Opinión

Blanco atoró a Margarita en Morelos

El pecado original de Margarita González Saravia en Morelos fue aparecer como la candidata de la continuidad del exgobernador Cuauhtémoc Blanco, a quien los morelenses no quieren ver ni en videos de cuando era futbolista. Blanco salió por la puerta de atrás del Palacio de Gobierno, a hurtadillas, buscando tres años más de fuero ahora como diputado federal. Todavía no queda claro si fue salida o escape.

La candidata a la gubernatura Margarita González Saravia y el gobernador con licencia, Cuauhtémoc Blanco Bravo,

La candidata a la gubernatura Margarita González Saravia y el gobernador con licencia, Cuauhtémoc Blanco Bravo,

Cuartoscuro

El hecho es que en lugar de deslindarse de manera inequívoca desde el primer día para que los morelenses la vieran como una opción de cambio, González Saravia ofreció a sus paisanos más de lo mismo. Morelos no solo padece una crisis de seguridad sin antecedentes, con la extorsión a toda máquina, sino que hay desaliento por permitir que la popularidad de un personaje arrastrara al estado al desprestigio.

Conforme pasaron las semanas Margarita se fue apagando mientras que en la acera de enfrente Lucy Meza se consolidaba como la oportunidad de ajustar cuentas con el pasado y comenzar de nuevo.

Margarita de pronto buscó a los directivos de los medios locales a quienes había dejado de lado durante toda la campaña. La versión que circula allá es que los contactó personalmente para instruirles que bajaran de sus portales y redes sociales las notas sobre la denuncia penal que contra la morenista interpuso el diputado Eliasib Polanco por presuntamente haber cometido tráfico de influencias, entre otros delitos, para beneficiar a su negocio familiar, el conocido balneario “Las Estacas”. Eso se dice. Gane o pierda en la elección del domingo 2 de junio, lo cierto es que el negocio del balneario se queda y lo quieren blindar. Ya se verá si esta jugada sí le sale.

El Grinch de la democracia

El presidente puede arruinar la fiesta. A poco más de una semana de la jornada electoral dos sombras se ciernen sobre ese ejercicio democrático: los generadores de violencia que votan con sus armas de fuego y el activismo desaforado del presidente que, un día sí y otro también, se salta las trancas legales haciendo añicos el principio de equidad que es fundamental para cualquier competencia.

El presidente empuja la elección a los tribunales al asumirse como un protagonista más de la contienda. ¿Cuántas violaciones a ley electoral son suficientes para establecer que no hubo una cancha pareja? Muchos dirán que los organismos electorales están en el organigrama del gobierno y que no se atreverán a aplicar la ley, pero ese es un supuesto que pude ser falso. El presidente dota a los abogados de la oposición, que tiene muchos y muy buenos, de municiones para pelear en el Tribunal Electoral.

¿Por qué lo hace? Parece un problema de incontinencia personal, o una estrategia bizarra. No tiene sentido. La inmensa mayoría de las encuestas hablan de una ventaja cercana a los 20 para Morena en la elección presidencial. ¿Para qué poner en riesgo un triunfo seguro? Tal parece que el presidente no cree en las encuestas. Ahora sí que tiene otros datos. Piensa que si no se mete hasta la cocina pueden perder. El presidente asume que, sin él en el ring, los candidatos de Morena son incapaces de defenderse solos. Por eso reparte golpes a lo que se mueve o a lo que se aparta del guion acordado. Claro que hay mucha gente enojada con AMLO, pero su número no pone en peligro la elección presidencial que desde hace rato está definida, pero el empecinamiento presidencial de violar la ley electoral les puede meter un susto.

El presidente se encargó personalmente del diseño de la campaña presidencial 2024. Aunque desde el inicio de su administración tenía una sucesora designada, armó el circo de las corcholatas y el destapador para mandar el mensaje de que quien resultara ganador del proceso interno de Morena sería el próximo inquilino de Palacio Nacional.

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