
Me gustaría empezar, para hacerme entender, con una anécdota que creo haber leído en un libro del historiador David Halberstam.
Allá en el año de 1971 el presidente norteamericano Lindon Johnson grababa para la televisión sus memorias, y John Sharnick, el productor de la cadena CBS le preguntó mientras lo maquillaban cuál era, a su juicio, el mayor cambio habido en la política norteamericana en los últimos 30 años. ¡Ustedes! respondió con vehemencia, ustedes los de los medios masivos, todo en la política norteamericana ha cambiado debido a ustedes, ustedes han roto todos los vínculos y los mecanismos que había entre los políticos y sus electores, han cambiado la comprensión de la sociedad sobre sí misma, han hecho un nuevo tipo de gente, un nuevo tipo de pueblo.
Estamos hablando de 1971 pero creo que la conjetura de Johnson puede trasladarse a nuestra época: la sociedad mexicana ha cambiado, siguiendo los pasos de otras sociedades, especialmente en occidente. Ya se sabe: el cataclismo mundial de la crisis financiera en 2008 provocó un estancamiento en los niveles de vida y una generación se asomaba con sus expectativas rotas. El presente y el futuro se volvieron un horizonte sombrío y hasta apocalíptico con una pandemia de por medio. La ansiedad, la frustración, el resentimiento y el mal humor social escalaron como los rasgos más típicos de acercamiento a la política y a todo eso, se suma el auge de las redes sociales, una endiablada interconexión sin control de veracidad (ni de calidad), con efectos corrosivos en la formación de la opinión pública.
Como ha observado el estudioso Yascha Mounk esa mezcla de factores explica porque personajes egocéntricos, que desprecian la ley, tan claramente estrafalarios, a menudo incompetentes, sin embargo, llegan al poder de nuestros países democráticamente. Es decir: les votamos.
Y esta es para mí, una de las cuestiones centrales, si vamos a hablar de “sociedad” o de la índole de la sociedad en la que estamos. Su mentalidad, su ánimo y disposición, su idea de convivencia, han cambiado. Y es lo que hemos visto crecer al menos desde 2004, en expansión y consolidación desde 2015.
Las fechas no son arbitrarias, son las cosas detectadas por la gran encuesta del Latinobarómetro, a través de ciertas preguntas que detecta ese cambio. ¿Cree usted que sus hijos vivirán mejor que los padres? Y esa otra: ¿Está usted de acuerdo con la democracia como régimen político o preferiría un régimen autoritario?
La evolución de las respuestas a los largo de 20 años son más que elocuentes. La desesperanza por una vida y un futuro mejor llegó a envolver al 50 por ciento de la gente en México mientras que el desencanto con la democracia avanzó consistentemente. En el año 2023, Marta Lagos la directora principal del Latinobarómetro afirmó: “América Latina ha empezado a ver el autoritarismo como una de las opciones a la democracia… por primera vez es mayoría la población que así lo opina”.
Regreso a la cuestión ¿porqué les votamos? ¿cómo es posible que un gobierno que ha ofrecido tan malos resultados en los órdenes más esenciales de la vida social, no haya sido castigado en las urnas? ¿Qué es lo que evalúan y reconocen los votantes mexicanos?
Me explico: la inseguridad y la violencia son más altas y son padecidas por más personas que nunca en México; el sistema de salud público ha expulsado, aún sin remedio a 50 millones; la gestión de la pandemia es un ejemplo fatal de ineptitud y de crueldad, etcétera, etcétera. Aún y con esas, ese gobierno fue premiado en las urnas.
Y no me hago tonto. La doble hélice sobre la que se levanta ese triunfo consiste, por una parte, en un descomunal y evidente operativo del Estado para tender una red nacional de lealtad política. Por otra parte, están las formas de conciencia, experiencia y decepción que anidan hoy en la cabeza de una gran parte de la población.
Es una cosa pero también la otra. No creo que haya un resorte automático entre el gran operativo y la intención efectiva del voto, pero el operativo es de tal magnitud, extensión y permanencia en el terreno que no puede quedar fuera de la explicación de los resultados en esa elección que nos tiene metidos ya, en otra era política, la democracia quedó atrás.
Hablamos de un ejército de 23 mil “Siervos de la Nación” que son pagados con recursos públicos por la Secretaría del Bienestar, cuyo presupuesto para ese fin asciende a 3.5 mil millones anuales en promedio durante los últimos cinco años. Hablamos de una estructura que tiene más dinero que Morena, que recorre con meticulosidad estratégica alcaldías, calles, colonias, cuadras y cuyo monitoreo de afiliados y votantes es quizás la mejor construcción que ha sabido hacer este gobierno. Mecanismo clientelar de alta precisión. El censo de beneficiarios no es público y es manejado a discreción, no llega a los más pobres sino a electores deseables. Para rematar un Tribunal capturado validó que el 54 por ciento de los votos se convirtieran en 74 por ciento de escaños, culminando una obra de abuso autoritario y cuya mayoría ha venido a desmantelarlo todo.
Eso pasó, pero hace falta tomar en cuenta otra dimensión: el ánimo y el humor social que se ha larvado en los últimos lustros y que tiene a la política, los políticos y los partidos como causa de una decepción extendida y un resentimiento acumulado. Eso que los estudiosos llaman la desafección, la predilección por un gobierno marcadamente autoritario, desdeñoso de la ley, pero paternal, proveedor de dinero que ayuda a llegar a la quincena y con la atención personalizada y constante de los “siervos de la nación”.
Transcurrió el tiempo y los salarios fueron aplastados por décadas, el trabajo propio no fue el mecanismo ya no digamos de ascenso social, sino solo de escape de la pobreza y la promesa del goteo jamás llegó. Lo que se creó fue una sociedad de expectativas rotas.
Pues bien, ese pueblo ha encontrado una propuesta de gobierno incapaz de resolver los problemas esenciales pero próximo y surtidor de recursos remediales.
¿Es una explicación demasiado tosca? Lo es, como la realidad y la vida cotidiana de millones.
Más nos vale comprender esa doble hélice, creo que ahí está la clave de la demanda por populismo, la áspera mutación de la sociedad y el tipo de pueblo que hemos llegado a ser.