Opinión

De las enfermedades mentales, el arte y el doctor Jorge Alcocer, nuestro Secretario de Salud

Es interesante la idea de las enfermedades de la mente entre la gente. Vayamos ahora al arte como ejemplo de lo que se ignora. La gran escritora inglesa Virginia Woolf desestimaba las ideas de Sigmund Freud, porque creía que una carga neurótica era necesaria para escribir literatura. Por desgracia, en 1941, la Woolf se suicidó a los 46 años de edad. En su carta de “adiós”, antes de arrojarse al río Ouse, con un abrigo lleno de piedras, le confesó a Leonard, su marido, que no soportaba “las voces” que oía dentro de su cabeza. Virginia Woolf había sido ingresada a hospitales en otros momentos de su vida por su problemas mentales. Con el debido tratamiento, como los que se han logrado hoy por hoy, la Woolf hubiera seguido escribiendo. Pero lo que fue, fue.

El arte, durante mucho tiempo, ensalzó las supuestas cualidades de los males mentales. La locura, desde el Siglo XVIII, fue relacionada con el espíritu artístico. Los románticos abandonaron la era de la razón y de la estética neoclásica para alabar la creatividad y lo subjetivo. El arte debía dejar de lado otros fines y dedicarse a la imaginación. Se interesaron por los estados emocionales turbulentos. Temas como la soledad, la angustia, el amor, la locura, el miedo y el terror eran bienvenido por los románticos, lo mismo que la muerte y el suicidio.

Foto: Especial

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Lo simbolistas franceses Baudelaire, Verlaine y Rimbaud, por oponerse al dictado del buen gusto burgués, se acercaron a lo mórbido, a lo patológico, a la enfermedad y a el sufrimiento. Se sometieron a estados alterados por medio del hachís, opio y ajenjo.

Sigmund Freud, en cambio, pensó que el arte era producto de la neurosis. El psicoanálisis hoy entiende que muchos artistas producen a pesar de ello. Sin embargo, el arte moderno que representan Giorgio de Chirico y Marcel Duchamp y cierto tipo de literatura del siglo XX, como la de Franz Kafka y Samuel Beckett, le valieron a Louis A. Sass la escritura de un maravilloso libro, Madness and Modernism (Locura y modernismo) en 1992. Sass, un psicoanalista, explora ahí la relación de las terribles experiencias de la esquizofrenia y otros males de la mente con el arte y la literatura del siglo pasado. Muy interesante, pero los estados alterados de la mente no resultan agradables ni propician la creación. Al contrario, producen episodio de terror incontrolable: un verdadero infierno.

En 1961, Michel Foucault publicó su Historia de la locura en la época clásica. Ahí estudió como el loco era considerado portador de cierta sabiduría, hasta que el demente, el delincuente y todos los marginados de la sociedad se convirtieron en un problema. Muchos fueron encarcelados. En Francia, durante el siglo XVII, varios entraron al Hospital General , un centro de brutal represión. También hubo hospitales dedicados a la locura durante esa época y aún antes (Bagdad, Siglo XII, en El Cairo, cien años después).

La enfermedad del alma, como se entendía a la locura, pasó a ser enfermedad mental a finales del siglo XIX con el gran Sigmund Freud. La psiquiatría contemporánea la ha analizado a conciencia. Pero no es fácil, no es una ciencia exacta.

En México, el Secretario de Salud, el doctor Jorge Alcocer, dijo en la mañanera del 24 de este mes, que justificaba el cierre de psiquiátricos. “En la práctica, lo que ha llamado mucho la atención es que ya no hay hospitales psiquiátricos. Voy a tomar esta situación como una decisión, que no sólo es México”(sic).

Pero no resulta así, existen hospitales de referencia, que son capaces de atender de inmediato a enfermos con episodios agudos y hospitalizarlos por un corto tiempo, hasta que sean capaces de funcionar. De otra manera, no hay forma de que la familia los controle. ¿También esos los van a cerrar, como el eficaz Fray Bernardino, un nosocomio con 140 camas, con un grupo experimentado de psiquiatras y de enfermeros? Sería un crimen. Hospitales así consideran a la gente más necesitada, a los trabajadores informales que tienen un familiar enfermo mental. Se trata de una población desvalida, incapaz de lidiar “integralmente”, como expuso el doctor Alcocer, al (o la) afectado(a) por una de las muchas patologías mentales que existen. Desde luego, no se trata de apoyar a los manicomios, que encerraban de por vida a algunos de los enfermos. Eran hospitales de larga estancia, como La Castañeda, la cual funcionó hasta la segunda mitad del siglo pasado. Su demolición se llevó a cabo en 1968. La había inaugurado Porfirio Díaz el primero de septiembre de 1910. La Castañeda observaba, en su principio, conceptos de avanzada para tratar enfermedades mentales. Hoy, esos conocimientos ha sido rebasados, como lo ha sido la medicina en general.

Cerrar, sin embargo, los hospitales psiquiátricos modernos, que pueden tratar a los enfermos en sus fases más intensas y, por ende, a su familia, sería un gravísimo error.

Ignoro cómo aborden la enfermedades mentales en Cuba. Supongo que muy adelantados en el tema no deben estar y dudo que dispongan de medicinas ad hoc. Existen hospitales psiquiátricos, con pocos ingresos de pacientes, y se recurre a productos naturales para tratar a los enfermos. Con la admiración que despierta la historia revolucionaria de la isla en la Cuatroté, me pregunto si el doctor Alcocer, que puntualizó hace poco tiempo que a sus nietos no los vacunaría contra el Covide-19 sino que, de contagiarse los niños, los trataría con Vick Vaprub y tizanas, no nos salga ahora con que la enfermedades mentales pueden enmendarse con valeriana y pasiflora, dentro, por supuesto, de la aquietante vida familiar, aunque falte dinero para comer.