
Mientras leía el libro Mar de Dudas (Grano de Sal, 2025), de Carlos Bravo Regidor, me acordé de un espectáculo que presentó el italiano Giorgio Gaber hace casi medio siglo. Entre otros personajes, Karl Marx se le aparece a Gaber en un sueño, y le hace ver al protagonista que la necesidad de encontrar puntos fijos de dónde agarrarse es nociva. “¡Eso no es marxista!”, le responde Gaber. Marx ya no tiene la cámara fotográfica del siglo XIX, ahora filma la realidad, saca conclusiones y se va, sin revelar sus conclusiones. Al final del sketch, Gaber reflexiona: “A lo mejor, en unos diez años uno se levanta en la mañana y, sin saberlo, se encuentra en verdad sin burguesía, sin clases, sin patrones… pero más en la mierda que antes”.
No han pasado diez, sino cincuenta años, las viejas certidumbres hace rato que desaparecieron y uno puede sentirse como en la reflexión de Gaber. No hay puntos fijos de los cuales agarrarse y el futuro se presenta nublado, a veces amenazador. Navegar la realidad en esas condiciones es difícil, porque no se divisan estrellas para utilizar el astrolabio. Pero es necesario, porque el tiempo sigue pasando y la realidad no deja de cambiar. Esa navegación es la que intenta Bravo Regidor a través de 14 entrevistas con distintos autores que analizan o comentan algunos de los más complejos problemas que vive la humanidad en estos tiempos. El propósito, empezar a esbozar un mapa que nos permita hacerlo.
Ninguna de las entrevistas es improvisada, para todas Bravo Regidor se preparó acuciosamente. Y el orden en el que son presentadas en el libro también parece bien estudiado. Todas tienen su interés, pero, como era de suponerse, hay algunas que son excepcionales, algunas son inquietantemente provocadoras (la de Margaret MacMillan) y no falta aquella en la que la persona entrevistada demuestra sus límites y la miopía de su visión (Rebecca Solnit). No por sesgo de formación, sino porque considero que los cambios económicos tienen un papel determinante en la vida presente y futura de las sociedades, me hubiera gustado leer más entrevistas sobre ese tema (la de Branko Milanovic es muy buena, pero el tema económico da para mucho más). Paso a comentar las que me parecieron más interesantes. Otro tema que faltó para completar el mapa es el estado de la educación y su futuro.
Daniel Innerarity, además de subrayar el fin de las certezas, hace reflexiones sobre la necesidad de gestionar nuestra “ignorancia irreductible” ante este mundo cada vez más complejo, y advierte de los peligros de caer bajo formas de dominio más sutiles de las que conocíamos, como el algoritmo de Google, porque, aunque podamos manejar la digitalización, o tengamos instrumentos financieros poderosos, no somos capaces de gestionarlos o de conocer su impacto en varias áreas de la vida. Innerarity lanza una advertencia en contra de quienes pretenden simplificar las cosas, ya sea reivindicando el pasado o afirmando que representan el avance mientras los otros son el retroceso, porque esa lógica no es compatible con la complejidad del mundo actual. No sirve para seguir adelante (y, sin embargo, es la que ha ganado terreno en las últimas décadas).
Innerarity planta una semilla de duda, que irá creciendo en otras entrevistas: el cambio en la definición de la élite, que ahora ya no sólo económica o de poder; también es la del mundo del conocimiento. Los científicos, los cultos, los “sabihondos”, vistos como parte de quienes imponen sus puntos de vista y su lógica a las mayorías, que se resisten a ello.
Nadia Urbinati abunda en sus tesis sobre el populismo, como distorsionador y parásito de la democracia. La gran pregunta es cuándo el populismo deja de serlo y cruza la frontera de no retorno hacia la dictadura. La respuesta de Urbinati es la Constitución, porque el populismo en el poder lo que busca es cambiarla, y hacer que una mayoría circunstancial se haga definitiva. En la Constitución está el punto nodal.
Los populistas, dice Urbinati, “no pueden volverse un gobierno ordinario sin correr el riesgo de ser vistos como parte del stablishment”. De ahí que vivan en campaña permanente, y que usen al Estado para mantener unida a su coalición, “y eso crea corrupción, incompetencia, dificultades económicas, etc.” ¿Qué hacer ante eso? Hacer que sobreviva la disposición democrática y jugar el papel de Pepe Grillo con Pinocho: sembrar y sembrar semillas de conciencia en la opinión pública.
Sobre el qué hacer ante la erosión democrática, la politóloga colombiana Laura Gamboa, da algunas claves, algunas estrellas que aparecen en el cielo encapotado. En vez de centrarse en los regímenes, lo hace en las oposiciones. Estudia por qué las oposiciones fallaron en detener las pulsiones autoritarias en Venezuela y Turquía, mientras que pudieron revertirlas en Colombia y Polonia. Es algo que no tiene mucho qué ver con la fortaleza de instituciones y constituciones previas, y sí con las estrategias.
La conclusión de Gamboa es que las estrategias extrainstitucionales con objetivos radicales terminan siendo contraproducentes, que las estrategias con objetivos moderados contribuyen a salvaguardar el régimen democrático, que los contrapesos de todo tipo son importantes, que ganar tiempo es fundamental (porque el populismo necesita mantener una careta democrática) y que se requieren políticos profesionales que hayan sobrevivido a la caída de los partidos tradicionales.
La de Iván Krastev era la única entrevista que yo había leído con anterioridad. En el contexto del libro resulta más rica, entre otras cosas porque las muchas preguntas que se hace tienen mejor contexto tras leer las otras entrevistas. Tocaré cuatro puntos. Uno es la idea, a contrapelo de Hobsbawn, de que en realidad vivimos apenas el fin del Siglo XX largo, precisamente porque está empezando algo muy distinto. Otro es la importancia de las protestas, más allá de las elecciones, porque son las que meten los temas a la palestra. Un tercero es que lo que hoy predice la adscripción geopolítica de un Estado no es su comercio, sino con quién comparte los datos. Finalmente, que “el ‘fin de la historia’ convirtió el tiempo en espacio” (o viceversa): emigrar para llegar al “futuro” y votar por la derecha populista para regresar al pasado.
El libro da para pensar y para imaginar. Deja muchísimas más inquietudes. Reseño solamente algunas. Una es que, cuando la pandemia, varios dijimos “esto va a cambiar muchas cosas” y luego medio nos acomodamos sin ahondar lo suficiente. El hecho es que sí las cambió, y lo sigue haciendo. Otra, recordarnos que quienes se sienten “perdedores” no confían en las instituciones, y que esa sensación (sentirse ganador o perdedor) suele cambiar en el tiempo. Una más, que la indignación no tiene color político. Finalmente, que el pasado no regresa y hay que mirar hacia adelante. Sigue la travesía.