Opinión

Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades (primera parte)

Un personaje talentoso e inteligente, un intelectual con fama y reconocimiento, regresa a México tras más de veinte años de vivir en otro país. El regreso es otro viaje en sí mismo: un viaje interior que sucede al largo viaje exterior del emigrado exitoso. El itinerario de ese regreso lo lleva al centro de su pasado y a observar el presente desde una mirada crítica que abreva de todo lo aprendido, gozado y sufrido en el camino.

Es el regreso al mismo tiempo una oportunidad para hacer el recuento memorioso de su vida, y un reencuentro emocional e intelectual con el mapa inestable de sus identidades: de las más íntimas -relacionadas a la historia familiar- a las más simbólicas -que intentan descifrar el presente y el pasado del país al que regresa, sus viejos y nuevos símbolos, sus viejas y nuevas atrofias, y el cúmulo doloroso de sus complejidades.

El personaje que regresa descubre un país distinto al que dejó. Se detiene a observar aquello que subsiste en el subsuelo de la realidad nacional y aquello que se le ha agregado en el presente, aquello de lo que él aún forma parte y aquello de lo que ya se siente ajeno. La experiencia de este regreso es la materia prima con la que delimita las coordenadas de su relato, en el que lo real y lo ficticio dialogan y se entrecruzan como ocurre en nuestros sueños: la falsa crónica de unas cuantas verdades.

Lo anterior podría ser una manera de explicar Bardo, la nueva película de Alejandro González Iñárritu. En realidad, me estoy refiriendo al argumento central de la novela El testigo de Juan Villoro (Anagrama, 2004).

Poster de la película Bardo

Póster de la película Bardo

En la novela de Villoro, Julio Valdieso -un intelectual mexicano que ha vivido en Europa por más de dos décadas- regresa a México en los albores del siglo XXI, a un país en plena transición democrática tras la derrota del PRI en las elecciones presidenciales del año 2000.

El texto de la cuarta de forros que presenta a la novela podría ajustarse con todas sus letras a la película de González Iñarritu: “esta vuelta a un presente muy distinto del que dejara cuando se fue, se convertirá en una oportunidad de descifrar su pasado, el de su familia, el de su país. (…) Porque Julio, como todos los exiliados, vuelve a ese tiempo extraño de los regresos, un pasado siempre presente donde uno se encuentra con el fantasma de lo que pudo ser”.

“Valdivieso ha vuelto a una Ítaca azotada por los certeros embates del crimen organizado -continua la cuarta de forros- y la política entendida como conspiración, a un México donde las cuentas mal saldadas de la Revolución regresan con aire de tragicomedia, donde la épica se vuelve telenovela. Irónica revisión de los mitos y de la condición mediática del mundo contemporáneo, exultante reivindicación de la poesía como sustrato perdurable en el caos de la historia”.

Silverio Gama, el personaje protagónico de Bardo, el multi premiado y mega exitoso periodista y documentalista mexicano que reside desde hace veinte años en Estados Unidos con su familia y regresa a México para celebrar un premio más, es primo hermano de Julio Valdivieso.

Concebido como alter ego del director y coguionista de la película -e interpretado por Daniel Giménez Cacho en el que me parece el mejor desempeño actoral de toda su carrera- Silverio Gama hace del regreso a su país y del recuento de su vida desde su lecho de muerte, tras una embolia, un viaje mitad onírico mitad real al centro de su historia, y un examen de su doble identidad como mexicano y como migrante de cuello blanco que reivindica y exige que se le considere también a Estados Unidos como su propia casa. Silverio Gama es, también, Artemio Cruz.

“”¡Qué intoxicada delicia estar en México!” exclama Julio Valdivieso (p.33) en la novela de Villoro. Esta línea podría aparecer como epígrafe en la película de González Iñárritu. Silverio Gama, como Julio Valdivieso, podrían también suscribir esta otra línea de la novela referida al encuentro de su protagonista con la ciudad de México tras años de ausencia: “la ciudad se había desplomado sobre sí misma, con el alarde de una poderosa civilización vencida”. (p.314). No recuerdo con exactitud la frase, pero en la secuencia de Bardo en el que Silverio Gama dialoga en una azotea con su despechado amigo conductor de televisión, éste le comenta: “que pinche fea es esta hermosa ciudad”.

En otro pasaje de la novela Julio Valdivieso acude a un funeral y se encuentra con muchos conocidos de su pasado: “Julio abrazó a conocidos que podrían no serlo, veinticuatro años cambian tanto a las personas. Sonreía con la amabilidad descolocada de alguien que mira a extraños”. (p.322). Esta escena tiene un gran parecido con la secuencia del California Dancing Club en la que Silverio se encuentra con amigos que parece ya no reconocer, o que le reprochan por ya no acordarse de ellos.

Ambas, la novela y la película, se mueven, cito a Villoro, entre “espectros, sombras de voces, rostros parecidos a recuerdos, apariciones”. (p.322). Justamente en la citada secuencia de Bardo, Silverio Gama se encuentra con el fantasma de su padre en los baños del salón de baile, como Hamlet y el fantasma de su padre a las puertas de Elsinore, como si fuera Juan Preciado al llegar a Comala en busca de su padre, un tal Pedro Páramo.

En ese sentido Bardo se acoge a dos temas recurrentes de la cultura universal: el viaje de regreso a un lugar que ya no puede ser el mismo, el retorno imposible a Ítaca que inaugura para Occidente el Ulises de la Odisea, y el viaje en busca del padre y del origen. Bardo, es, como en el cuento de Carpentier, un “Viaje a la semilla” que se cuenta de adelante para atrás.

Ignoro si González Iñárritu conoce la novela de Villoro, pero los paralelismos resultan sumamente estimulantes. La densidad verbal, anecdótica y analítica en la novela de Villoro es el equivalente a la densidad visual, poética y sonora de Bardo.