Cuál comunidad
A Roberto Rodríguez
En la nueva reforma educativa la comunidad territorial (el barrio, el poblado) es el principal escenario educativo. Dice la SEP: “es el espacio social, cultural, político, productivo y simbólico en el que se inscribe la escuela, es el núcleo de las relaciones pedagógicas, de la enseñanza y el aprendizaje” (SEP, 2022).
La SEP tiene una visión idílica, mítica, inspirada en la idea, romántica, de una comunidad indígena en estado de pureza. Pero esa comunidad pura no existe. Lo que existe en el México real son comunidades no cerradas, sino abiertas las cuáles, para sobrevivir, se articulan en diversos grados y formas con la economía capitalista.
Si asumimos el hecho de que el 80% de la población de México vive en ciudades y que sólo el 20 % reside en el campo, debe interesarnos conocer en profundidad lo que ocurre en las comunidades urbanas o barrios que alojan a la mayoría de las escuelas. Se trata de territorios con distintas formas de cultura popular.
Contra lo que la SEP supone, las comunidades urbanas periféricas, pobres, son espacios desorganizados, caóticos, donde reina la informalidad, la violencia y la ilegalidad. La economía informal que domina en esos espacios se asocia a otras conductas informales o ilegales: el cobro de piso, el control criminal de la calle, del transporte, de la basura, etc.
No es fácil pensar que la comunidad urbana como ámbito educativo; se trata de entornos inestables, convulsos, que cambian a gran velocidad. En esos territorios el crimen está omnipresente. Un factor disolvente fundamental que actúa en la periferia urbana es el narcotráfico y su cauda de violencia e inseguridad.
En la mayoría de los casos, los barrios urbanos son creaciones recientes, carecen de una historia ancestral, no tienen una estructura simbólica definida, ni memoria colectiva. Es verdad que en ellos confluyen personas con diversos orígenes culturales, pero la cultura original tácitamente dejó de existir y se disolvió en un nuevo agregado, la “cultura popular”.
El impacto de las nuevas comunicaciones sobre las comunidades urbanas ha sido múltiple. La televisión, la radio, la computadora, los celulares, cambian la visión del mundo, la identidad y la experiencia de las personas. La difusión acelerada de las redes y del teléfono inteligente o smartphone (116 millones en el país) ha hecho colapsar las identidades colectivas y ha fomentado el individualismo.
Las comunidades digitales, y los vínculos por la red han desplazado a la comunidad territorial. La vida colectiva de los barrios se ha empobrecido y en muchas ocasiones los niños y adolescentes encuentran en la escuela la única oportunidad saludable de socializar con gente de su misma edad. Es más: hasta la convivencia familiar se ha debilitado con la presencia de los celulares.
Algunas comunidades urbanas se han convertido, como dice, Emilio Tenti Fanfani (2007), en guetos urbanos: espacios aislados, con población excluida, que viven una especie de extra-territorialidad, con presencia mínima del Estado, donde no existe ninguna cooperación entre vecinos y en donde domina la ley de la selva, con violencia física recurrente. En estos espacios los niños crecen en permanente sobresalto sufriendo miedo, angustia, inestabilidad, ausencia de futuro. En estos contextos los niños ven a la escuela como una tabla de salvación: un espacio excepcional donde encuentran protección, compañerismo, respeto y afecto.
De alguna manera, México entero se ha convertido en un gigantesco gueto urbano: sufre convulsión y desorden permanentes, tiene una violencia ubicua, un Estado débil, un sistema fallido y corrupto de justicia, una policía fantasmal o incompetente (como ocurre con la militarizada Guardia Nacional que usurpó su papel a la policía civil), y con la entronización en el poder de un presidente de la república que, en vez de ayudar a crear estabilidad y orden, se ha convertido en un excepcional catalizador del desorden nacional.