
Señales profundas y reacomodos de piezas antes del séptimo aniversario del cambio de régimen iniciado en 2018 expresan la consolidación de un movimiento mayoritario capaz de hegemonizar las expectativas del pueblo y de permitir una plataforma para enfrentar un año de amenazas del gobierno de Estados Unidos, así como gestionar los desafíos internos a los cuales la oposición agrega únicamente su limitada y a veces vocal frustración.
La reaparición pública —en video difundido en redes sociales— del expresidente Andrés Manuel López Obrador con el anuncio de “Grandeza”, la concentración del 6 de diciembre en el Zócalo, el liderazgo de Claudia Sheinbaum y Clara Brugada dentro del Obradorismo y la llegada de Ernestina Godoy a la Fiscalía General de la República forman parte de un mismo gesto político: una sola esperanza sostenida por una mayoría que se percibe a sí misma como estándar de continuidad, mandato y destino colectivo. Sin que nadie se encuentre más que satisfecho por la oportunidad de enfrentar los dilemas y desafíos mejor que los partidos políticos opositores, los cuales, individualmente considerados, no reúnen más que una cuarta parte de la aprobación del partido predominante.
López Obrador, jubilado de la política, está y no fuera de ella. El anuncio de su nuevo libro adquiere relevancia por aquello que AMLO ya no está dispuesto a hacer, incluidas las plazas públicas conquistadas a golpe de polarización. “No hay que hacerle sombra a nuestra Presidenta”, dijo, como definición táctica. Max Weber identificaba que la transición del liderazgo carismático al institucional es el momento más complejo para consolidar un proyecto, porque exige que el líder —o la lideresa— renuncie a su centralidad y permisión para que el aparato político y la figura sucesora construyan su propia autoridad, como lo ha demostrado la Presidenta.
El movimiento mayoritario expresa, además, en la movilización del 6 de diciembre en el Zócalo, una disposición antipática para una oposición menor a la mediana básica, de continuidad omnipresente y en creciente espiral. La multitud asistirá a celebrar siete años de un proyecto con nuevas vocerías, ritmos y responsabilidades.
El liderazgo territorial de Clara Brugada es parte vertebral de este reacomodo. La Jefa de Gobierno de la Ciudad de México es puente entre el relato fundacional del Obradorismo y su expansión en una ciudad impactada por desafíos gigantescos y transformaciones profundas en seguridad, movilidad, derechos sociales, infraestructura urbana y espacio público redefinido por la lucha de fronteras nuevas con el ambulantaje. Brugada encarna la versión más social del proyecto y articula comunidad y políticas urbanas con una visión de largo plazo bombardeada por quienes tienen más simpatía por lo policial. Su vínculo político con López Obrador y con Sheinbaum no es más una relación de paralelismo institucional como los es de pertenencia a la izquierda tan libertaria como comunitaria.
Al escenario se suma un elemento institucional de alto calibre: el interinato de Ernestina Godoy al frente de la FGR y la oportunidad de ratificación en lo federal de una experiencia en la Ciudad de México, donde coordinó con eficacia extraordinaria la Fiscalía capitalina con la Secretaría de Seguridad. Es un modelo que privilegia la inteligencia operativa y la claridad procedimental sobre la espectacularidad del castigo. Su llegada sugiere un alineamiento institucional inédito: presidencia, seguridad y fiscalía en la misma dirección, sin confundir coordinación con subordinación.
Antonio Gramsci hablaba de los “bloques históricos”, alianzas sociales y políticas capaces de construir sentido común de la nueva hegemonía. Liderazgo carismático, legitimidad democrática e institucionalidad fortalecida convergen.
Ni personalismos excesivos ni disputas internas erosionarán el nuevo mandato si existe sabiduría política.