Opinión

La confianza y la inversión

No se necesita ser economista para saber que un país necesita la inversión para crecer. Se sabe también que una nación que crece puede brindar a sus habitantes oportunidades de empleo; y que es principalmente a través de éste que las personas obtienen sus ingresos para satisfacer sus necesidades de consumo. Este conocimiento tan elemental no está por demás recordarlo, porque pareciera que se ha olvidado o mal entendido en nuestros días.

Foto: Especial

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Se sabe también que los volúmenes de inversión, simplificando, dependen de los niveles de ahorro y de las expectativas que los inversionistas tienen sobre la viabilidad de sus negocios. La confianza en el futuro es determinante y esta confianza depende del entorno social, económico y político de un país.

Estas simples lecciones de economía las han asimilado sorprendentemente bien países como China y la India. Entendieron que con enormes poblaciones en situación de pobreza y con bajos niveles de ahorro interno debían fomentar la inversión extranjera (ahorro externo) para lograr tasas de crecimiento que dinamizaran sus precarias economías. Brindaron todo tipo de facilidades y garantías para atraer capital, principalmente norteamericano y europeo. Con esta política sostenida a lo largo del tiempo han logrado sacar, sin exagerar, a cientos de millones de personas de la pobreza y a conformar una incipiente pero creciente clase media.

Si bien al principio el capital fluía atraído también por los bajos niveles salariales y las empresas se instalaban con miras a la exportación, con el pasar del tiempo, las remuneraciones se fueron incrementando y se fue conformando un solido mercado interno para sus productos, sin dejar de ser todavía una economía exportadora. Los chinos empezaron a desarrollar sus propias tecnologías y, hasta cierto punto, se han convertido en una potencia innovadora. Es cierto que ese país sigue siendo un estado autoritario y tiene poca o nula tolerancia por las libertades individuales y políticas; y que “administra” la dirección de su economía, pero la lección de cómo entendieron la relación entre la inversión, el crecimiento y el empleo, ahí queda para quien quiera verla. Aunque todavía puede considerarse algo limitado, la ideología no impidió crear un clima de confianza para los negocios.

En México, la inversión ha venido disminuyendo significativamente desde el segundo y tercer trimestre del 2018. En ese periodo de quince trimestres pasó de representar el 22.4% del PIB a poco más del 19%. La inversión privada es de alrededor del 17% y la pública el 2%. La inversión extranjera directa nueva no ha crecido como debiera de acuerdo a su potencial de largo plazo, a pesar de que México es una de las economías más abiertas del mundo y de sus tratados comerciales. La inversión foránea de portafolio también ha caído. Las remesas han sustituido a la inversión extranjera como segunda fuente de entrada de dinero del exterior, después de la exportación de mercancías.

El dinero que mandan los trabajadores migrantes al país alcanzó un monto sin precedentes en el 2021 de poco más de 51 mil millones de pesos y ello ha ayudado ciertamente a mantener el consumo de las familias. Pero sus beneficios no se han dejado sentir en todo el territorio. Tres estados (Jalisco, Michoacán y Guanajuato) reciben la cuarta parte del monto de remesas; cinco estados (los anteriores más Estado de México y Ciudad de México) la tercera parte; y diez estados (los anteriores más Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Puebla y Veracruz) dos terceras partes.

La caída en la inversión privada, nacional y extranjera, en México se explica principalmente porque el entorno social y político no han sido favorables para los negocios. El Banco de México realiza periódicamente una encuesta que mide el clima de negocios, es decir, las expectativas de los inversionistas. Solamente el 8% de los entrevistados considera que existe en el país un buen momento para invertir, contra el 59% que afirma que es un mal momento y el 32% no está seguro.

También se mide cuáles son los factores con mayor preocupación como obstáculos para invertir. En una escala del 1 al 7, donde 1 significa menor preocupación y 7 mayor, la inseguridad registra un 6.2, la incertidumbre por la política interna 5.9 y la falta de estado de derecho. 5.9.

El deterioro de los indicadores de confianza y expectativas empresariales coincide con la adopción de una serie medidas de políticas públicas del gobierno actual, consideradas hostiles para la inversión privada. El incumplimiento de los contratos establecidos en el pasado, el cambio de las reglas legales a la mitad del juego y la intención de aplicarlas retroactivamente, la discrecionalidad con la que se han cancelado proyectos en marcha, y una retórica moral en contra del emprendimiento individual; todo ello, ha enrarecido el clima para los negocios.

Intentar sustituir a la inversión privada con la inversión pública es un sueño guajiro, una insensatez. La inversión privada representa alrededor de 85% de la inversión total. Adicionalmente, el gobierno renunció, cuando tenía las mayorías en el Congreso, a impulsar una reforma fiscal que otorgara mayores márgenes al estado mexicano para financiar la inversión y el gasto social. También se ha renunciado por alguna extraña razón al endeudamiento, que es otra fuente de financiamiento de la inversión pública.

Si al final de la presente administración no se logran aumentar los volúmenes de inversión, como todo parece indicar, es probable que la pobreza haya aumentado. En mi entrega anterior apuntaba que el producto por habitante disminuyó 7 % entre 2018 y 2021, según el reporte de la OCDE. Este dato, de por sí preocupante, es un promedio que aún no permite ver el impacto entre regiones, edades, genero, deciles de ingreso. Habrá que esperar la encuesta de ingreso y gasto de los hogares del INEGI

Recordemos que los programas sociales son un paliativo, no la solución a la pobreza. El crecimiento ciertamente no resuelve automáticamente los problemas de una sociedad profundamente desigual y probablemente no sea suficiente para mejorar sustancialmente los niveles de bienestar de toda la población, pero sin crecimiento no hay política social exitosa.