Opinión

Complot en Coyoacán: así mataron a León Trotsky

Llegó al país como proscrito, después de un complejo estira y afloja, en el que intentaba obtener garantías de que lo asesinarían apenas pusiera un pie en tierra mexicana. Por algún tiempo pensó que lo había logrado; pero nunca abandonó sus reacciones rápidas y recelosas, propias del que sabe que un día la muerte lo alcanzará en un movimiento tan rápido que nadie advertirá su presencia. Pero Lev Davidovich Bronstein, conocido en todo el mundo como León Trotsky, no tuvo tiempo de reflexionar en la forma en que perdía aquella batalla: el piolet se clavó en su cráneo con una fuerza implacable, y aquel hombre empezó a flotar hacia la nada, mientras en el mundo de los vivos se desataba el caos.

TROTSKY LECHO DE MUERTE

TROTSKY LECHO DE MUERTE

Porque el ataque que a Trotsky le costó la vida generó un escándalo de enormes proporciones, dentro y fuera de México, el país que después de muchas complicaciones y debates, había decidido acoger al que, en la Unión Soviétiva, era tenido por enemigo mortal.

Llevaba Trotsky once años fuera de su patria. Antes de pisar tierra mexicana, había parado en Turquía, en Francia, en Noruega. La buena disposición del presidente Lázaro Cárdenas y la mediación de personajes como el general Francisco J. Múgica y el pintor Diego Rivera, le permitieron llegar a nuestro país en 1937. Pero finalmente lo alcanzó la muerte.

La dura persecución de que Trostsky era objeto se remontaba a 1924, año de la muerte de Vladimir Ilich Lenin. A pesar de estar distanciado, desde 1903, del gran líder de la revolución rusa de 1917, mientras Lenin vivió, las animadversiones entre los hombres fuertes del Partido Comunista soviético habían sido un tanto contenidas. Pero en cuanto José Stalin asumió el poder, todo cambió. Para 1925, Trotsky había sido despojado de todos sus cargos públicos; en 1927 se le expulsó del Partido Comunista y dos años más tarde de la Unión Soviética.

Se convirtió en enemigo del régimen: estaba sentenciado a morir. Así empezó la errancia, la fuga eterna, el escape constante. Al cabo del tiempo, México pareció un sitio seguro. Como a la larga se demostraría, aquella era una false certeza.

LOS AMIGOS MEXICANOS

Hasta la Comarca Lagunera, donde se encontraba el presidente Lázaro Cárdenas, llegó el pintor Diego Rivera. Iba con el propósito de arrancarle al mandatario un gesto diplomático, coherente con su talante de simpatizante de la izquierda mundial. No se fue Diego con las manos vacías: obtuvo de Cárdenas la anuencia para que el célebre y polémico Trotsky, a la sazón exiliado en Noruega, se asilara en territorio mexicano.

Se trataba de una cuestión urgente, según apuntó el comunicado que la Secretaría de Relaciones Exteriores dio a conocer el 7 de diciembre de 1936. Trostky, explicaba el mensaje, se hallaba en “grave peligro” y, en vista de que la mayor parte de las naciones europeas le habían negado la posibilidad de asilarse en ellas, acaso tendría que volver a su país, poniendo su vida en riesgo.

Así se había planteado la situación desde el principio. Diego Rivera y algunos otros amigos suyos, favorables a la causa de Trotsky, se habían reunido primero con el general Francisco J. Múgica, secretario de Comunicaciones y Obras públicas, para pedirle su mediación y obtener el asilo. Fue Múgica quien los envió a la Comarca Lagunera, donde Cárdenas se hallaba supervisando el reparto agrario en la región.

El gobierno de Lázaro Cárdenas sabía que su decisión crearía una intensa polémica. En vista de ello, emitió un mensaje para explicar por qué se había decidido asilar al político soviético, apoyándose en la tradición diplomática mexicana: “México, de conformidad con su política tradicional, reivindica una de las conquistas del Derecho de Gentes: la prerrogativa de asilo para los exiliados políticos”. Además, subrayaba, “El asilo no supone, por sí mismo, la afinidad de pensamientos, de propósitos o tendencias entre el país que lo concede y el sujeto que se beneficia”.

