
“...el político es el eje de la rueda, cuando se rompe o se corrompe la rueda, que es el pueblo, se hace pedazos; el separa todo lo que no serviría junto, liga todo lo que no podría existir separado. Al principio este movimiento del pueblo que gira en torno a uno, produce una sensación de vacío y de muerte; después descubre uno su función en ese movimiento, el ritmo de la rueda que no serviría sin eje, sin uno. Y se siente la única paz del poder, que es moverse y hacer mover a los demás, a tiempo con el tiempo. Y por eso ocurre que el político puede ser, es, en México, el mayor creador o el destructor más grande...”
El reciente y mortal accidente ferroviario en Oaxaca muestra, crudamente, la principal característica de la filosofía (si así se le pudiera llamar) de la Cuarta Transformación en cualquiera de sus dos pisos: La simulación.
El párrafo inicial de esta columna está tomado de la dramaturgia de Rodolfo Usigli. Pertenece al tercer acto de “El gesticulador”, una obra política escrita con la necesaria cautela del tiempo postrevolucionario mexicano pero profundamente descriptiva..
“...el político puede ser, es, en México el mayor creador o el destructor más grande...”
Posiblemente, muchos de los pasajeros del tren desbarrancado tras la volcadura de la locomotora hay creído de buena fe en las capacidades constructoras del anterior gobierno cuya apresurada perspicacia le dio a entender a tropiezos y carreras, la importancia de culminar un proyecto de transporte transístmico suspendido por la realidad desde los tiempos de Porfirio Díaz. Quizá muchos hasta votaron por Morena.
Pero esas personas por cuya edad provecta se adivina en algunos (según la lista divulgada) la pensión del Bienestar, ahora entre las ropas ensangrentadas, no disfrutaron las capacidades edificantes, sino las potencias destructoras. Se subieron a un tren falazmente presentado y ostentado como obra significativa, moderna, visionaria de la transformación nacional, y encontraron la muerte al final de una curva.
--¿Por qué? Eso no lo sabremos jamás con detalle ni precisión. Por razones de seguridad nacional, o alguna patraña de ese mismo jaez, la 4.T.2.P., esconderá las deficiencias por cuya tolerancia y mala factura el tren se desbarrancó.
“Yo no he de pagar por las deudas ajenas”, cantaba Vicente Fernández, pero en el Palacio Nacional se prefiere cargar con los pecados de otros, en lugar de limpiar la gestión presente.
Soslayar, esconder, sacar al buey y el tren de la barranca tal si fueran propios; asumir los errores pasados y adoptarlos ideológicamente, cargar con los costos políticos y el desprestigio antes de exhibir las omisiones y torpezas; la ineptitud, en fin, de la mala hechura sin supervisión.
Inventarán motivos, causas y circunstancias físicas con un farragoso lenguaje de peritos de ocasión de por medio para seguir embromando a los incautos, pero de antemano todos sabemos la respuesta: las cosas se hicieron mal sin oportuna certificación.
Y tan no estaba certificada la ruta ferroviaria (el anuncio actual lo prueba), que apenas ahora se busca hacerlo. Cuando se precisa una investigación se gestiona una certificación para operaciones futuras.
¿Y lo de antes?
“...creo que es muy importante, es que se tenga una certificación externa para cuando queramos utilizar nuevamente la vía para transporte de pasajeros, sobre todo, es decir, que una vez que se haga el dictamen venga una, hay varias certificadoras internacionales de vías, para poder garantizar que la vía y las locomotoras están en buen funcionamiento para que pueda nuevamente operar el tren. Y si ahí hay recomendaciones de lo que se tiene que hacer para mayor seguridad, pues que se tomen esas recomendaciones”.
Esa convocatoria a la certificación exhibe lo inexistente. Si el tren se hubiera revisado por cualquiera “de las varias certificadoras internacionales de vías, para poder garantizar que la vía y las locomotoras están en buen funcionamiento” quizá esto no habría ocurrido.