Opinión
Ética para desconfiados
Benjamín Barajas

Ética para desconfiados

La inteligencia emocional suele atribuirse a las personas que saben manejar las alteraciones de su estado de ánimo, sin permitir que afecten su carácter o perjudiquen, en principio, sus relaciones con los demás; por el contrario, cuando se pierde el control y la persona se convierte en un basilisco solemos decir, parafraseando a Julio Torri, que se trata de un “mal actor de sus emociones”.

Correspondió al psicólogo Howard Gardner teorizar sobre las inteligencias múltiples, como aquellas habilidades que trascienden el monopolio del razonamiento de las ciencias duras, incluidas algunas ramas de la filosofía, para reconocer que las personas pueden ser muy capaces en diversos ámbitos de la acción humana, sin pasar necesariamente por el rasero de la ciencia.

"La espina (1952)", de Raúl Anguiano.

En este contexto, podemos reconocer las inteligencias lingüística, visual, musical, espacial, kinestésica, interpersonal, intrapersonal y existencial, entre otras. Esta ruptura del imperialismo científico pareciera haber dado a la gente una oportunidad en el reino de la imaginación, la creatividad y la inteligencia, cuya atribución había estado destinada a un conjunto de iniciados.

Pero gracias a dichas aportaciones, y al propio movimiento de las corrientes filosóficas hacia la “vivencia” humana es que podemos hoy decir, con orgullo, que miles y quizá millones de personas, que habían vivido al margen de la llama del pensamiento, puedan ahora, como escribía López Velarde, “cortar a la epopeya un gajo”.

Y esto es posible si vinculamos las pasiones a la razón y viceversa, si reconocemos que lo objetivo y lo subjetivo son parte de un binomio indisociable del temperamento humano y que en el proceso de comprensión del hombre y la mujer debe sopesarse la parte de la razón, pero también las fuerzas irracionales que de vez en cuando aparecen desde el fondo de los instintos.

Por eso nos parece muy halagadora la obra de David Pastor Vico, un filósofo sevillano, avecindado en México, pero nacido en Bélgica y que, con sus reflexiones, su amistad y la calidez disruptiva de sus palabras, nos hermana con la cultura hispanoamericana y universal, a través de la filosofía que él práctica, ahora sí, en el sentido etimológico del término: amor al conocimiento o a la sabiduría, pero siempre vinculado con el animal humano de carne y hueso, como él lo suele calificar.

En este contexto se sitúa Ética para desconfiados; obra dirigida especialmente a los adolescentes de nuestro tiempo; a los jóvenes que han nacido y crecido en un ambiente marcado por el influjo de las redes sociales, la virtualidad y, en consecuencia, viven relaciones interpersonales fragmentadas, que dañan, a fin de cuentas, su constitución emocional.

El poeta Federico García Lorca, en un célebre soneto, solía lamentar la ausencia de la amada porque en el espacio vacío que ella dejaba crecían los cardos y los hinojos y, además, la persona del amante solitario perdía su naturaleza, ya que él solamente adquiría realidad, y personalidad, a través de ella, escribe: “Mis ojos sin tus ojos no son ojos, / que son dos hormigueros solitarios, / y son mis manos sin las tuyas varios/ intratables espinos a manojos…”

Pues bien, a ese ser solitario y enmascarado, desconfiado y un poco rencoroso, preso de su reflejo, como un falso Narciso, se dirige Vico para llamar su atención, abrir el canal de comunicación y, desde luego, lograr su confianza. Para ello, se sirve de un lenguaje directo, juvenil y divertido, con el propósito de acercar a sus jóvenes lectores a materias tan arduas como la ética y la moral, que podrían precipitar la huida de sus lectores.

Pero a nuestro juicio, la empatía hacia los jóvenes mediante una narrativa pícara, aunque nunca complaciente, despierta el interés de aquel aparente personaje antisocial que poco a poco descubre que su caso, aunque personal, no es de excepción y que todos, finalmente, compartimos una sociedad en mutación, donde prevalece la incertidumbre, como sucede con la mancha voraz en la Historia interminable que pretende engullir el reino de la fantasía.

Pero en Ética para desconfiados, la incertidumbre se combate con la conciencia, con la posibilidad de hacer un ejercicio de respiración y mantener la calma, pero también voltear la mirada a nosotros mismos para reconocernos, porque solo conociéndonos podemos apreciar a los demás, que son nuestros compañeros ineludibles de viaje; ya que, como suponía Marco Aurelio, y lo decimos en esta paráfrasis libre, si los hombres están condenados a vivir juntos, hay que enseñarlos a relacionarse.

Y justamente este es el tema que desarrolla Vico de manera espléndida: la ética es un asunto de relación entre los hombres y las mujeres, quienes se vinculan dada su naturaleza de animales políticos, y ya que viven en la polis, o en la ciudad, deben observar un conjunto de normas o pautas de comportamiento, heredadas de la costumbre.

Desde luego, la libertad del hombre y la mujer consiste en ser conscientes de que pueden elegir, o no, seguir los ordenamientos morales, pero no deben ignorarlos porque sufrirán las consecuencias del caso. Un ejemplo se puede observar en el castigo que se le impone a Sócrates, según nos lo cuenta Platón en su Apología. Los jueces determinan la muerte o la expulsión del filósofo, pero él elige la muerte, porque con esta determinación honra los principios y valores que enseñó durante su prédica filosófica.

En este sentido, somos libres de elegir vivir en sociedad, –y a lo largo de la historia hay incontables ejemplos de ermitaños asilvestrados que poco a poco pierden su calidad de animales políticos–, pero una vez tomada la decisión de permanecer en la polis hay que observar un comportamiento que nos permita relacionarnos con los demás, para combatir la incertidumbre, compartir el miedo, generar confianza y amistades que nos ayuden a crecer y alcanzar una cierta autosuficiencia.

Con todo ello es posible, nos dice Vico apoyándose en Epicuro, aspirar a un bienestar mediado por metas realistas, basadas en el conocimiento de sí mismo y de los otros, y en la mesura de los propios deseos. En este caso, la felicidad sería fácil de alcanzar.