Opinión

Divide y vencerás

Divide et impera es una máxima conocida en política, desde los tiempos de Julio César, a quien se le atribuye la frase. Describe a una estrategia sencilla, normalmente utilizada desde un poder centralizado, que consiste en evitar que se unan quienes se le oponen, a través de la creación de disensiones y desconfianzas entre las distintas facciones. Así, no hay quien se oponga con fuerza suficiente al orden establecido.

Otra característica de esta técnica política es la concesión de ayudas o favores especiales a una fracción, que la convierte en servil hacia el poder dominante. Obviamente, requiere de cierta habilidad política para lograr resultados satisfactorios.

En el México de hoy estamos viendo cómo, a nivel táctico, se la acaba de utilizar con éxito en las votaciones en el Senado sobre la llamada “ley militar”. En distintos momentos se ha fisurado el llamado “bloque de contención”, con un doble efecto: el de hacer aprobar legislación promovida por el gobierno y el de generar desconfianza y suspicacia dentro del principal grupo opositor, que tiene varios procesos electorales por delante.

El método escogido ha sido fácil: encontrar eslabones débiles, que los hay muchos, dentro de ese grupo. Su debilidad principal es que son chantajeables, porque tienen largas colas que pueden ser pisadas. El amago de un uso faccioso de la justicia tiene su correlato en la oferta de que, si se alinean, la ley no caerá sobre ellos. Sucio por el lado que se vea, pero efectivo.

Al mismo tiempo, esta situación ha evidenciado una de las dificultades más grandes a las que se enfrentan los partidos que se coaligaron en 2021 para impedir que la aplanadora de Morena les pasara por encima: en sus listas hay, indefectiblemente, políticos tradicionales susceptibles al transformismo, porque es relativamente sencillo doblarles la mano.

Así, los acuerdos electorales, que supuestamente son transversales ideológicamente, resultan en esperpentos, como que los votantes panistas hayan elegido en la lista blanquiazul al senador perredista Mancera… quien cambió sabiamente de opiniones apenas le dijeron que lo iban a investigar.

La lógica del divide y vencerás funciona mientras el poder centralizado se mantenga como tal. En la medida en que lo hace, puede sostenerse sobre las diferencias de los demás. Por eso, le resulta clave la unidad, aunque no sea por cuestiones de principio, sino por mero pragmatismo.

Y ese es el problema en el que se está metiendo la coalición de gobierno. Resulta que Andrés Manuel López Obrador no sólo ha aplicado el principio de “divide y vencerás” con sus opositores (quienes sólo son una unidad cuando se trata de lapidarlos con el epíteto de “neoliberales”). También lo ha hecho al interior de su propio equipo. Al generar competencia entre las “corcholatas”, y a sabiendas de que él encarna los deseos del Pueblo, ha consolidado todavía más su poder personal, porque todos se desviven por halagarlo o, cuando menos, por no contradecirlo en público.

Ese poder personal incrementado, en la medida en que se mantengan las instituciones democráticas, tiene fecha de caducidad. El divide no se traduce en un impera a la manera de Julio César, porque aquí hay límites constitucionales. En cambio, la competencia dentro de la coalición de gobierno va a tener uno o varios momentos de inflexión, y la pregunta que todos nos hacemos es si va a haber una disciplina colectiva como para aceptar a la persona ungida, a la usanza del viejo priismo, o si existirá un equivalente a la “corriente democrática”, que se escinda y busque sus propios vehículos electorales.

Los presidentes del priismo tradicional tenían sus candidatos favoritos, pero -aun con el dedazo- no siempre eran capaces de imponerlos, porque de alguna forma debían obedecer a presiones internas y externas. El voluntarismo de López Obrador parece otra cosa: como buen líder populista, no necesariamente preferirá a quien mejor pueda conducir el país, sino a quien sienta como verdaderamente incondicional. Y si logra hacer un maximato, qué mejor.

Los precandidatos no son tontos, y ya vemos a al menos dos de ellos repetir el nombre de Andrés Manuel como si fuera un mantra, y decir que todo lo que hacen y lo que piensan es gracias a su iluminado ejemplo. Al mismo tiempo, son ambiciosos, y también ya vemos cómo sus equipos buscan exponer los errores históricos y los defectos del contrincante, que pueden irse acumulando (y más, con el hackeo a la Sedena). En esa tensión puede romperse la cuerda (o varias cuerdas).

Los signos de deterioro político se acumulan, y esto puede traducir en algo más que una división en la que quién sabe quién venza. En cualquier caso, hay posibilidades de pulverización que nos obligarán a todos a repensar las formas de hacer política y a terminar, venturosamente, con la lógica de exclusiones que ha caracterizado el estilo actual de gobernar.

La otra opción, es que ganen la disciplina y el silencio, y el dicho de los años treinta, de que “aquí vive el Presidente; el que manda vive enfrente” reviva, sólo que, en vez de “enfrente”, se nombre a un rancho allá muy lejos, en el sureste.

Andrés Manuel López Obrador durante conferencia matutina en Palacio Nacional

Andrés Manuel López Obrador durante conferencia matutina en Palacio Nacional

Cuartoscuro

fabaez@gmail.com

www.panchobaez.blogspot.com

Twitter: @franciscobaezr

Lee también