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Desde muy joven me gusta leer memorias, casi siempre de personajes políticos. Las mejores son divertidas, las malas pueden aburrir; pero de todas he aprendido algo.

Algún autor, que mi memoria olvidó, afirmaba que en México no solemos escribir libros de memorias. No sé si sea cierto, si se trata de una tradición literaria más bien anglosajona; pero me parece que tenemos algunos ejemplares muy interesantes.

Las primeras memorias que leí fueron “Ulises Criollo”, en una edición del FCE en dos tomos. De la pluma de José Vasconcelos, se trata de la primera parte de sus recuerdos que abarcan desde sus orígenes hasta la Decena Trágica; reflejan la personalidad gigante (que no grandiosa) de un personaje sin el cual México no sería el que es, pero también muestra la formación de un joven y un político a inicios del siglo XX en la Ciudad de México.

Vasconcelos maneja de forma suprema el adjetivo descalificativo (sin duda hubiera sido un gran twittero). Y no muestra ningún pudor por sí mismo. Su lenguaje es directo, entretenido; a veces gusta y otras enoja.

Entre esas memorias mexicanas también recuerdo con gusto las de Daniel Cosío Villegas, quien tenía una pluma más bien seca, pero clara; sus recuerdos nos hablan de uno de los intelectuales más importantes del siglo XX mexicano, un auténtico arquitecto (¿o tal vez ingeniero?) de instituciones.

De memorias escritas por figuras políticas puras, recuerdo las de Margaret Thatcher, de quien me sorprendió el método y profundidad con la que se preparaba para las reuniones internacionales; también las de José López Portillo, en dos gruesos tomos, y que en la parte relativa a su función pública muestra las anotaciones contemporáneas a los hechos que narra, para a continuación formular reflexiones posteriores.

Por ahí tengo otro tomo de un juez constitucional americano, interesante porque no solo narra su formación, sino también cómo participó en la Segunda Guerra Mundial, en el área de inteligencia. También poseo las de Edward Kennedy, que destacan para mí por la minuciosa descripción que hace de los procedimientos, así como las costumbres del Senado americano.

Entre las que más me han gustado sin duda está ese gran libro que es “Cartucho”, de Nellie Campobello. Las memorias de una niña en medio de la Revolución Mexicana.

Entre las más aburridas, recuerdo las de un juez británico. Correctas, bien escritas, narran hechos que podrían ser interesantes, pero redactadas sin la más mínima emoción.

¿Por qué leer memorias? Porque lo que le pasa a cualquier persona, en cualquier lugar o momento, es idéntico a lo que nos puede pasar en nuestras vidas, tan llenas de lo bueno como de lo malo. También porque al leer los tiempos de las grandes figuras, podemos reconocer o comparar los que nos toca vivir, y asignarles una justa medida, en un campo de reflexión mucho más amplio que la inmediatez de lo diario.

Tal vez tengo el secreto objetivo de entender mejor mi vida, leyendo a otras vidas.

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