Opinión

2025 nos enseñó. 2026 nos pide acción

. Imagen: IA/Copilot

Diciembre va llegando a su fin y con él estamos cerrando el 2025, un año que nos ha desafiado a redefinir lo que significa estar presentes mientras el mundo se mueve más rápido que nuestra capacidad de procesarlo. Hemos desgastado tanto la palabra ‘propósito’ que hoy se proyecta más como una etiqueta corporativa o una obligación pendiente, ocultando la verdad incómoda y poderosa que late en su interior. Pero ¿qué pasaría si hoy decidimos mirar el propósito de una manera radicalmente honesta?

Hablar de propósito de forma honesta implica como primer paso romper con la idea de que tener un “por qué” es un estado de iluminación permanente porque el propósito no es un destino al que se llega después de comprar un curso o completar una agenda de planificación; es, en realidad, el tejido que se forma de la mano de nuestras decisiones diarias, especialmente de aquellas que tomamos cuando nadie nos mira. En lo personal y probablemente para muchas personas más este 2025 no ha sido un año lineal, ha sido un ciclo de reconstrucción, de soltar identidades que ya no encajaban y de aprender a caminar a veces con la incertidumbre.

El factor determinante de este año no ha sido la conexión digital, sino la humana y el propósito está ligado a algo tan simple y profundo como ser vistos y ver a los demás de forma integral. Sin esa mirada compartida, el sentido vital desaparece, sin mirada no hay sentido.

En estos términos es inevitable acudir a Viktor Frankl, en su obra fundamental El hombre en busca de sentido, donde nos convida que el propósito no es algo que preguntamos a la vida, sino algo que la vida nos pregunta a nosotros. Frankl escribía: “Lo que de verdad importa no es lo que esperamos de la vida, sino lo que la vida espera de nosotros”.

Esta perspectiva cambia las reglas del juego para este cierre de año y en lugar de preguntarnos qué queremos lograr en 2026, la honestidad nos obliga a preguntarnos: ¿A qué llamadas de la realidad hemos respondido este año? ¿En qué momentos fuimos la respuesta al dolor o a la necesidad de alguien más? El propósito honesto se encuentra en la responsabilidad y en la capacidad de responder ante las circunstancias que el 2025 nos puso enfrente, ya fueran crisis personales o alegrías compartidas.

Este enfoque de responsabilidad y sentido cobra una dimensión crítica cuando lo trasladamos al mundo del trabajo. En mi propósito sumo un “twist” más este año: las organizaciones no son estructuras ni procesos, sino sistemas vivos habitados por personas. Si aceptamos esto, el liderazgo deja de ser una jerarquía para convertirse en una práctica humana y en este sentido un líder no es quien ostenta un cargo, sino quien facilita que otros encuentren sentido en lo que hacen.

La cultura organizacional no es lo que está escrito en las paredes de una oficina; es el reflejo de comportamientos y valores reales que se manifiestan en el trato diario. Este 2025 nos ha gritado que el desarrollo de habilidades humanas, las soft skills como la curiosidad, la creatividad, la empatía y la responsabilidad, son las únicas estrategias sostenibles. El bienestar, el propósito y la dignidad en el trabajo no son “beneficios adicionales”, son el núcleo de cualquier organización que pretenda sobrevivir y trascender.

En esta visión conversar no es un complemento: es un eje fundamental y core y por ello este 2025 he creado la metodología “Convers-hemos” porque estoy convencida que la conversación es el espacio sagrado donde se construye sentido, confianza y cultura. Si queremos transformar una organización, debemos transformar sus conversaciones. Cuando conversamos de verdad, dejamos de ser engranajes para ser humanos que colaboran y la conversación consciente es la herramienta de liderazgo más poderosa que existe porque es ahí donde la dignidad de la persona es reconocida.

Mirando hacia atrás el 2025 nos deja grandes lecciones y quizás el propósito de este año no fue alcanzar esa meta grandiosa que escribimos en enero y quizás haya sido simplemente aprender y revisar el año con honestidad es reconocer que, a veces, el mayor propósito cumplido es haber sobrevivido a nuestras propias tormentas internas y seguir teniendo el deseo de dar los buenos días y ser felizmente positivos.

Este ejercicio de introspección no estaría completo sin el acto de la gratitud, pero no una gratitud de manual de autoayuda, sino una gratitud de trinchera. Gracias a los que se quedaron cuando el panorama se puso gris, gracias a las conversaciones incómodas que nos permitieron crecer, gracias a los errores que nos bajaron del pedestal de la soberbia y al cerrar este ciclo, agradezco la oportunidad de haber navegado el 2025 con ustedes estimados lectores.

El propósito para el año que viene no debería ser solo “ser mejores”, sino “ser más nosotros”, más reales, más conectados, más humanos porque la vida no espera que seamos perfectos, estoy segura que espera que estemos presentes.

Al cerrar este artículo me despido con una sensación de paz que nace de la aceptación. No todo salió como planeamos y está bien. Las cicatrices del 2025 son los mapas de nuestro aprendizaje.

Que el 2026 sea el año en que prioricemos el vínculo sobre la agenda; que nos encuentre conversando más, conectando de verdad y alineando nuestro propósito individual con nuestras acciones diarias. Gracias por caminar conmigo este 2025, nos vemos en la conversación del próximo año.

bosisioflorencia@gmail.com

El bienestar, el propósito y la dignidad en el trabajo no son “beneficios adicionales”, son el núcleo de cualquier organización que pretenda sobrevivir y trascender.

Tendencias