Sin embargo, Trotsky debería formalizar con sus propios términos la solicitud de asilo que Diego Rivera había puesto en las manos del presidente Cárdenas, y comprometerse a no participar en la vida política mexicana. Además, la Secretaría de Gobernación señalaría a Trotsky las condiciones en las que podría entrar a territorio mexicano, y le señalaría en qué sitio establecer su residencia.

La verdad es que hubo un poco de desconcierto entre quienes apoyaban la causa de Trotsky cuando, desde Oslo, el político e ideólogo soviético se manifestó satisfecho por la perspectiva de viajar a América, pero esa solicitud formal que demandaba el gobierno mexicano sería hecha cuando, dijo, tuviera garantías de que no se trataba de una celada. Algunas personas del círculo más cercano a Trotsky, entre ellas su hijo León, dudaban seriamente de que México pudiera garantizar la seguridad del político.

La verdad es que la situación de León Trotsky era desesperada: las autoridades noruegas le habían dado un ultimátum: o se iba del país antes del 18 de diciembre o sería expulsado. Y aun así, se tomaba su tiempo para formalizar su petición de asilo. ¿Cuál era la causa? Un columnista de aquellos días, contrincante de las agrupaciones de filiación socialista o comunista, exhibía las tensiones de esos días: “el permiso ha levantado borrascas entre los radicales, que, en México, en su mayoría, son “amigos de Moscú”. Y para combatirlo, apelan a prácticas que no van de acuerdo con la verdad. Dicen que Trotsky es fascista, y que está a las órdenes de Hitler, por más que todos saben que esto es una falsedad. Sucede que el célebre judío aventaja en radicalismo y quiere ir más allá de Stalin”.

Tampoco gustaron los recelos de Stalin. Un epigramista de la época, que solía firmar como “Kién”, le dedicó unas líneas bastante ácidas:

León Trotsky, ruso tejón,

Teme que nuestra nación

Le haga “una mala jugada”;

Es decir, que sea tanteada

Eso de la invitación.

¡Nunca más justificada

La frase de “Piensa el león…”

Mientras tanto, el presidente Lázaro Cárdenas había escrito en su diario: “Encontrándome en Torreón, Coahuila, autoricé se dé asilo en nuestro país al señor León D. Trotsky, expulsado por el gobierno de Rusia, radicado provisionalmente en Noruega. México debe mantener el derecho de asilo a toda persona de cualquier país y sea cual fuere la doctrina política que sustente. Diego Rivera me entrevistó en La Laguna solicitando el asilo de Trotsky”.

El político soviético, en tanto, y ya hecho a la idea de que podría establecerse en nuestro país, se dedicó a leer con avidez diversos materiales para enterarse de lo que era “ese misterioso México”.

En Moscú, informaron las agencias noticiosas, la decisión del gobierno de Lázaro Cárdenas fue vista “con dolorosa sorpresa”. Dentro de México, no faltaron las voces en desacuerdo: “Nada bueno puede esperarse de la presencia de tan turbulento personaje”, decía alguna de las columnas del periódico Excelsior no bien formalizó Trotsky su petición de asilo.

Desde la CTM, Vicente Lombardo Toledano, leal al modelo soviético, se dedicó a combatir la presencia de Trotsky, y lo seguiría haciendo los tres años y medio que el soviético permaneció en nuestro país. En cambio, los estudiantes de la Universidad Nacional manifestaron su apoyo al gobierno, y un intelectual de aquellos años, ya conocido por muy pocos, Rubén Salazar Mallén, afirmaba que, en la polémica desatada en México se ocultaba una realidad: con Trotsky en México, era probable que la Liga Comunista Internacional cobrara enorme fuerza en México, aventajando a los comunistas afines al modelo soviético y a la figura de Stalin. Era eso y no otra cosa, remataba, lo que provocaba las impugnaciones a la decisión de Lázaro Cárdenas.

TROTSKY LLEGA A MÉXICO

Era enero de 1937 cuando León Trotsky desembarcó en el puerto de Tampico. El recién llegado se estableció en la ciudad de México, convertido huésped de Diego Rivera y Frida Kahlo en su hogar coyoacanense. Fueron días lo suficientemente tranquilos para reorganizar sus acciones políticas y levantar la voz y volver a enfrentarse con Stalin.

