
Hace muchos años le escuché a Rubén Salazar Mallén una jocosa definición del porque vivimos en circunstancias absurdas, surrealistas han dicho otros.
--Es que este país –decía—no existe, es un sueño mariguano de Dios. Somos el humo de su cannabis.
Obviamente esa definición, festiva y ácida no cabe en los sesudos y profundos intentos de explicarnos el alma nacional, ya sean los emprendidos por Santiago Ramírez y su psicología de nuestras motivaciones; Samuel Ramos en busca de nuestro perfil cultural o el sabidísimo (y sobadísimo) ensayo de Octavio Paz en el laberinto de nuestra soledad. Ya no hablemos del filósofo, Jorge Carrión citado aquí hace unos cuantos días.
Pero la verdad, en muchos de sus momentos estelares, este país es un chiste. A veces mal contado, otras veces poco hilarante. Pero vivimos en una eterna mojiganga en cuyo, libreto espontáneo los diputados bailotean con la Sonora Santanera y cuando alguien les señala su inapropiada conducta, se ofenden porque se trata de una expresión cultural y fomentarla en San Lázaro es parte del trabajo, razón por la cual ya convocan a “Los ángeles azules”.
Vacilón, vacilón, que rico vacilón. Pronto la secretaría de cultura va a emitir leyes y reglamentos.
Pero por si lo anterior fuera poca muestra de la eterna pachanga de chartanga, revisemos el caso de las “Batichicas” de Morena. Dos diputadas cuya exhibición celosa en la comparecencia (o audiencia o conferencia o presencia) de Omar García Harfusch (Batman, le dicen sus devotos), quien además de secretario de Seguridad de la 4.T es el sueño romántico de muchas señoras y señoritas debido a su prestancia, elegancia y sustancia por las cuales forma parte de ese grupo de barbilindos a quienes las masas mujeriles les gritan, ¡bombón, bombón!, yo te quiero en mi colchón o como le decían a Felipe González en Sevilla durante el destape español posfranquista: “Felipe capullo, yo quiero un hijo tuyo”.
El caso fue cómico y triste. Ver el vasito de agua en cuya tormenta coquetona las diputadas (una morena y una rubia, como las hijas de Madrid), se tironeaban el chongo (es un decir, ninguna tenía chongo), para ver quién salía en la fotito junto a Batman (sin Robin).
No diré el nombre de estas furibundas y dispuestas mujeres porque quizá me acusarían de violencia política de género, pero su untuosa exhibición ahí quedó con una pequeña consecuencia oficial: el pastor de tan singular rebaño, el diputado Ricardo Monreal, como la madre superiora en un pleito conventual de novicias, las llamó a capítulo y compelió a darse la mano en señal de reconciliación. También les impuso el rezo de cien padres nuestros para alejarlas de los pensamientos lúbricos.
“Batichicas”. Que ridículas.
Pero las cosas absurdas no se acaban ahí. Como todos sabemos Donald Trump practica el tiro al blanco con los barquichuelos sudamericanos en aguas internacionales. El pretexto es el transporte de drogas.
Hace unos días, en aguas internacionales del océano Pacífico, otro navío de esos fue destruido y sus tripulantes asesinados.
De inmediato alguien tuvo la idea de inventar un sobreviviente y la H.H.H Marina Armada de México ser aprestó a buscar al náufrago al grito de vivos los ametrallaron, vivos los queremos. No encontraron nada porque resulta difícil patrullar tan extensa zona y hallar a una persona cuando en el Golfo o en Ensenada no perciben ni el huachicol en las aduanas marítimas.
El periódico dice:
“...Por la tarde, el Embajador de EU se reunió con el Canciller Juan Ramón de la Fuente y el Almirante Raymundo Morales para conocer detalles del operativo y se ofreció “respeto pleno a la soberanía nacional”.
Quizá sea un exceso de ingenuidad, pero ¿tienen las aguas internacionales alguna relación con la (virginal) soberanía nacional?
¿Por qué habríamos de ocuparnos de un náufrago en esas aguas de nadie y de todos? Pues para ocultar la verdad. Nada más.