
Cuando el Homo sapiens comenzó a habitar la Tierra, ya existían otros seres vivos: plantas, animales e insectos, quienes desempeñaban un papel fundamental en el equilibrio natural del planeta. Con el paso de los siglos, nuestra intervención ha sido indiscriminada: desde la sobreexplotación de los recursos naturales hasta la destrucción sistemática de ecosistemas enteros. De hecho, según el Fondo Mundial para la Naturaleza, entre 1970 y la fecha hemos perdido el 60% de las poblaciones de peces y el 70% de los insectos del planeta, dos de los grupos más importantes para la vida en la Tierra. Según la ONU, la humanidad también ha puesto a más de un millón de especies al borde de la extinción. Además, hemos intervenido en procesos vitales como la polinización, lo que ha tenido repercusiones devastadoras en la biodiversidad global.
En México, como en muchas otras naciones, el sufrimiento animal no solo es una realidad cotidiana, sino que también se encuentra legitimado en tradiciones culturales que, si bien tienen un arraigo histórico, ya no pueden ser vistas como justificación para la violencia. Es por esta razón que, en mi ejercicio como legislador, decidí presentar dos iniciativas clave para la defensa y protección de los animales. La primera de ellas fue la propuesta para prohibir las corridas de toros, un espectáculo que, a pesar de su tradición en algunas regiones, implica un sufrimiento indescriptible para los animales involucrados. Afortunadamente, este mismo año el Congreso de la CDMX aprobó una legislación que permite las “corridas sin violencia”, un avance hacia una visión más respetuosa con los animales, situación que también está por definirse en la SCJN gracias a juicios de amparo promovidos por colectivos defensores del bienestar animal.
La segunda iniciativa que presenté fue la modificación del Código Penal, para que el maltrato animal dejara de ser un delito perseguido únicamente por querella del tutor y pasara a ser considerado un delito de oficio, de modo que cualquier persona pueda formular la denuncia correspondiente. Con ello se crea un marco de protección real para todos los seres sintientes, incluyendo aquellos que viven en situación de calle o en cautiverio. También, junto con un grupo de legisladores, logramos que en la Ciudad de México se dejara de ver a los animales como cosas y se les reconociera como animales de compañía, seres sintientes y sujetos de trato digno y respetuoso: un paso crucial para cambiar la concepción de la relación entre humanos y animales. De manera adicional, pero no menos importante, conseguimos la prohibición del funcionamiento de los rastros clandestinos.
Este avance forma parte de una tendencia más amplia en muchos países, donde los animales comienzan a ser reconocidos como “sujetos no humanos de derechos”. En América Latina, por ejemplo, el concepto de “familias multiespecie” ya cuenta con jurisprudencia, lo que implica que los animales son considerados miembros activos y valiosos del núcleo familiar, con derechos y dignidad propia. Por su parte, el Parlamento Europeo ha aprobado un paquete legislativo que incluye la identificación obligatoria con microchip, la prohibición de venta de perros y gatos en tiendas, normas estrictas para criadores, requisitos básicos de bienestar y la futura creación de una lista positiva de especies permitidas.
Convencido de la urgencia de una nueva legislación en esta materia, celebro asistir hoy a la exposición fotográfica “Revocar el Silencio: Erradicar el Maltrato, la Crueldad y la Tortura Animal”, organizada por las senadoras de la República Anahí González y Celeste Ascencio, con el propósito de concientizar e impulsar una Ley General de Protección Animal que sea verdaderamente transformadora.