
En un mundo cada vez más complejo, donde la educación enfrenta desafíos inéditos, es imperativo reflexionar sobre el rol central de los maestros en nuestra sociedad. Han pasado décadas desde que los docentes eran vistos como figuras de autoridad moral incuestionable, no solo en el aula, sino en la formación integral de las generaciones futuras. Hoy, sin embargo, esa autoridad se ha diluido, no por falta de vocación en los profesores, sino por un entramado de normativas y presiones que limitan su capacidad para guiar y disciplinar. Restaurar esta autoridad no es un capricho nostálgico, sino una necesidad urgente para construir una educación efectiva.
Imaginemos un salón de clases donde un maestro intenta mediar en un conflicto entre alumnos a punto de golpearse. Si interviene físicamente para prevenir una agresión, podría enfrentar sanciones laborales por exceder sus límites; si opta por no actuar, se le acusa de negligencia, y no se puede expulsar a ningún niño aludiendo al derecho a la educación. Esta paradoja no es hipotética: es el día a día de miles de educadores en México. Las regulaciones, diseñadas en teoría para proteger los derechos de los niños, han terminado por desequilibrar la balanza, dejando a los maestros en una posición vulnerable.
No se trata de abogar por métodos autoritarios del pasado, sino de reconocer que la autoridad docente debe incluir herramientas razonables para mantener el orden y fomentar el respeto mutuo. Por ejemplo, algo tan simple como sugerir un corte de cabello acorde con normas escolares puede derivar en conflictos legales si se les acusa de discriminación, erosionando así la figura del profesor como referente ético.
A esto se suman las nuevas problemáticas que los maestros enfrentan en muchas ocasiones solos. La adicción a las pantallas y videojuegos, el bombardeo de contenido chatarra en redes sociales –lleno de información adictiva y nociva– y el debilitamiento de las estructuras familiares han transformado el panorama educativo. Los niños y adolescentes pasan más horas frente a influencers y generadores de contenido digital que en interacciones significativas en el hogar. ¿Cómo puede un maestro contrarrestar esto si toda la responsabilidad recae en sus hombros? Es como si la sociedad esperara que, por arte de magia, resuelvan en el aula lo que se descompone fuera de ella. Idealizar planes de estudios pierde sentido si no se empodera a los docentes para implementarlos con autoridad real.
Además, se instrumentaliza a los maestros en lugar de apoyarlos. Hemos visto cómo se les convoca a eventos masivos, como las concentraciones en el Zócalo, donde portan banderines sindicales del SNTE. Esto, sumado a su rol en movilizaciones electorales, distrae de su misión principal. En regiones del norte, las clases se suspenden frecuentemente por olas de violencia o balaceras cercanas; en el sur, constantemente se interrumpen por movilizaciones sindicales, en su mayoría netamente por conflictos sindicales, dejando a miles de niños sin clases y con más tiempo frente a las pantallas.
Por si esto fuera poco, frente al bullying y otros conflictos, las autoridades a menudo les delegan responsabilidades, mientras la ley ampara a padres y estudiantes, pero carga toda la culpa sobre los educadores. No es justo: la educación es un esfuerzo colectivo, donde la familia, el gobierno, los generadores de contenido y la sociedad en general deben compartir la carga.
Y para colmo emergen retos tecnológicos como la integración de la inteligencia artificial (IA) en las aulas. Algunas escuelas avanzan en su adopción, creando disparidades con aquellas que se rezagan. Esto no solo amplía brechas educativas, sino que pone a los maestros en una encrucijada: adaptarse sin el respaldo necesario o, mejor, ni contratarse como docente y olvidarse de su vocación.
Restaurar la autoridad docente implica proporcionarles herramientas, capacitación y protección legal para enfrentar estos cambios, no solo exigirles resultados. En última instancia, devolver la autoridad moral al maestro es un grito de auxilio por una educación que funcione. Ellos son los primeros guías en nuestros pasos iniciales, los que forjan recuerdos memorables de aprendizaje y valores. No se trata de resistir la evolución social, sino de fortalecer a quienes realmente la impulsan. Como sociedad, debemos matizar las normativas para equilibrar derechos y responsabilidades, apoyando a los docentes en su labor heroica. Solo así construiremos un futuro donde la educación no sea una carga unilateral, sino un compromiso compartido. Es hora de escuchar su voz y actuar en consecuencia.