
En tiempos donde la polarización domina el debate público, es necesario detenernos a observar lo que los datos fríos, duros e irrefutables no tienen algo que decir. Y cuando los datos son positivos, como ahora, vale la pena destacarlo sin regateos. Según el más reciente informe del INEGI sobre pobreza multidimensional en México, entre 2018 y 2024 13.5 millones de mexicanos salieron de la pobreza. Es una cifra histórica, sin precedentes en el México contemporáneo.
Durante estos seis años, el número de personas en situación de pobreza bajó de 52 millones a 38.5 millones. Esta reducción —de casi un 26%— no es casual ni resultado de coyunturas pasajeras. Está ligada directamente a políticas públicas enfocadas en los sectores históricamente más rezagados, y sí, tiene mucho que ver con el sello característico de la 4T: la entrega directa de apoyos económicos a quienes más lo necesitan.
Los detractores pueden cuestionar si este modelo es sostenible a largo plazo. Podrán advertir que el “milagro” es en realidad un boomerang que tarde o temprano se revertirá. Pero, mientras ese debate ocurre, lo cierto es que los datos muestran una mejora tangible en millones de hogares. Y eso importa, porque detrás de cada número hay personas reales que hoy tienen más oportunidades, más alimentos, mejor vivienda o, al menos, un respiro que no tenían antes.
El ingreso familiar aumentó, los salarios mínimos crecieron, y los programas sociales, así como las pensiones para adultos mayores, becas para jóvenes, apoyos a madres solteras y trabajadores del campo, se consolidaron como herramientas clave para cerrar brechas de desigualdad. Además, todas las carencias sociales disminuyeron entre 2022 y 2024. El acceso a servicios de salud, aunque aún con rezagos importantes, presentó una caída de 5.9 puntos porcentuales en la carencia. Lo mismo ocurrió con servicios básicos de vivienda (menos 4.6 puntos), alimentación (menos 4.7 puntos), y educación. La pobreza multidimensional se ubicó en su nivel más bajo desde que se mide. Claro, la seguridad social sigue siendo el talón de Aquiles, con un 48.2% de la población que aún no tiene acceso. Pero incluso ahí, hubo una leve mejoría. Y es precisamente en este tipo de indicadores donde se vislumbran los grandes retos que deberá enfrentar este gobierno. A pesar de todo, el panorama general es positivo.
Es difícil negar que, al cierre del sexenio, la 4T entregará un país con menos pobreza, menos carencias y más apoyos directos como nunca antes. Habrá quienes quieran discutir el modelo, cuestionar su viabilidad financiera, pero se olvidan que atender a los más desfavorecidos nos termina conviniendo a todas y todos. Cuando las familias tienen mayor ingreso, ampliamos el mercado interno, se fortalecen los pequeños negocios, pero también las grandes empresas que incrementan sus ventas y generan más empleos. Y si aún con ello siguen viendo la inversión social como un gasto que eventualmente nos llevará a la quiebra, volteen a ver los subsidios que tiene el transporte público. Los ingresos no retornan a las arcas del metro o las rutas de camiones, pero el beneficio se ve reflejado en los bolsillos de las personas que tienen la posibilidad de gastar esos pesitos en otras cosas que dinamizan el mercado. En fin, los resultados están a la vista, y en un país como México, donde la desigualdad ha sido una constante histórica, la reducción de la pobreza no es menor: es una victoria social, silenciosa, pero profundamente significativa. Ha empezado una nueva etapa en el desarrollo del país y debemos estar atentos a su evolución.