Opinión

Justicia social urbana

Clara Brugada, jefa de Gobierno de la Ciudad encabezó la entrega del programa Mercomuna (Mercado, comunidad y abasto) que se llevó a cabo en la Plaza de la Constitución y consiste en tener vales para comprar con locatarios de las alcaldías de la ciudad registrados en el programa.
Vales Mercomuna (Andrea Murcia Monsivais)

En la Ciudad de México solemos vivir a golpe de coyuntura. Hoy hablamos de los socavones que se tragan autos en Iztapalapa, mañana de las lluvias que inundan avenidas, pasado de las explosiones o de los baches eternos de Iztacalco. Cada crisis impone agenda y arrastra a los titulares. Sin embargo, en ese ir y venir de emergencias, corremos el riesgo de dejar de lado lo que en verdad puede modificar la vida cotidiana de miles de familias: los programas sociales que no hacen ruido, pero sostienen.

Uno de ellos es Mercomuna, la apuesta del gobierno de Clara Brugada para articular mercado, comunidad, alimentación y abasto. El planteamiento es sencillo: entregar vales a jefas y jefes de familia -hasta 2 mil pesos por hogar- que solo pueden canjearse en mercados y comercios locales. Lo que en apariencia es un mecanismo administrativo, en la práctica es una política que golpea en dos frentes: fortalece la economía familiar y, al mismo tiempo, inyecta recursos a la economía de barrio.

A diferencia de las viejas despensas, usadas como herramienta clientelar, el esquema de vales deja la decisión al beneficiario: pollo, carne, frutas, abarrotes o verduras. Nada impuesto desde un escritorio. El recurso se queda en la comunidad y no en las grandes cadenas comerciales. Esa es la lógica transformadora: que un programa social no solo alivie al vulnerable, sino que detone al comerciante local.

Los números son significativos: este año se planean invertir casi mil millones de pesos en Mercomuna. Hasta ahora hay 150 mil beneficiarios y se espera cerrar el 2025 con más de 300 mil familias integradas. En los próximos seis años, la meta es alcanzar a un millón de personas en alta vulnerabilidad social. Y alrededor de 20 mil comercios ya se han registrado para aceptar los vales.

Ahora bien, tampoco se trata de aplaudir sin preguntar. La viabilidad financiera del programa exigirá disciplina presupuestal en una ciudad que carga con deudas históricas de infraestructura y con un sistema de transporte que requiere inversiones millonarias. También habrá que garantizar la transparencia en el manejo de los vales, prevenir clonaciones o abusos y, sobre todo, mantener vivo el padrón con criterios claros y públicos.

Clara Brugada ha sido insistente: Mercomuna es universal y no discrecional. Pero la universalidad cuesta, y el verdadero desafío será blindar el programa para que no se vuelva botín político.

Lo cierto es que, en una ciudad donde la desigualdad se mide en kilómetros de trayecto entre Santa Fe y Milpa Alta, Mercomuna ofrece una fórmula de redistribución con rostro humano. No regala despensas que terminan en la basura, sino que respeta la decisión de cada familia y dinamiza la economía local. Es un modelo que merece evaluarse, replicarse y perfeccionarse.

Porque mientras hablamos de baches, socavones y tragedias que capturan reflectores, el verdadero cambio ocurre en la esquina del mercado, cuando una madre de familia usa un vale para comprar verduras frescas y el comerciante puede reponer mercancía con el dinero que el gobierno le transfiere. Allí, lejos de las luces, se juega el éxito o fracaso de un sexenio.

El reto para la jefa de Gobierno será sostener la promesa: que este programa sobreviva a la coyuntura, no sea rehén de la política y se convierta en parte del ADN de la Ciudad de México. En un país que aún discute cómo erradicar la pobreza, Mercomuna podría ser, si se maneja con rigor y honestidad, una pieza clave en el rompecabezas de la justicia social urbana.

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