
Recorrí completa la enorme marcha del sábado pasado. Acudí en mi calidad de viejo solidario y atento a los muchos dramas de nuestra vida pública. La recorrí en sentido inverso, desde la Glorieta de Colón (insisto en llamarla así) a la Diana cazadora y luego de regreso. Lo que vi, fueron tres grandes contingentes, distintos y bien reconocibles.
En el mero frente los más jóvenes, muchos jóvenes alrededor de los veinte años, portadores de inequívoca cultura, indumentaria y símbolos “One piece”, aquella manga japonesa que ha impactado en esa generación a escala planetaria. Su consigna central era “No a la violencia”, enfáticamente, “No a la violencia”.
En medio las amplias huestes de Michoacán, de Sinaloa, de Hidalgo, del Estado de México, de Guerrero, los más agraviados y consternados, los más irritados y portadores de las consignas más duras: “Carlos Manzo no murió, el gobierno lo mató”, “Narcogobierno”, “Narcopresidenta” y en seguida “Fueeera Morena”, “El PRI, el PAN, Morena, son la misma porquería”.
Al final marchaba un público variopinto -quizás el más grande de los tres- compuesto por chilangos de colonias populares y de clase media. Los acompañaban núcleos de familias y personas ostensiblemente clase alta, que parecían los más desconcertados entre esa mezcla y multitud que irradiaba descontento. Esto ya no es la “Marea Rosa”.
Al final, de modo residual, organizaciones de la sociedad civil, personajes públicos, políticos y más atrás, los grupos ideológicos, sobre todo de derecha y de ultraderecha cuya consigna más repetida era “Fuera comunistas… Fuera comunistas”.
Mientras tanto, los ambulantes mostraron ser quienes captaron mejor el sentido y las pulsiones de esa marcha: venta a granel de sombreros con moño negro luctuoso y la bandera de la calavera pirata con el sombrero de “Luffy”, sí, Monkey D. Luffy (los mayores de treinta no podrán entenderlo, lo siento por ellos).
Todo muy desorganizado pero es precisamente esa desorganización la que demuestra su autenticidad: sin guías, sin vigías reconocibles y al final, sin siquiera oradores que emitieran el mensaje -razón y contenido- de la movilización.
Doy fe que, durante toda la caminata en la avenida reforma, aquellos contingentes no provocaron incidente, a ningún edificio, establecimiento o monumento alguno.
Mi caminata de vuelta hacia el Zócalo se volvió imposible ya en la calle de Tacuba a la altura de Motolinía: no había espacio en la plaza, cercada como estaba, donde los provocadores y violentos actuaron -según narra el periodista Ariel González- ya sea esperando en el costado de la Catedral o desperdigados -uno a uno- en los distintos contingentes.
Fue ese núcleo de gente, investidos de negro los que iniciaron la refriega, seguida por una violenta respuesta de los granaderos allí apostados.
Pero ni este montaje provocado puede ocultar el hecho político central: se trató de una movilización genuina que captó la desolación y el descontento de una parte muy grande de la sociedad, de varias regiones, quizás, la primera expresión actuante de clases bajas y medias con explícito rechazo al gobierno de Morena.
La cacareada hegemonía de la coalición gobernante es bastante menos que eso, en gran parte, porque a un año de gobierno la herencia recibida ha hecho de la gestión de Sheinbaum un pago constante de saldos, deudas y quebrantos.
La presidenta recibió una economía encaminada irremediablemente a la recesión; con una guerra entre bandas de narcotraficantes desatada, que mantienen en vilo a territorios y estados enteros y en los cuales, las autoridades que muestran el valor de enfrentar a los delincuentes, son asesinadas (Carlos Manzo) y las que conviven con el, toleradas (Rocha Moya). Como se preguntó ayer Mauricio Merino ¿Es tan difícil reconocer la ansiedad que provoca el asesinato y la desaparición de jóvenes en municipios completos? ¿Los feminicidios? ¿El negocio de trata a costa de niñas y jovencitas? ¿Las extorsiones y las amenazas a los negocios? ¿Los asaltos, secuestros en las carreteras? ¿La indignación que provoca el gran hurto del huachicol? ¿La censura y la difamación de una multitud de personajes? ¿De verdad el gobierno esperaba que todos esos yerros y agravios se quedaran sin respuesta social?
Finalmente, está el tono de la protesta. Pocas veces he visto una movilización masiva tan airada, con tal irritación y descontento contra el gobierno (tal vez, desde Ayotzinapa) y, (aparte de la nueva composición social de la protesta) allí radica el síntoma mayor: la polarización política que lo sigue emponzoñando todo y cuyo responsable principal, es el gobierno.
El comunicado de Morena publicado apenas terminar la marcha, se asemeja al mago espantado ante los efectos de sus propios conjuros: la ira desencadenada se dirige ahora hacia su propia coalición, hacia su propio gobierno, hacia la propia presidenta, y eso es alarmante.
La personificación de la violencia, la inseguridad y la influencia del narcotráfico en ella la corroe, pero también corroe a la política y a la vida pública. Pero es eso, precisamente lo que exhibió la marcha.
¿No habrá llegado el momento de hacer un alto, frenar el deterioro y levantar puentes para un diálogo nacional hacia un acuerdo plural, así sea solo para combatir al crimen y la violencia? ¿No está claro que la discordia y el litigio incesante, es el caldo donde crece el delito? ¿No está claro que en esa espiral pierden todos, oposición, gobierno, sociedad? La popularidad de la presidenta parece no aguantar esta espiral ¿Es demasiado cándido pedir hablar, hacer, diálogo, buena política?
Sí: la manifestación del sábado constituye todo un síntoma, pero en ese sentido, también una advertencia.