Opinión

Cucar, la habilidad presidencial

Una de las características de libro de texto de los regímenes populistas es la existencia de una campaña electoral permanente. Esto los hace diferentes de los regímenes autoritarios, que prefieren prescindir de las elecciones o hacerlas meramente ceremoniales. Y también los hace diferentes de las democracias funcionales, en las que lo que normalmente sucede, entre un periodo electoral y otro, es la negociación de alianzas o búsqueda de consensos entre las distintas fuerzas partidistas, para sacar adelante la agenda nacional.

En el caso mexicano, la distribución a lo largo de los años de elecciones estatales tuvo, por mucho tiempo, el efecto de detener temporalmente las negociaciones y consensos porque se venía otra disputa electoral. Con el gobierno de López Obrador, el tupido calendario electoral le viene como anillo al dedo a la política, impulsada desde la presidencia, de campaña permanente. Más todavía, cuando no hay negociaciones y consensos por detener, porque ninguno estaba en marcha.

Foto: Especial

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Con esa lógica, Morena puso el domingo una pica en Flandes. Y fue a Toluca a mostrar músculo de movilización de masas en el último bastión de importancia que le queda a un priismo profundamente herido y debilitado. Además, de manera abierta, lo hizo contemporáneamente en dos frentes: el de la sucesión en el Estado de México del año próximo y el de la sucesión presidencial de 2024.

En ninguno de los casos está definido el candidato, y todos los aspirantes se moverán, pero a sabiendas de que la verdadera encuesta popular está en el dedito presidencial, porque López Obrador, muy en la escuela de Ruiz Cortines, abre la baraja con tres, para que dos no se hagan pedazos entre sí y para tener un plan B en caso de que a la persona pre-elegida se le abra un flanco que la debilite demasiado.

Los precandidatos harán como que hacen precampaña, al tiempo que harán como que no pasan las reglas electorales por el arco del triunfo, aunque lo hagan. Una pantomima, pues. El acto, la feria de gestos servirá, sin embargo, para tener entretenida a la gayola, que de eso se trata, no de abordar los grandes temas nacionales.

El problema para la oposición es que la campaña permanente desde el gobierno y su partido tiene un doble efecto perverso. Por una parte, da la impresión de que la coalición gobernante va avanzando mientras los otros están pasmados. (Escribí “impresión” porque no es seguro que una campaña más larga o más constante recogerá más votos que una más corta e incisiva). Por la otra parte, apura a los otros partidos a meterse también ellos en campaña permanente, aunque no les convenga por múltiples razones.

El presidente López Obrador, quien es muy ducho en esas cosas (y, al parecer, sólo en esas), ha estado cucando a la oposición para que defina desde ya sus precandidatos. Sabe perfectamente tres cosas: que, por el momento, la caballada del otro lado está muy flaca; que al que asome la cabeza le buscarán malas hechuras hasta por debajo de las piedras y que, mientras aquellos estén discutiendo de nombres y de tácticas, y no de una agenda propia para sacar adelante a un país que hace crisis por muchos lados, él y su gobierno tienen todas las de ganar.

La mayor parte de las dirigencias opositoras están siendo cucadas, entre otras porque también a ellos les resulta más cómodo hablar de estrategias posibles para derrotar a la coalición morenistas y barajar nombres y ambiciones personales, que ponerse a analizar seriamente el por qué de sus persistentes derrotas o, peor, darse a la tarea de consensuar un programa común rumbo al 2024.

Es exactamente lo que le conviene a López Obrador. Que unos lloren porque la democracia en estos tiempos ya no se detiene en su estación, que otros hagan las cuentas del gran capitán y sueñen con que pueden regresar con la promesa de seguridad y desarrollo, que otros más estén muertos, aunque todavía respiren; que todos ellos le hagan la corte a Movimiento Ciudadano, que sigue siendo un partido chiquito, al tiempo que le gritan esquirol y le piden que se suicide por favorcito.

En esas circunstancias, la desaventurada idea de la “moratoria constitucional” juega, desde su planteamiento, en favor de la consolidación política del lopezobradorismo, aunque no pase una sola reforma de gran calado. Equivale a decir: “nosotros no vamos a hacer otra política más que decirle que no al Presidente”. Es ponerlo de nuevo en el centro del escenario y autodefinirse, no por lo que proponen, sino por contra quién están. Es retirarse al Monte Aventino mientras el otro hace y, sobre todo, deshace.

¿De verdad creen que a López Obrador le preocupa la “moratoria”? Evidentemente le conviene que no haya debate, que todo se resuelva en un sí o un no al Presidente. Así puede presentarse como el de las propuestas de salvación nacional y a los rivales políticos como los señores del No. Poco importa si esas propuestas son malas para el país. Bonita manera de dilapidar la victoria política obtenida al frenar la reforma eléctrica. Mejor seguir cucados y lanzarse (prematuramente) a la campaña (permanente) a la que fueron invitados (convenencieramente).

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