
Los resultados del referéndum celebrado en Bolivia el pasado domingo 21 febrero para modificar el artículo 168 de la Constitución no fueron favorables al intento reeleccionista. El 51.30 por ciento de quienes asistieron a las casillas rechazaron ese intento de continuidad en el poder; el “sí” obtuvo el 48.70 por ciento. Se trata de la primera derrota electoral directa de Evo tras diez años en el poder.
Los malos augurios comenzaron en septiembre del año pasado cuando un 70 por ciento de los votos rechazó la propuesta oficial de dotar de autonomía a cinco regiones (Potosí, Cochabamba, Oruro, Chuquisaca, La Paz) de las nueve que tiene el país. “Es una alerta para el gobierno, que quiere imponer todo”, señaló en su momento Edwin Herrera, legislador de oposición. Advertencia que hoy se hace realidad.
Debemos decir, sin embargo, que la economía de Bolivia, en comparación con la economía de otros países chavistas, goza de buena salud. Registra un crecimiento anual de 5.15 por ciento. Pero la perspectiva no es halagüeña: la caída internacional de los precios del petróleo y gas le está afectando. El principal producto de esta nación es, precisamente, el gas que exporta fundamentalmente a los países vecinos.
Además, algunos escándalos de corrupción han mermado la imagen pública de Evo. Afloró, por ejemplo, el tráfico de influencias en favor de la compañía china CAMC en la que su ex pareja sentimental, Gabriela Zapata, trabaja como Gerente Comercial. Esta compañía logró contratos por, aproximadamente, 560 millones de dólares.
Otro hecho que obró en contra de Morales en este referéndum fue el ataque registrado el miércoles de la semana pasada a la alcaldía de El Alto, localidad en manos de la oposición. En el zafarrancho murieron seis personas.
Es significativo que con este descalabro sufrido en Bolivia ya sean tres derrotas al hilo las que, en poco más de tres meses, se ha llevado el neopopulismo en América Latina. Primero fue el revés en Argentina el 22 de noviembre del año pasado. Allí, la victoria de Mauricio Macri al frente de la coalición “cambiemos” puso término a 12 años en el poder del matrimonio formado por Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Luego vino el descalabro del chavismo el 6 de diciembre pasado a manos de la Mesa de Unidad Democrática (MUD). La oposición alcanzó la mayoría calificada en la Asamblea Nacional con 112 escaños; al oficialista Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV) le tocaron 55. Y ahora se presenta este mandoble al Movimiento al Socialismo (MAS) y uno de los más fieles discípulos de Hugo Chávez.
El castillo de naipes se está cayendo. Por supuesto Nicolás Maduro no se podía quedar callado. Culpó a la derecha latinoamericana y al imperialismo yanqui del desaguisado. Ellos quieren “destruir todos los procesos independentistas, progresistas y revolucionarios de América Latina y el Caribe.” (ecuavisa.com/articulo/noticias/internacionales128851)
Como lo reportó el periódico Gestión (21/II/2016): “El ex-candidato presidencial Samuel Doria Medina exclamó: ‘hemos recuperado la democracia y hemos recuperado el derecho a elegir’. Hoy se ha sepultado el proyecto de convertir a nuestro país en un proyecto de un solo partido”.
Entre los rasgos distintivos del neopopulismo está, precisamente, identificar al líder con el pueblo. En consecuencia, prolongar indefinidamente la presencia del líder en el poder representa, simbólicamente, prolongar la presencia del pueblo en el poder. No obstante, al dotar de un poder absoluto a una sola persona se le dan los instrumentos para que abuse de él. Y eso es lo que ha sucedido con los regímenes populistas en el mundo como bien lo ha destacado Giovanni Sartori en su libro Il Sultanato (Roma-Bari, Laterza, 2009).
Pues bien, en Argentina, Venezuela y Bolivia, la democracia derrotó al neopopulismo. En efecto, el neopopulismo viene en franco declive en el subcontinente. No obstante, debemos admitir que hay tendencias que lo quieren mantener a flote aunque sea por medios ortopédicos. Veamos, simplemente, lo que pasa en México: Por un lado, allí está Andrés Manuel López Obrador y su insistencia en capitalizar el descontento popular para provecho personal. Sigue a pie juntillas el canon neopopulista de acuerdo con el cual se debe gritar a voz en cuello que los partidos políticos son todos iguales, excepto el que el líder mesiánico encabeza. Afirmar que las leyes y las instituciones no sirven; que debemos cambiar la democracia por algo diferente (sin precisar en qué consiste esa “democracia diferente”).
Por otro lado, está la moda de las candidaturas independientes y, en especial, la victoria de Jaime Rodríguez “El Bronco” en Nuevo León (con todo y las pifias que ha cometido este pintoresco personaje). Esta moda ha servido para que algunos oportunistas alienten un neopopulismo de derecha. Quieren tomar ejemplo de Donald Trump ¡En qué cabeza cabe! Al igual que el magnate neoyorkino pretenden hacer tabla rasa de los partidos y el establishment. Nos quieren vender el populismo de peluquín como la última novedad política; como una inmaculada propuesta ciudadana.
Como si se dijese: “Cuando todo mundo regresa mancillado de la fiesta neopopulista; estos belitres van rumbosamente hacia ella fingiendo que es un carnaval bullanguero”.
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