
En el caso de La Barredora, el comandante H y su jefe, Adán Augusto López, hay temas de fondo y otros no tanto relativos al ajuste de cuentas dentro del grupo en el poder, esa amalgama de intereses económicos, políticos y delincuenciales que se conoce como Cuarta Transformación.
El tema de fondo es que, en muchas plazas de la República, justo como era en Tabasco, la policía es parte del problema de la seguridad y no de la solución. Me tocó escuchar a inicios del año 2007 a un grupo de altos oficiales del Ejército Mexicano asegurar que su participación en los llamados “Operativos Conjuntos”, o sea poner a los soldados en las calles, era un trabajo de contención. Me explico. Su tarea sería contener el avance de las bandas criminales para dar tiempo a que el gobierno federal y los gobiernos de los estados construyeran policías diestras, honestas, que pudieran hacer el trabajo.
Casi dos décadas después estalla en Tabasco el escándalo de Hernán Bermúdez, jefe de la policía que era al mismo tiempo capo de la principal banda delictiva del estado. Que los límites entre policías y delincuentes se diluyan es un fracaso colectivo que le está costando muy caro al país. Hay que asumirlo. Si el caso de Tabasco fuera único, sería atroz, pero adquiere tintes de tragedia nacional porque es un caso más de otro jefe policiaco que anda en muy malos pasos.
Como la memoria es corta hay que recordar un par de casos. Al secretario de Seguridad del municipio de Taxco, Christopher Hernández, le decían La Sombra y además de ser jefe policiaco comandaba un grupo delictivo, también integrado por policías, que se dedicaban entre otros delitos al secuestro. El día que fueron por él, encontraron en su oficina personas secuestradas. La sede de la policía era al mismo tiempo oficina pública y casa de seguridad de maleantes. Felipe Flores era el jefe de la policía de Iguala cuando ocurrió la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa. La policía a su cargo detuvo a los normalistas y se los entregó a los sicarios de Guerreros Unidos, la banda criminal hegemónica en Iguala. Muchos policías cobraban en ambas ventanillas, como servidores públicos y al mismo como criminales.
No hay espacio suficiente para reseñar “la pudrición”, para usar un término de moda, en muchos cuerpos policiacos. El Estado mexicano en su conjunto ha fracasado. Las consecuencias saltan a la vista. ¿Por qué se tomó la decisión de abandonar a la policía? ¿Cuántas Barredoras como la de Tabasco funcionan actualmente en otros estados del país?
Sobre el tema del ajuste de cuentas cabe preguntarse si hay una posibilidad real de que se haga justicia en el caso de La Barredora. Hay una posibilidad, claro, pero de tamaño microscópico. Hoy mismo es más posible que el Senado le organice un homenaje a Adán Augusto López a que lo obliguen a dejar el fuero y enfrentarse a la ley. La fracción del partido oficial en el Senado, como se vio en el caso de los Yunes, no le tiene asco a nada. La “pudrición”, para ellos, emana aroma de jazmines y rosas.
El ajuste de cuentas político ya se dio. La carrera de Adán Augusto está desactivada. Es un fusible quemado. Ese será su máximo castigo. Dejará, en el mejor de los casos, la coordinación del Senado en manos de Ignacio Mier y a otra cosa. En su mensaje críptico de ayer, Adán Augusto, reunido con correligionarios, pidió cerrar filas. ¿Les pidió a los morenistas cerrar filas con La Barredora? Eso aclara muchas cosas.