Opinión

Los Nobel 2025: ciencia, imaginación y el poder de lo colectivo

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Premio Nobel de la Paz Fotografía de archivo de la líder opositora de Venezuela María Corina Machado, ganadora del Premio Nobel de la Paz 2025 "por su incansable labor en la promoción de los derechos democráticos del pueblo venezolano y por su lucha por lograr una transición justa y pacífica de la dictadura a la democracia", (MIGUEL GUTIERREZ/EFE)

“El Nobel no premia a personas, premia ideas que cambian al mundo.” — M. Curie

Desde su creación hace más de un siglo por Alfred Nobel, el Premio Nobel ha sido mucho más que un simple galardón: se ha transformado en un reflejo simbólico del contexto político, científico y cultural de cada época.

A lo largo de su historia, más de 900 personas y organizaciones han sido reconocidas en distintas disciplinas. Figuras como Marie Curie obtuvieron dos Nobel en áreas diferentes, mientras que otras, como Rosalind Franklin o Mahatma Gandhi, quedaron fuera del reconocimiento por razones institucionales o políticas. Incluso Albert Einstein fue premiado por un hallazgo menor en comparación con su Teoría de la Relatividad.

Los galardones de este año resultan particularmente interesantes. En Física, fueron otorgados a John Clarke, Michel Devoret y John Martinis, quienes lograron algo que parecía imposible: llevar el efecto túnel cuántico —un fenómeno que permite a las partículas atravesar barreras que deberían ser infranqueables— a una escala humana. En experimentos pioneros realizados en la Universidad de California, diseñaron circuitos superconductores capaces de mostrar ese extraño fenómeno cuántico en chips del tamaño de una mano. Al estudiar cómo los electrones atravesaban colectivamente una capa aislante, demostraron que lo cuántico también puede operar en lo visible. Su trabajo constituye la base de la computación cuántica moderna, con aplicaciones concretas en sensores, tecnologías de comunicación y algoritmos avanzados.

Devoret y Martinis han sido figuras clave en los desarrollos cuánticos de Google. Gracias a dichos avances, damos pasos hacia un campo unificador: al integrar las dimensiones del microcosmos, el macrocosmos y el humano, se impulsa una visión que aspira a ligar lo diminuto, lo inmenso y nuestro propio ser como partes de una realidad coherente y conjunta, una relación explorada también en la física moderna al recrear estados del universo temprano en laboratorio.

En Química, Susumu Kitagawa, Richard Robson y Omar Yaghi fueron premiados por crear materiales capaces de reinventar el espacio a escala molecular. Se trata de las estructuras metal-orgánicas (MOF), redes porosas con cavidades microscópicas que actúan como filtros, trampas o catalizadores. Estas “esponjas moleculares” ya se utilizan para capturar CO₂, liberar fármacos de forma controlada o extraer agua del aire. Uno de los galardonados, Omar Yaghi, creció en un campo de refugiados palestinos. Su historia es testimonio del papel igualador de la ciencia.

El Premio de Medicina o Fisiología distinguió a Mary Brunkow, Fred Ramsdell y Shimon Sakaguchi por descubrir un mecanismo esencial que impide que el sistema inmune ataque al propio cuerpo: las células T reguladoras. Estas células, junto con el gen FOXP3, son responsables de mantener el equilibrio inmunológico y prevenir enfermedades autoinmunes. Su hallazgo transformó nuestra comprensión del cuerpo como una comunidad biológica que necesita contención interna. La propia Brunkow, con una carrera breve pero contundente, representa una excepción poderosa en un sistema que suele premiar la cantidad por encima de la calidad.

En Literatura, el Nobel fue para el húngaro László Krasznahorkai, una voz exigente que se mueve entre lo espiritual y lo apocalíptico. Su escritura, densa y obsesiva, no busca consuelo ni claridad, sino una verdad profunda, escondida en la complejidad del lenguaje.

El Premio Nobel de la Paz reconoció a María Corina Machado, figura de la oposición venezolana, por su defensa de la vía institucional frente al autoritarismo. En un contexto de polarización, su elección responde a principios democráticos universales: el derecho a disentir, el poder de la persistencia civil y el rechazo a la violencia.

Finalmente, el Nobel de Economía fue compartido por Joel Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt por sus contribuciones al entendimiento del crecimiento económico basado en la innovación. Mokyr, historiador económico, explicó por qué el crecimiento sostenido fue posible tras la Revolución Industrial: porque surgió una cultura que valoró el conocimiento científico y la curiosidad técnica. Aghion y Howitt desarrollaron la teoría de la destrucción creativa, que muestra cómo las nuevas tecnologías reemplazan a las viejas, generando progreso pero también resistencia. Su modelo subraya que, para sostener el crecimiento, es crucial gestionar los conflictos que surgen cuando el cambio amenaza intereses establecidos.

En todos los campos, los Nobel de este año apuntan en la misma dirección: el conocimiento no se construye por acumulación, sino por imaginación colectiva. No es un privilegio aislado, sino una forma de esperanza compartida.

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