Opinión

No existe el “paréntesis obradorista”

Uno de los problemas torales que tiene parte de la oposición en México es que ha comprado total o parcialmente el discurso de López Obrador que la caricaturiza. El segundo, ligado a éste, es que no ha logrado entender las razones de la victoria morenista en 2018 (con ello, tampoco el por qué AMLO tiene cotas de popularidad que no guardan correlación alguna con sus resultados de gobierno).

Por una parte, están los ataques al supuesto “comunismo” o “socialismo” de AMLO. Pareciera que de verdad se creen eso de que este gobierno pone en primer lugar a los pobres.

Si vemos la política macroeconómica, nos encontraremos con la ortodoxia neoliberal del superávit fiscal, con el rechazo a una reforma fiscal, con la caída en el presupuesto de sectores fundamentales de soporte social, con la obsesión por el tipo de cambio y el control de la inflación con medidas de mercado. El ejemplo máximo fue dejar a empresas y sobre todo a los trabajadores a su suerte, durante los meses de confinamiento por la pandemia de COVID.

Si vemos la política social a nivel más desagregado, encontraremos que hay menos apoyos y que no siempre van a quienes están en peor situación económica, sino que se dirigen a clientelas políticas probables, y que la obtención de apoyos depende más de la cercanía a los Servidores de la Nación que a la existencia de necesidades básicas incumplidas. El carácter monetizado de todos los apoyos (“te quito la guardería, pero te doy dinero a cambio”, por ejemplo) le da más espacios al mercado, y menos a los sectores social y público.

Lo que hay es discurso, faramalla, mímica. Que ni siquiera se atreve a llamarse socialista. ¿De verdad piensan que el llamado genérico a que los maestros lean a Marx va a traducirse en un lavado de cerebro para los niños? ¿De verdad creen que los maestros van a leer a Marx? ¿De verdad asumen que la pésima idea de otorgarle el collar del Águila Azteca al burócrata dictador Díaz-Canel convierte a México en comunista? AMLO ha puesto las luces direccionales a la izquierda, pero dobló a la derecha.

El presidente Andrés Manuel López Obrador en la conferencia matutina

El presidente Andrés Manuel López Obrador en la conferencia matutina

Cuartoscuro

Del estilo, políticamente suicida, son las frases de “yo sí pago impuestos”, como si no existiera el IVA y los asalariados formales no fueran causantes cautivos. La idea de que el gobierno subsidia a “ninis”, quitándole el dinero a la clase media-alta. La de que ahora hay racismo inverso y llegó pura gente mal vestida y de pésimo gusto al poder.

Ligado a esto, existe esta suerte de convicción de que lo que estamos viviendo es una suerte de “paréntesis obradorista” dentro del continuum de gobiernos liberales que México está destinado a tener. Que con presentar a un político medianamente presentable de parte de los partidos tradicionales bastará, porque la gente ya vio el fracaso de este gobierno.

Detrás de ese espejismo hay un olvido: los políticos que los partidos tradicionales presentaron como candidatos en 2018 eran “medianamente presentables” y fueron pulverizados por la ola morenista. Y hay un desconocimiento más profundo: se trató también, y quizás en primer lugar, de un voto de castigo a una clase política encerrada en sí misma y ajena al país, y a un sistema que a la exclusión social añadía el ninguneo.

Hoy la exclusión social sigue siendo prácticamente la misma, pero al menos ya no hay ninguneo hacia los excluidos. Ya no se añaden las faltas de respeto tipo “ya chole con tus quejas”. Ahora las faltas de respeto vienen de Palacio Nacional, y son contra otras personas, dirigidas malévolamente a propiciar el aplauso de la parte más enardecida de la gayola.

Es muy improbable que las mayorías voten por un regreso al liberalismo de viejo cuño. Son capaces de perdonar todos los errores, todos los excesos y todos los caprichos del Peje, de taparse los ojos ante la persistencia de la violencia, el aumento de la pobreza y la baja en la calidad de los servicios públicos, mientras el sistema económico sigue igual de desigual que antes, pero con menos empleo y dinamismo. Igual no quieren regresar a un pasado nada idílico.

El gobierno polarizador de López Obrador busca reproducirse, dañando seriamente la democracia como se ve en su ofensiva contra el INE y todo lo que suene a autonomía, desconociendo la existencia de un pacto social. A ese pacto lo sustituye, retóricamente, a uno entre “el pueblo” y él (sólo por extensión, con Morena, el partido de su creación); pero en la realidad quiere sustituir ese pacto por una relación muy inequitativa entre el gobierno como supremo poder y el resto de la sociedad.

AMLO ya ha distorsionado la democracia mexicana, y la quisiera convertir en una entelequia, una mera fachada. De ahí, la necesidad de defenderla. Pero eso va a dificultarse, a la hora de la cita en las urnas, si no se presenta de manera clara y sencilla una propuesta de nuevo pacto social: si no se ataca a AMLO por lo que no cumplió, por las promesas que quebró, en vez de tragárselas como reales (y con mala cara, como si fuera aceite de ricino).

El obradorismo no es un paréntesis. Si va a terminar, no será con un regreso a lo de antes, sino con algo nuevo. Lo deseable es que sea en una democracia donde lo social, ahora sí, tenga que estar en el centro.

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