
Albania es un pequeño país en cuanto a su extensión geográfica (28,748 km2) y densidad poblacional (3 millones aproximadamente), en la zona de los Balcanes con salida a los mares Adriático y Jónico, que logró su independencia del imperio Otomano en 1912. Durante poco más de quince años estuvo bajo la influencia soviética, tras su conversión al comunismo después de las segunda guerra mundial, hasta su rompimiento con la URSS a inicios de los años sesenta del siglo XX, para acercarse paulatinamente a China para consolidar dicha separación.
Como otros países pertenecientes al denominado bloque comunista, en 1991, con el colapso de Unión Soviética, inició una transformación política para constituirse en una república parlamentaria y años más tarde ingresó a la OTAN (2009). De acuerdo con la información disponible, el último conflicto internacional en el que estuvo involucrado fue en 1999 en la situación de Kosovo, no en materia militar, pero sí en tensiones políticas y diplomáticas vinculadas a la existencia de comunidades albanesas en ese territorio.
Hasta aquí con este breve recuento de ese país, del que escuchamos a un prominente mandatario, en su recuento de los conflictos que ha resuelto en nueve meses, decir que había solucionado su cruento conflicto con “Aberbaiyán” (en realidad Azerbaiyán). Claramente se trató de una pifia más vinculada probablemente a la ignorancia, ya que el país al que seguramente quería referirse era Armenia, por lo demás ubicado en la región del Cáucaso. Y si, vaya que es cierto, que con la mediación de ese mandatario, los gobiernos armenio y azerbaiyano firmaron en agosto de 2025, un acuerdo de paz para poner fin a los más de treinta años de conflicto en el Alto Karabaj. Cabe preguntarse: ¿se habrá enterado de lo que hizo?
También escuchamos con asombro desde la tribuna de la Asamblea General de las Naciones Unidas, que por estos días ha iniciado su 80 periodo de sesiones con el debate general en el que participan dignatarios de los 193 Estados miembros de la Organización, como si fueran prioridades geopolíticas o algo parecido, que las escaleras eléctricas no funcionaron, como tampoco sirvió el teleprompter para leer el discurso. Probablemente se trate de actos de sabotaje, como se sugirió desde el estrado, el cambio climático una estafa, y la paz y la seguridad internacionales en estado óptimo gracias a las gestiones y las políticas de mandatarios como el aspirante a premio Nobel de la Paz, o de uno de sus principales proponentes, a quien difícilmente se le puede criticar ni el color de la corbata, a riesgo de ser calificado de antisemita.
Según sus propios recuentos, el uno lleva alrededor de ocho conflictos resueltos, el otro, siete países atacados. Habrá que darles las gracias por sus contribuciones a la seguridad y la estabilidad mundiales.
Como parte de esos discursos pronunciados, queda la impresión de que cualquier tipo de asesinato o barbaridad militar está justificada, ya que se trata de acciones de combate al terrorismo o para arantizar la seguridad nacional. Ello sin mencionar la enorme arrogancia y el enorme desafío que ello representa, aunque sea a sala vacía, a las organizaciones internacionales, a los países y a sus representantes; también a los que escuchan como parte de la audiencia física o virtual.
Sobre la resolución de los conflictos más acuciantes de las relaciones internacionales actuales como Ucrania y Gaza, se pudo observar mucho simbolismo, como en el caso del reconocimiento del Estado palestino por un número amplio de países, que siendo importante difícilmente tendrá consecuencias sustantivas sobre el terreno, incluyendo la negación de visas del gobierno sede de la ONU, para la delegación palestina para participar en este debate general. A quien critica de más, retiro de visas como sucedió con el presidente colombiano.
Por el contrario, queda la impresión de que la mayor parte de los esfuerzos y los recursos serán utilizados por los principales actores políticos para buscar una solución militar de dichos conflictos, con el enorme riesgo de llevar las cosas al umbral nuclear en caso de una escalada incontrolable de las cosas.
La octogenaria Organización de las Naciones Unidas ha llegado a este aniversario particularmente relevante, con todas sus fallas y tropiezos acumulados, pero habiendo logrado hasta el momento cumplir su cometido original de evitar una tercera guerra mundial, y estamos hablando de ocho décadas.
A pesar de las estridencias, los discursos amenazantes y las palabras disparatadas de algunas voces importantes en el sistema internacional por el peso y el lugar que ocupan sus países, así como las preocupantes y beligerantes señales que se han enviado, este foro multilateral debe mantener su importancia. Desde luego resulta apremiante reformarla y fortalecerla para recuperar la diplomacia y el diálogo, sobre todo este último ausente en la búsqueda de soluciones pacíficas de los principales conflictos actuales, los cuales siguen polarizando al mundo y llevándolo a límites que no sería sabio, ni deseable, cruzar.