Opinión

Guerras y desapariciones

Desaparecidos México
Desaparecidos México (Galo Cañas Rodríguez)

De acuerdo con la eufonía de los Derechos Humanos --negar el nombre de las cosas-- , una desaparición forzada es el resultado de una acción de poder para secuestrar a una persona cuyo inevitable asesinato continuará con la eliminación de sus restos.

Un desaparecido, en esa terminología, es inmortal. Si no hay cadáver no hay evidencia ni del crimen ni de la muerte. Entonces se recurre a la figura etérea de la “desaparición”.

Toda invisibilidad quiere un hallazgo posterior, y en ese sentido un desaparecido nunca morirá, porque se le seguirá buscando aun cuando se conozcan a las claras --como en el caso de los 43 de Iguala--, los detalles de su muerte.

Por eso todo, como la memoria, es imprescriptible.

Además, si prescribiera, se acabaría el negocio de los vivales de los DH, como esos vivales del GIEI a quienes el gobierno de la IV-T, como los anteriores, han contratado para girar en la noria y cobrar en dólares.

Con estos temas --desapariciones, crímenes, sevicia, asesinatos masivos--, he leído un libro sorprendente y sobrecogedor. Se llama “Imposible decir adiós”. Lo escribió Han Kang y por él (y otros textos) le dieron el Premio Nobel de literatura. Este es un fragmento:

“…No es casualidad que aquel invierno fueran asesinadas 30 mil personas en esta isla y en el verano del año siguiente otras 200 mil en el resto del país. El gobierno militar estadunidense ordenó poner fin al comunismo a toda costa, masacrando, de ser preciso, a los 300 mil habitantes que componían por entonces la población de Jeju.

“Jóvenes de extrema derecha, originarios de Corea del Norte, tras haber recibido dos semanas de adiestramiento y vistiendo uniformes de policías y militares, entraron en la isla pertrechados con la voluntad y el odio necesarios para cumplir esa orden. Se prohibió el acceso a la zona costera y se controlaron los medios de prensa.

“No sólo se permitió, sino que se recompensó, la atrocidad de disparar a los bebés en la cabeza, lo que hizo que ascendieran a mil 500 los niños menores de diez años muertos por heridas de bala.

“Antes de que se hubiera secado toda esa sangre derramada, estalló la Guerra de Corea y, tal como habían hecho en Jeju aprehendieron a 200 mil personas de todas las ciudades y pueblos del país, los transportaron en camiones, los encerraron, los fusilaron, los enterraron clandestinamente y no permitieron que nadie exhumara los restos.

--¿Por qué?

“Porque la guerra nunca terminó, porque sólo quedó en suspenso, porque el enemigo sigue allí, detrás de la línea del Armisticio, porque todos se callaron, incluso los familiares de los masacrados, porque abrir la boca equivalía a ponerse del lado del enemigo.

“Así pasaron años y décadas hasta que comenzaron a aparecer. Montoncitos de canillas y pequeñas calaveras con agujeros de bala en valles, minas y pistas de aterrizaje, y aún hoy todos esos huesos siguen ahí apiñados y enmarañados bajo la tierra.

“Esos niños…

“Esos niños que mataron en aquella campaña de exterminio…

“Una noche salí de casa pensando en esos niños. Era octubre, ya había pasado la época de los tifones, pero una fuerte tempestad se abatía sobre el bosque. Las nubes se deslizaban velozmente por el firmamento devorando y escupiendo la luna, las estrellas refulgían como si fueran a precipitarse todas al mismo tiempo y los ´árboles se sacudían a punto de ser arrancados de cuajo. El viento levantaba y zarandeaba las ramas de los árboles y se colaba por dentro de mi chaqueta inflándola como un globo, como si quisiera alzarme por los mares. Mientras atravesaba ese vendaval, esforzándome por afianzarme en el suelo a cada paso que daba, pensé:

“Están aquí”.

En México, hoy, nadie sabe dónde están los 128 mil 64 personas desaparecidas durante los gobiernos de la IV-T. Tampoco sus restos.

Tendencias