Opinión

Su alteza serenísima

En la película Su Alteza Serenísima, escrita y dirigida por el recientemente fallecido Felipe Cazals, se retratan los últimos días de Antonio López de Santa Anna, el caudillo, el “hombre providencial” de varias décadas del siglo XIX, que ha regresado del exilio a morir, pero que cree haberlo hecho para de alguna manera recuperar las glorias y el poder perdido.

En la casa de la calle de Vergara (hoy Bolívar), adonde Santa Anna, tullido y encerrado, se la pasa tramando, se vive una realidad alterna, creada por la esposa del caudillo, Dolores Tosta. Diferentes personajes visitan al general, pero todos ellos siguen un guion tramado por la mujer, para hacer que quien otrora fuera “el dictador resplandeciente”, crea que todavía puede influir, que tiene posibilidades de poder, cuando en realidad está olvidado y es impotente.

Así van pasando la mujer de clase alta que -aunque sabe que ya no es nadie- le reitera que los Guadalupanos están con él; el coronel que le recuerda sus grandes batallas y lo hace sentir imprescindible (y vomita, luego de devolver el abrigo que le prestaron y recibir unas monedas de Tosta, a cambio de su actuación); el prelado, antiguo aliado, que en realidad, mientras echa espuma contra liberales y extranjeros, lo que quiere y logra es extorsionar al canoso expresidente a cambio de un favor que no recibirá.

En esa decadencia, hay un grupo de desarrapados a los que Dolores Tosta paga e instruye para que se hagan pasar por el buen pueblo agradecido, que visita y aplaude al viejo caudillo (efectivamente, hay un par de soldados veteranos que parecen todavía estimarlo; pero la mayoría lo hace sólo por el dinero).

A Santa Anna lo único que parece hacerlo feliz son esos momentos en los que percibe los vítores y el cariño populares, pero su semblante cambia radicalmente cuando de entre el pueblo sale un insulto, una cruel devolución a una realidad que el viejo tirano nunca estará dispuesto a aceptar. El caudillo quisiera responder con violencia a esos desplantes de libertad, pero no puede. Ya no tiene el Poder.

¿En qué se refugia Santa Anna? Por un lado, en la justificación de sus acciones: siempre hay un argumento o un pretexto para hacerlo. A veces es su propio machismo de gallo de pelea. A veces, su instinto de supervivencia. Por el otro, se refugia en el pensamiento mágico: una vidente que le lee el futuro a partir del tocamiento del muñón de su pierna. En cambio, se resiste una y otra y otra vez a la confesión ante un sacerdote. Implicaría aceptar errores y pecados. Recibe a unas putas, que también están buscando dinero en efectivo, y con ellas, una sorpresa.

Llega el momento de poner a buen resguardo el dinero obtenido con la venta de La Mesilla, y Santa Anna es convencido de hacerlo en asociación con los norteamericanos y el hijo de Juárez, el Liberal. Con los enemigos históricos (pero en realidad, solamente son los enemigos del pasado). La inversión es en un tren, que llevará progreso. El dinero, se sabe, no tiene nacionalidad ni ideología. Negocios son negocios.

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El deterioro es el deterioro, y no es sólo físico. Es integral. La oscuridad -en la que casi siempre están los desarrapados, mientras que en el piso superior a veces hay luz- se va adueñando de todo. Tosta lee al moribundo historias de las viejas epopeyas del caudillo, de cuando él era la luz, era el rayo. Pero el momento del fin ha llegado. Con él, la casa, Santa Anna mismo, se va quebrando en añicos, en el desprecio y, finalmente -lo peor- en el olvido.

La película es de 2001. Volverla a ver en 2021 resulta impactante.

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Los recientes fallecimientos del enorme historiador y antropólogo Alfredo López Austin y del cineasta Cazals, han puesto al actual gobierno en una situación un tanto incómoda. Se trata de creadores abiertamente identificados con la izquierda, el progreso y el rechazo a todo tipo de colonialismo, todas ellas características que se atribuye el gobierno de López Obrador. Sin embargo, ambos terminaron protestando contra las políticas gubernamentales. López Austin fue muy enfático respecto a la extinción de los fideicomisos dedicados a la ciencia, las artes y la cultura. Cazals, igualmente, con el agregado de que el cineasta se sumó abiertamente a la defensa del INE, tras los ataques que esa institución recibió desde Palacio.

Creo que quien mejor pudo expresar esa paradoja fue Leonardo López Luján, Premio Crónica, en una respuesta a un tuit que quería ser halagador, de parte de Rafael Barajas, El Fisgón, quien ahora trabaja como propagandista oficial de la 4T, y elogiaba a su padre, López Austin: “Rafael, gracias por esta caricatura de un hombre que siempre luchó por una izquierda verdaderamente democrática y sin caudillos, por la ciencia y la cultura como motor del bienestar común, y para que se reconociera el derecho de los indígenas para decidir su propio futuro”, escribió López Luján.

Guante blanco, pero noqueador.

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