Opinión

Antígona e Ismene

Alrededor de los antiguos mitos griegos se han escrito innumerables obras literarias. Los escritores de la Grecia clásica reescribieron muchos de ellos profundizando en los personajes y ampliando con su creatividad los relatos originales. Las narraciones de diversos autores se entrelazaban logrando la continuidad del mito y llegaron a formar amplios ciclos temáticos o lo que ahora conocemos como sagas literarias.

Óleo en lienzo de Charles Jalabert (1819 – 1901): Edipo y Antígona (Œdipe et Antigone, 1842). Antígona y su padre, Edipo, abandonan la ciudad de Tebas.

Óleo en lienzo de Charles Jalabert (1819 – 1901): Edipo y Antígona (Œdipe et Antigone, 1842). Antígona y su padre, Edipo, abandonan la ciudad de Tebas.

En el ciclo Tebano encontramos los textos de Esquilo (Los siete contra Tebas), de Sófocles (Edipo rey, Edipo en Colono y Antígona) y de Eurípides (Las Suplicantes y Las Fenicias). Todas estas tragedias escritas durante los siglos V y IV a.C. están basadas en leyendas que tienen como referencia la antigua ciudad griega de Tebas.

Como sabemos en Los siete contra Tebas, los hijos de Edipo, Polinices y Eteocles, habían hecho un acuerdo de reinar alternadamente. Eteocles lo incumple y con ello dio inicio una guerra fratricida. Polinices se alió con el ejército de la vecina ciudad de Argos para invadir Tebas y recuperar la corona arrebatada por su hermano. Al final de la contienda los hermanos terminan por darse muerte el uno al otro, y, después de que los tebanos logran vencer al invasor, Creonte, el tío materno de ambos, asume el control de Tebas. Hasta aquí llega la narración de Esquilo en Los siete contra Tebas.

Antígona de Sófocles inicia el relato donde Esquilo lo dejó: con los funerales de los hermanos. El tirano Creonte emitió un decreto mediante el cual se establecía que a Eteocles se le debían rendir todos los honores fúnebres, los que correspondían a un héroe; pero, el cadáver de Polinices debía quedar sin sepultura y se prohibía cualquier manifestación pública o privada de lamento por su muerte, pues se le consideraba un traidor. El desacato a este dictado sería castigado con la muerte por lapidación.

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Esta orden del rey era en extremo drástica, porque los rituales funerarios en la antigua Grecia tenían suma importancia. Si se omitían los rituales se creía que los espíritus de los muertos podían vagar sin rumbo, desarrollar cierto rencor y convertirse en influencias malignas para los vivos. Los familiares eran los que estaban obligados moralmente a enterrar a sus muertos, construir sus tumbas -que hacían las veces de pequeños templos- y llevarles periódicamente las ofrendas adecuadas (alimentos y bebidas) para mantener su alma apaciguada. El culto a los muertos era ante todo un asunto familiar. (F. Coulanges. La ciudad Antigua).

El decreto emitido por Creonte, ante los ojos de Antígona, hermana de Polinices, era a todas luces injusto y cruel. Injusto porque invadía el derecho privado de la familia y cruel ya que el cuerpo de su hermano quedaba expuesto como alimento a las aves de rapiña y a los perros.

La tragedia empieza cuando Antígona le comunica a su hermana Ismene, quien permanecía un tanto ausente y distante, lo dispuesto por el tirano. La invita a desafiar las órdenes de Creonte y juntas levantar con sus manos el cadáver de Polinices para darle sepultura con los rituales que corresponden. Antígona está dispuesta a morir antes que abandonar el cuerpo de su hermano. “¡A él, yo lo sepulto! Y ¿Qué si por ello muero? ¡Que bello fuera! ¡Hermana amante yacer unida junto al hermano amado, después de haber cumplido con él todos los deberes de piedad familiar! Bendita rebeldía: más largo tiempo tengo de complacer a los muertos, antes que a los vivos, como que con ellos he de reposar en el más allá.”

Ismene temerosa se niega rotundamente a seguir a Antígona en su rebeldía. “Mira ahora: las dos solas quedamos, enteramente solas, ¿cuál será nuestra muerte infamante y amarga, si quebrantamos los mandatos del potente tirano? ¿Mujeres somos, podremos oponernos a los hombres? Súbditas somos, tenemos que acatar estas leyes y aún más duras, si las imponen los más fuertes.” Ismene le confiesa a su hermana que se siente impotente para desacatar la ley de la ciudad, a pesar de reconocer que va en contra de la costumbre religiosa de la familia.

Antígona logra su cometido y por dar sepultura a su hermano es tomada presa y recluida en un calabozo donde ella misma se ahorca. La muerte de la heroína acarrea también la desgracia de Creonte, pues su hijo Hemón que estaba comprometido con Antígona, al encontrar a su amada colgada también se suicida. Lo mismo sucede con Eurídice, esposa del tirano que, al no soportar ver a su hijo muerto, se quita la vida. El rey se convierte en víctima de su propia arrogancia y obstinación.

Para Carlos García Gual, Antígona representa el arquetipo de la mujer rebelde por excelencia, la que desafía al poder y defiende los principios de lo privado frente al estado, sin importar el riesgo mortal que asume. “La tragedia se ha interpretado en la escena moderna como una apología de la rebeldía contra el tirano o el estado represor.” Por esta razón, tal vez, sigue siendo muy potente y atractiva a la sensibilidad de los lectores actuales.

Pero probablemente no siempre fue así, señala García Gual. En el contexto de la Grecia antigua, Ismene, la mujer subordinada y obediente a lo dispuesto por el tirano, la temerosa de pelear contra lo que considera injusto, podría haber sido considerada el modelo femenino a seguir. A su vez, Creonte pudo haber sido visto como el prototipo del gobernante justo, al castigar a la persona que había querido destruir su propia ciudad, aliado con un gobierno extranjero.

“Situado en otro contexto social, escribe García Gual, seguramente el espectador griego, al tiempo que compadecía a la joven heroína, reconocía que merecía castigo por su acción descontrolada y subversiva. Porque, desde el punto de vista de la ciudad griega, Creonte tenía razón…”

La disputa entre Antígona y Creonte acepta varias lecturas. Refleja la contradicción entre el derecho público y el privado, entre la razón de estado y el interés individual, el dominio del poder patriarcal sobre la mujer, la desobediencia civil frente a la arbitrariedad del tirano, la represión del gobierno contra la inconformidad ciudadana. Pero, sobre todo, la tragedia de Sófocles notablemente plantea la actitud contrastante que tienen dos mujeres de la misma condición ante los arrebatos del poderoso: sumisión o rebeldía.