
En el calendario católico el 28 de diciembre se conmemora la matanza de los infantes inocentes. Como todos sabemos para evitar la vida de Cristo, Herodes envió a la muerte a todos los menores de dos años nacidos en Judea, especialmente en Belén.
Hoy ya no suceden esas cosas, pero también hay inocentes declarados culpables. Me refiero a los periodistas acusados, señalados, estigmatizados y en casos más graves, víctimas de atentados graves o asesinatos consumados.
Para evitar sus pecados (¿?) se les impide ejercer su profesión o se les ponen obstáculos o se les injuria desde la inaccesible cima del poder.
La gran silla nacional tiene a su disposición tribunales acordeonistas; , jueces de consigna, sicarios de la pluma, merolicos alquilados o con futuro político (les llaman voceros) y un sin fin de recursos para frenar la libre circulación de las ideas, mientras desde la cima se repite la fervorosa e incumplida cantinela del respeto a la libre expresión; la inexistencia de la censura, la ausencia de perseguidos.
Y aunque no sea directamente la autoridad la responsable directa de los asesinatos de comunicadores (aunque su hostigamiento los relativiza), no es la diligencia en el esclarecimiento justiciero de estos crímenes su mejor distintivo. Más bien esas pesquisas se caracterizan por su lerdez, pachorra y resultados parciales.
Hoy al catálogo de recursos intimidatorios en contra la prensa (usemos una vez más la tradicional sinécdoque), entre los cuales destaca por absurdo el de la violencia política de género (femenino, claro; lo masculino es en todo caso sub-género), se ha agregado el terrorismo. El gobierno se niega a reconocer como terrorista a quien pone un autobomba y mata a cinco o seis personas, pero no tiene empacho en calificar de tan explosiva manera a quien reporta un accidente de tránsito en Veracruz.
Bajo el sello editorial de Libros Grano de Sal y bajo la coordinación editorial y la selección de textos de Humberto Musacchio, comenzó a circular hace unos días el libro “CÁLLENSE. LOS NUEVOS ROSTROS DE LA CENSURA”
El compendio reproduce textos de 42 columnistas y articulistas y tres caricaturas de dibujantes. Ninguno de ellos puede ser acusado de fisgoneo. No son voyeurs ni mirones de baño público.
Hasta donde sé ninguno de los textos ha sido incluido en el catálogo del terrorismo por alguno de los muchos órganos de espionaje nacional. Quizá falte poco.
Como los esfuerzos en favor de la inexistente seguridad pública o la defensa de la amenazada seguridad nacional no son fáciles, ni tan exitosos como se quisiera, ni resulta tarea sencilla acabar con los cárteles sinaloenses o de Jalisco, es más simple inventar el Cártel de la pluma” o del “Micrófono de la nueva Generación”.
Hostigar, denigrar, acosar y cercar a periodistas desarmados es fácil. Vencer a la delincuencia, sobre todo, cuando se han probado muchos nexos con ella es un poco más arduo.
Del texto publicado originalmente aquí y cuyas líneas forman parte del ya dicho libro, extraigo este fragmento. Sigue vigente.
“…Poco a poco, con el sigilo de la estrategia planeada y con importantes agregados coyunturales, el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) avanza a tientas en el campo de las prohibiciones. Uno de sus esfuerzos más visibles es contra la comunicación o el periodismo, como se le decía antes a esa actividad por la cual quienes no sabían algo lo llegan a conocer a través de personas dedicadas, como decía Gabriel García Márquez a decirle a unos que no saben, lo que otros sí saben.
“No es necesario exaltar los valores democráticos de la función informativa. Tampoco entonar un canto fervoroso en pro de esta delicada profesión cuyo sentido --decía José Alvarado--, se logra cabalmente cuando las manos están limpias y el corazón. Ardiente. No tiene caso.
“…Cuando uno escucha (desde el poder) la defensa de la libertad por un lado y las críticas contra quienes la practican (zopilotes carroñeros, etc.), tiene derecho a preguntar:
--“¿Entonces, en qué quedamos?”