Opinión
Dictadores aparte, el triunfo de Petro confirma auge de la nueva izquierda en América Latina
Fran Ruiz

Dictadores aparte, el triunfo de Petro confirma auge de la nueva izquierda en América Latina

La victoria este domingo de Gustavo Petro ha retumbado en todos los rincones de América Latina, que presencia el regreso civilizado de la izquierda al poder, sin tener que hacerlo encarcelando a los opositores, como hacen en Nicaragua y Venezuela Daniel Ortega y Nicolás Maduro, respectivamente, en su deseo de convertir sus países en una dictadura genuina, como la cubana.

Petro, un exguerrillero que entendió hace mucho que la única manera legítima del llegar al poder es mediante urnas transparentes, sin trampas, coacción ni prácticas corruptas para forzar un resultado, es el último miembro de un club de líderes latinoamericanos, algunos tirando a socialdemócratas, otros más a populistas, pero que no persiguen ni patean los pilares de la democracia para derribarla.

Gustavo Petro en la posesión del presidente de Chile, Gabriel Boric, el pasado 22 de marzo

Gustavo Petro en la posesión del presidente de Chile, Gabriel Boric, el pasado 22 de marzo

Presidencia de Chile

Dentro del club le aguardan el presidente de Chile, Gabriel Boric, que no sólo es el mandatario más joven del mundo (36 años), sino el ejemplo vivo de que, por un lado, se puede cerrar el paso a la ultraderecha, y por otro, dejar claro que no tiene absolutamente nada que ver con el autoritarismo del decadente, menguante y muy cuestionado bloque bolivariano.

No muy lejos están el presidente de Perú, Pedro Castillo, con la popularidad hundida, pero no por tics autoritarios, sino por incompetente, y el presidente de Argentina, Alberto Fernández, quien, pese a todo, no se convirtió en una marioneta de su vicepresidenta, la populista de izquierdas Cristina Fernández, como muchos temían.

Más discutible es si el presidente de Bolivia, Luis Arce, es una marioneta o no de Evo Morales, y si su evidente ánimo de venganza contra los que se aprovecharon del golpe de Estado —como la encarcelada expresidenta Janine Áñez— no está poniendo en peligro la democracia en el país andino. En cualquier caso, su contundente victoria electoral fue limpia e indiscutible.

Igual de contundente fue la victoria de la izquierdista Xiomara Castro en Honduras, en gran parte porque no cometió la equivocación de entregar el país al bloque chavista, como quiso hacer su marido, Manuel Zelaya, y le costó un golpe de Estado la noche del 28 de julio de 2009, cuando fue sacado en piyama de la cama por los militares y expulsado del país.

República Dominicana es otro ejemplo de cómo la izquierda gobernante no necesita soflamas revolucionarias del pasado, como repiten cansinamente en la cercana Cuba. Con la llegada al poder del socialdemócrata Luis Abinader, de sangre libanesa, el país ha entrado en una senda de modernidad y desarrollo que empieza a llamar la atención en el continente.

Eje Buenos Aires-Bogotá-Ciudad de México

Otro factor importante de la victoria de Petro en Colombia es que dibuja un eje ideológico que une los tres países de habla hispana más grandes de América Latina: Argentina, Colombia y México. Tan es así, que el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, que lleva por bandera el principio de no intervención en asuntos de otros países, dejó la bandera a un lado para apoyar a Petro en plena campaña y criticar a la derecha de ese país, lo que le costó un dura llamada de atención del presidente colombiano, Iván Duque.

En conversación con El País, Humberto Beck, profesor e investigador del Centro de Estudios Internacionales del Colegio de México, ve un paralelismo entre el triunfo de Petro y la llegada al poder de López Obrador y su movimiento, Morena, en 2018. “Es un cambio histórico, porque eran los únicos dos grandes países de América Latina que no habían tenido un Gobierno de izquierda. Eso nos habla, en primer lugar, de un cambio estructural de los electorados”.

“La victoria de Petro sin duda beneficia esta nueva estrategia política de México con la que el presidente busca proyectar su liderazgo como contrapeso a EU. No creo que esta retórica vaya a tener alguna consecuencia práctica o concreta, pero él sí quiere utilizar una plataforma regional como una palanca para reafirmarse”, continúa Beck. “Además, se ha dado cuenta de que mientras no gane Lula en Brasil él va a ser el líder de ese bloque. Y según se vayan sumando Gobiernos, va a ganar poder”.

Falta Lula

Y es, precisamente, a Brasil donde se volverán a partir de ahora todas las miradas, cuando se celebren en otoño las elecciones presidenciales, en las que el presidente Jair Bolsonaro intentará aferrarse al poder como único líder populista de extrema derecha en el continente.

Las encuestas, no obstante, anuncian que va a sufrir una derrota de manos de su máximo rival, el expresidente Lula da Silva, precursor de la llegada al poder de la izquierda “civilizada”, la que no necesita de un uniforme de guerrillero para llegar al poder y para gobernar con pragmatismo, aceptando las reglas democráticas.

Así fue como le ocurrió al otro gran referente de la izquierda democrática: el exguerrillero Pepe Mujica, quien de igual manera que llegó al poder sin ánimos de venganza por la tortura que sufrió en la cárcel y por las desapariciones durante la dictadura, lo entregó tranquilamente y allanó el camino para que su sucesor entregase el poder a una derecha civilizada, moderada y democrática.

Si Lula gana en Brasil, la izquierda democrática en América Latina estará viviendo su edad de oro y hará más evidente que nunca la terrible anomalía que persiste en la región: la izquierda dictatorial en Nicaragua, Venezuela y Cuba, que se aferra al poder reprimiendo al pueblo.