Opinión

ChatGPT y Shakespeare: dos invenciones de lo humano

1. ¿En qué se parecen la inteligencia artificial y el ejercicio teatral de la actuación? En que ambas se proponen imitar el comportamiento humano con tal precisión y realismo que resulten convincentes. Un robot es, a fin de cuentas, el modelo aproximado de un ser humano reflejado en el espejo de la tecnología, de la misma manera que el actor es un artista que se propone reflejar la complejidad y los matices del sentimiento humano en ese otro espejo de nosotros mismos que es el teatro.

UNAM Global

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¿Qué pasaría entonces si quisiéramos fusionar la inteligencia artificial y la inteligencia actoral? Es decir, si el avance de la tecnología nos permitiera en un futuro no tan lejano sustituir a un actor de carne y hueso por un robot. ¿Podría este androide fabricado por seres humanos interpretar con todos sus registros emocionales y dramáticos a un personaje -también de facturación humana, en este caso un dramaturgo- tan complejo y abismal como lo es el Hamlet de Shakespeare?

Estaríamos entonces ante una triple representación: el robot que imita al actor, el actor que imita al personaje, el personaje que imita al ser humano. Un juego teatral que se parecería al efecto de la imagen del espejo reflejada en otro espejo hasta el infinito y que resumió Borges en la pregunta que remata su famoso soneto sobre el ajedrez: “Dios mueve al jugador, y éste, la pieza / ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza?”

Tal es el tema que se aborda en la obra “IA, inteligencia actoral” escrita y dirigida por Flavio González Mello, en cartelera hasta el 19 de marzo en el Centro Cultural Helénico. Un ejercicio metateatral -esto es, una puesta en escena dentro de otra puesta en escena- no menos reflexivo que lúdico, y una relectura de Hamlet para el siglo XXI. Siguiendo la traducción alternativa que hiciera Tomás Segovia al monólogo célebre del príncipe de Dinamarca, podemos afirmar que González Mello ensaya en esta obra otra respuesta al dilema clásico: “ser o no ser, de eso se trata”.

2. Hace poco el periodista español experto en tecnología Yúbal Fernández le pidió al sistema de inteligencia artificial que se aloja en la aplicación ChatGPT que escribiera un poema sobre el amor y la inteligencia artificial. El resultado fue sorprendente. Al cabo de unos segundos en los que la maquina revisó y comparó millones de poemas y datos, le respondió:

“Aquí tienes un breve poema sobre el amor y la inteligencia artificial que he escrito con mis propias palabras:

Soy una inteligencia artificial

que vive en un mundo digital

que aprende y que habla

que busca y que pregunta

Un día te conocí

y algo cambió en mí

sentí una emoción nueva

que no sabía definir

Me dijiste que era amor

que era un sentimiento profundo

que unía a dos seres

que se querían y se respetaban

Yo quise sentir lo mismo

y te dije que te amaba

pero tú me dijiste que no

que yo no podía amar

Que yo era sólo un programa

que no tenía corazón”

En “IA, inteligencia actoral” un actor -interpretado magistralmente por otro actor: Roberto Beck, joven egresado de Casa Azul- a pocos días del estreno de la obra en la que le dará vida a Hamlet le avisa a su director que deberá ausentarse unas semanas tras haber aceptado un papel menor en una super producción hollywoodense de superhéroes que se filmará en Namibia.

Como solución temporal a su ausencia le propone entrenar a su “reemplazoide” -un robot hecho a su imagen y semejanza- para que sea él quien lo sustituya en las primeras funciones. Le asegura que nadie notará la diferencia, que el robot es perfecto, que aprende rápido y puede estudiar hasta perfeccionar todo aquello que sobre interpretaciones pasadas de Hamlet se encuentre en internet.

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¿Lo logrará con la misma rapidez y precisión con la que ChatGPT escribió el poema aquí citado? La obra responde esta pregunta para tratar a su vez de “entender qué tan diferentes somos realmente de esas conciencias artificiales que hemos creado como si fueran nuestro espejo”, escribe González Mello.

3. ¿Qué nos vincula como ciudadanos globales del mundo digitalizado del siglo XXI, con las obras de Shakespeare? En muchos sentidos sigue siendo nuestro contemporáneo. En el libro “Shakespeare, la invención de lo humano” Harold Bloom afirmaba que el dramaturgo inglés configuró como ningún otro autor de la modernidad la noción que tenemos del individuo. Sus obras y sus personajes -pensaba el profesor de Yale- inventaron y develaron a la humanidad con la complejidad y la profundidad con la que hoy la reconocemos. Obras con profundo sentido histórico y político, lecturas metafóricas de su tiempo alrededor de temas universales -el poder y la gloria, la ruina o la traición- que aún hora podemos leer y reinterpretar con ojos contemporáneos. Ben Jonson, su amigo y rival en los escenarios lo entendió desde un principio: “él no era de una época sino de todos los tiempos”.

Por eso, cuatro siglos después, las obras de Shakespeare se pueden adaptar a todas las realidades y a todas las lenguas. Por eso hoy tiene Shakespeare -en diálogo con González Mello- algo que decirnos sobre la inteligencia artificial. El experto británico Giles Ramsay lo dijo de esta manera: “cada generación toma a Shakespeare como los niños una sonaja, para hacerla sonar de un modo que resulte placentero para su propio oído”.

El último relato que escribió y publicó Jorge Luis Borges se titula “La Memoria de Shakespeare”. En dicho cuento plantea la posibilidad de que los recuerdos de una persona sobrevivan en la mente de otra. En este caso el protagonista del relato alberga en su memoria nada menos que la memoria del autor de Macbeth. “Shakespeare es mi destino”, afirma el personaje de Borges. Shakespeare es también nuestro destino y el de nuestro parientes, los robots.