
2 de octubre no se olvida. No olvidamos el asesinato, el dolor, la impunidad, la ceguera, el sacrificio, el abuso, el engaño, la traición cometida por políticos y militares ese día negro de nuestra historia. No olvidamos. No olvidaremos. Es un deber patriótico recordar. Tener siempre presente que una manifestación de democracia espontánea, limpia, ingenua, fue aplastada por el Estado con un baño de sangre.
No fue un ritual, fue un crimen perfectamente organizado por el Ejército, su sección de Guardias Presidenciales y la policía política llamada Dirección Federal de Seguridad. Todo lo prepararon. Quienes perpetraron la masacre previeron hasta los últimos detalles de los acontecimientos.
Esa tarde, el Consejo Nacional de Huelga, órgano directivo del movimiento estudiantil, había convocado a la realización de un mitin en la Plaza de Tlatelolco. Una multitud (10 mil asistentes, más o menos) se reunió a la hora fijada en el lugar. Entre los reunidos había estudiantes, obreros vecinos, mujeres, ancianos, niños, etc. Los estudiantes se dirigían a la reunión desde un balcón del tercer piso del edificio Chihuahua, frente a la plaza, y el evento transcurría pacíficamente hasta las 6.30 horas cuando hicieron su aparición las tropas.
Los cerebros de le represión buscaban ese dos de octubre montar una escenografía que engañara al público, con ese montaje se quería simular una emboscada de los estudiantes a las tropas uniformadas. Según este engaño, los estudiantes organizados en “columnas”, armados y parapetados en el edificio Chihuahua de la unidad urbana de Tlatelolco, esperaron a que las tropas llegaran a la Plaza de Tlatelolco para disparar a capricho contra ellas.
Pero los estudiantes no iban armados ni tuvieron nunca la intención de usar la violencia contra las fuerzas del orden, por lo mismo, los organizadores del complot dispusieron que agentes “avezados” de la dirección Federal de Seguridad y un grupo de soldados que llamaron “Batallón Olimpia”, ocuparan desde horas antes, el edifico Chihuahua, ocuparan los departamentos del edificio y se apostaran en las ventanas que daban a la plaza. Cuando los soldados llegaron a la plaza, estos sujetos comenzaron a disparar contra la multitud ahí reunida.
La tropa, que al parecer estaba siendo atacada desde el edifico, respondieron disparando contra quienes lo hacían desde las ventanas. Los agentes y soldados que estaban posicionados en los departamentos utilizaban armas de calibres distintos a los que utilizaba el ejército. En unos instantes, la plaza fue escenario de un intercambio terrible de disparos. Los reunido en la plaza, al estallar la balacera, corrieron para buscar refugio en los edificios de los márgenes de la plancha, pero las balas cobraban su cuota: aquí y allá hubo personas que se derrumbaron al ser impactadas.
La balacera duró varias horas. Jamás se conoció el número exacto de víctimas (oficialmente se dijo que eran 28 personas muertas). Otro hecho significativo fue que la tropa pudo capturar a un gran número de miembros del Consejo Nacional de Huelga que fueron detenidos en el edificio Chihuahua. En realidad, esta masacre marcó para efectos prácticos la declinación y muerte del movimiento estudiantil de 1968.
El 2 de octubre no se olvida porque la esta matanza indiscriminada y brutal quedó grabada en la memoria colectiva de la nación. Desde el punto de vista legal, nunca hubo orden de captura contra sus autores. La impunidad fue total. De principio a fin el Estado uso juego sucio. La perversidad del gobierno llegó al extremo de proceder jurídicamente para culpar a los líderes estudiantiles de ser los autores del ataque del cual habían sido sus víctimas (Ver: J. R. Cossío, Biografía judicial del 68. 2020). Las víctimas fueron tratadas como victimarios y, a la postre, la mayoría de los líderes estudiantiles fueron sentenciados.
Ha habido muchas interpretaciones sobre los hechos de 1968, pero la más convincente es que la evolución de los acontecimientos y de su desenlace sangriento fue dada por la voluntad del presidente, del secretario de gobernación y el secretario de defensa con la asesoría directa de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos, país que tenía un gran interés (interés estratégico) en cambiar el sistema político y económico de México.
A lo largo de más de medio siglo, México ha tenido una disputa por la memoria: unos pugnan por recordar, otros por olvidar, esos acontecimientos oscuros de nuestra historia. Pero la perduración de la memoria no es ajena a nosotros; depende de nuestros actos. Y sobre todo depende de la voluntad política del Estado pata transmitir a la juventud (mediante la educación pública) el recuerdo del movimiento estudiantil y su desenlace trágico.