más integrado al mundo, con voz propia en las decisiones económicas globales. Un país que no solo exporta productos, sino también talento, innovación y confianza. Un Estado que, a través de su diplomacia económica, construye relaciones de largo plazo que generen crecimiento compartido. Si sabemos aprovechar el momento, si consolidamos esta visión, lo que viene no es solo un ciclo de inversión: es una nueva etapa de desarrollo nacional.