Aquí volvió a encontrar amigos, seguidores. Promovió la creación de una “Comisión de Investigación Internacional”, fuera de México, por medio de la cual organizó un “juicio de descargo”; un proceso que revisara las acusaciones y las circunstancias en que había sido expulsado, cinco años antes, del Partido Comunista. La Comisión envió una delegación, encabezada por el filósofo estadounidense John Dewey, que sesionó en la ciudad de México entre el 10 y el 17 de abril de 1937. Los investigadores lo exculparon de las acusaciones hechas en Moscú. Pero la polémica apenas iniciaba.

Encontró Trotsky, en el Partido Comunista Mexicano y en Vicente Lombardo Toledano (ambos vinculados al stalinismo soviético), enemigos poderosos: lo acusaban de ser un “agente de Hitler”, un “agente del capitalismo”. Para acallar los ataques, escribió una “Carta al proletariado mexicano”. Pero la campaña estaba en marcha y, cosa inusitada, agrupaba a un amplio abanico ideológico: desde la derecha extrema hasta los comunistas mexicanos, pasando por la cúpula más alta de la Confederación de Trabajadores de México (CTM) y su cabeza, Lombardo Toledano.

Ese extraño frente intentó convencer a Lázaro Cárdenas de expulsar del país a Trotsky. Al fracasar, se dedicaron a crear un ambiente de inestabilidad que resultó propicio para asesinar al exiliado.

EL ATENTADO

Habían transcurrido muchos años desde que Trotsky empezó su carrera política. No tenía más que 17 años cuando en 1896 se integró al movimiento obrero ruso y fundó la Unión Obrera de la Rusia del Sur. Su actividad política le ganó el destierro en Siberia, como era usual en el régimen zarista. Su vida se volvió un entrar y salir de su patria, entre militancia política, destierros y escapes. Triunfante la Revolución rusa, se integró al Partido Bolchevique y luego, con sus partidarios, operó la ruptura que daría lugar al poder soviético. Organizador del Ejército Rojo, Comisario del Pueblo con distintas encomiendas, 41 años después, seguía siendo un perseguido.

No hubo tranquilidad verdadera para Trotsky. En abril de 1939, sobrevino la ruptura con Diego Rivera. El choque de dos poderosas personalidades era inevitable, y además, el político ruso sostuvo un romance con Frida Kahlo. Trotsky abandonó la casa de los pintores y se instaló en la calle de Viena, también en Coyoacán, donde gozaba de protección policiaca todo el tiempo.

Esa circunstancia no fue obstáculo para que en mayo de 1940, un grupo de comunistas, dirigidos por el muralista David Alfaro Siqueiros, intentó tomar la casa y asesinar a Trotsky; lo hubieran logrado de no ser por la pequeña guardia que lo protegía.

EL CRIMEN

El español Ramón Mercader, entrenado en la Unión Soviética, llevaba meses en México, viviendo con una identidad falsa. Conoció y se ganó la confianza, hasta hacerla su novia, de Sylvia Ageloff, asistente de Trotsky, a quien solamente conoció a poco del atentado. Reclutado junto con su madre por el Comisariado del Pueblo para asuntos internos, recibió la encomienda de matar a Trotsky. Lo consiguió un 20 de agosto de hace 75 años, al clavarle un pico de alpinista mientras el líder soviético examinaba unos documentos.

Trotsky fue llevado a toda prisa al hospital, pero los esfuerzos de los médicos resultaron inútiles; murió al día siguiente. Miles de obreros lo acompañaron en su funeral. Muchos años después, el piolet apareció en manos de la hija de un agente del Servicio Secreto Mexicano, quien lo mostró al periodista Jacobo Zabludovsky.

A Ramón Mercader lo apresaron de inmediato, y dijo llamarse Jacques Monard. Se le condenó a 20 años de prisión que purgó enteros –pese a todos los esfuerzos de la Unión Soviética para liberarlo- en la penitenciaría de Lecumberri. Hasta 1953 se supo su verdadero nombre y su origen español. Salió libre en 1960, y viajó a Moscú, donde fue condecorado como héroe por cumplir la sentencia que pesaba sobre Trotsky.