
Es una aventura la producción de un científico a través de un programa doctoral. Todo inicia cuando él o la alumna llegan a pedir cita para platicar con el tutor potencial y le expresan su deseo de incorporarse en su grupo para hacer el doctorado. Las razones pueden ser varias. Admiran al investigador porque les dio clase en algún momento de la carrera. Esto pasa a quienes impartimos clases en el pregrado. Otros, tienen atracción por el tema en el que trabaja el grupo y quieren incursionar en él. Esto ocurre con ciertos temas, como el cáncer, ya que muchos alumnos tuvieron algún familiar con esta enfermedad. Otros más llegan porque quieren ser parte de la institución en la que está el investigador, lo que sucede mucho con alumnos que buscan un programa de servicio social de la carrera de medicina y su experiencia durante ese año los hace interesarse en la ciencia y continuar con un doctorado.
Sea cual sea la razón, el alumno llega a un campo desconocido del cual debe aprender muchas cosas, que incluyen desde el idioma del laboratorio al que llega, ya que quienes están ahí manejan terminología conocida para todos, menos para el nuevo alumno. Algunos nunca han utilizado una pipeta, una balanza analítica o no saben calcular una solución. Al inicio suelen ser tímidos y poco inquisitivos. Todos los artículos que leen les parecen perfectos y aceptan las conclusiones. La mayoría viene de un sistema educativo/iglesia en el que la aceptación de las “verdades” sin cuestionarlas es una obligación. Súbitamente, entran en un mundo que les da un giro de 180 grados. Ahora es al revés, se trata de cuestionar todo y no aceptar nada si no se tienen los datos que así lo demuestren.
Sus primeras presentaciones son un desastre. Utilizan imágenes en diapositivas copiadas de compañeros, de artículos o de libros, sin entenderlas realmente en profundidad. Cuentan lo que se sabe del tema sin conocer con detalle los trabajos que dieron origen a ese conocimiento. Olvidan la mitad de los datos esenciales para que la propuesta doctoral sea realmente coherente.
Pero en los seminarios semanales presentan lo que obtuvieron de su trabajo en el laboratorio y en algún momento del primer o segundo año se empieza a notar la transformación. Ya se muestran más inquisitivos y preguntones. Ya no se conforman con cualquier explicación y empiezan a criticar los artículos que revisamos. Sin embargo, siguen acudiendo a mi oficina para pedir ayuda, auxilio o autorización para hacer algo diferente de lo que quedamos.
El momento de inflexión viene cuando el alumno presenta en el seminario del laboratorio los resultados de un experimento y solito dice.- no me convenció tal o cual imagen, entonces repetí el blot con nuevas muestras y puse tal o cual control para estar seguro(a) y esto fue lo que obtuve, pero, de cualquier forma, ya extraje nuevas proteínas, pedí unos ratones más al bioterio y esta semana lo voy a repetir….PUM! Ese día regreso a mi casa con la sensación de misión cumplida.
A partir de ahí, lo que le quede en el doctorado, que serán dos o tres años, el alumno se vuelve eso y más. Ya no cree mucho de lo que lee. Ya planea, prepara y realiza sus experimentos no para convencerme a mí, sino a él o ella. Empieza a traer al laboratorio nuevas tecnologías o busca grupos en México o el extranjero que le ayuden a resolver algún problema puntual. Al final, su o sus publicaciones y tesis son muy superiores a lo que se había planeado originalmente. Están listos para ser muy competitivos si deciden aplicar a un programa posdoctoral al extranjero.
Dr. Gerardo Gamba
Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán e
Instituto de Investigaciones Biomédicas, UNAM