Opinión

Aristas de la marcha del humanismo mexicano

La multitudinaria marcha que encabezó el presidente López Obrador el domingo 27 merece, al igual que la que realizaron ciudadanos y partidos de oposición dos semanas antes, ser analizada por varias de las aristas que tiene. Van algunas.

Simpatizantes y funcionarios acompañaron al presidente Andrés Manuel López Obrador durante su Informe de Gobierno

Simpatizantes y funcionarios acompañaron al presidente Andrés Manuel López Obrador durante su Informe de Gobierno

Cuartoscuro

Motivos y nombres

Originalmente se pretendía que la marcha sería en apoyo a la iniciativa presidencial de reforma electoral. Algo así como “el INE sí se toca”. Al medir la correlación de fuerzas en el Congreso, y ver que, sin el apoyo de algún partido de oposición era imposible hacer pasar la reforma constitucional, se cambió el propósito: fue una marcha para expresar apoyo al gobierno de López Obrador y a la transformación nacional que anuncia perennemente.

Esto tuvo tres consecuencias: la primera, que dejó en claro que AMLO había interpretado la marcha en defensa de la democracia como una demostración de la fuerza de los opositores y quiso jugar a las vencidas, para comprobar que tenía a la mayoría de su lado (aunque sepamos que las mayorías no se miden por las manifestaciones).

La segunda, que se diluyó el contenido central de la marcha: no fue convocada por nada en particular, sólo en favor del Presidente, y eso se reflejó en los carteles, que fueron variopintos, y en las consignas, que se resumían al honor de marchar con López Obrador.

La tercera es más significativa. En ausencia de un motivo específico, decidieron bautizar la movilización como “La Marcha del Pueblo”. Porque el Pueblo con mayúsculas es una cosa diferente de los ciudadanos con minúsculas que quieren mantener a salvo sus derechos a vivir en democracia. Se busca la imagen del enfrentamiento retórico entre el pueblo profundo, pobre, digno y moreno, por un lado, y los aspiracionistas (por definición racistas y clasistas) por el otro. Es en esa escisión donde se pretende disputar el futuro en las elecciones de 2024. Por lo mismo, se trató, claramente, de una marcha con propósitos electorales.

Los números, y la manera de obtenerlos

Miles de ciudadanos, convencidos de que este gobierno merece ser apoyado, asistieron a la movilización convocada por López Obrador. Pero una proporción nada despreciable de los asistentes fue inducida a participar a partir de promesas, regalos o amenazas de parte de funcionarios de gobiernos morenistas de diferentes niveles. El método de transporte es lo de menos: lo esencial es que hubo quienes se sintieron en la obligación de asistir a la marcha, pero no por razones morales o políticas, sino porque tenían que pasar lista.

Si tomamos en cuenta que fue una marcha con propósitos electorales, podemos deducir que el comportamiento para obtener un alto número de participantes marca un sello de la casa. Se dio una simbiosis entre gobierno(s), partido y movimiento en la que se perdieron las formas (o, más bien, se recuperaron las viejas formas priistas), sobre todo en lo relativo al respeto a la legalidad.

Hay, eso sí, algunas diferencias. En los tiempos gloriosos del PRI, los jilgueros afirmaban, sin despeinarse, que la gente asistía por pura convicción revolucionaria y quien lo dudara estaba al servicio de la reacción. Ahora, hasta hemos leído en la prensa afín un elogio del Frutsi y de la torta.

Otra diferencia es que la lógica corporativista del PRI funcionaba mejor en las manifestaciones que la lógica clientelista de Morena. La Marcha del Pueblo cubrió cuadras y cuadras a su paso por Reforma, pero al final el Zócalo presentó huecos. ¿Fallas en la logística, en la disciplina? ¿Demasiados se fueron tras pasar lista, o se regresaron antes a su camión por cansancio o para que no se les fuera o para recibir su apoyo?

En resumen, asistió una cantidad enorme de personas. Muchas de ellas le pregonaron a López Obrador un afecto que a él le sabe a gloria. Al mismo tiempo, quedó en evidencia que el aparato de la simbiosis entre gobierno, partido y movimiento requiere de aceitadas si quiere ser tan eficiente como el del viejo PRI. Todo el proceso es un claro y ominoso anticipo de lo que pretende Morena rumbo a las próximas elecciones.

Humanismo Mexicano

El Presidente había anunciado que haría un bautizo ideológico a su movimiento. Resultó que es portavoz y encarnación del Humanismo Mexicano.

Como para López Obrador, la forma es más relevante que el fondo, en esta definición hay que ver primero el adjetivo y luego el sustantivo. El adjetivo es “mexicano”. Se trata claramente de buscar la pulsión nacionalista, en contra de la globalización económica y sobre todo cultural. También puede servir para dividir a los mexicanos en distintos grados de mexicanidad.

El sustantivo, “humanista”, es una manera de no mencionar ninguna ideología verdadera. Es no ser de izquierda, ni de derecha, sino todo lo contrario. O puede no ser más que una palabra bonita. Recordemos que el diputado Carlos Sansores (padre de la señora gobernadora de Campeche) alabó en su momento “la filosofía profundamente humanista” del entonces presidente Echeverría, al contestar aquel informe en el que don Luis se oponía “con una nueva moral” a “los emisarios del pasado que debemos, definitivamente, sepultar”.

Ya lo dijo en estas páginas Raúl Trejo: el humanismo, que enfatiza la dignidad, la libertad y la autonomía de todas las personas es, por definición, universal. El adjetivo nacionalista lo convierte en un oxímoron: una contradicción de términos. Algo así como “revolucionario” e “institucional”

Probablemente López Obrador entiende humanismo como humanidad, es decir, la capacidad para sentir afecto y solidaridad hacia el prójimo. Pero esa no es ninguna ideología, es un sentimiento, que bien puede hacerse de lado si de lo que se trata es que la marcha sea grandota, aunque vengas desde muy lejos.

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